Deporte en estado puro

Rafael Arriaza
Rafael Arriaza TOKIO2020

OPINIÓN

La venezolana Yulimar Rojas celebra lo logrado con Ana Peleteiro tras batir el récord del mundo
La venezolana Yulimar Rojas celebra lo logrado con Ana Peleteiro tras batir el récord del mundo Efe | Juan Ignacio Roncoroni

06 ago 2021 . Actualizado a las 09:44 h.

Vivir el ambiente de unos Juegos Olímpicos es diferente a todo. Aunque sean unos tan especiales y tan rígidos como estos, hay algo que los hace diferentes a unos campeonatos Mundiales para cada deporte. Es cierto que, en gran medida, los atletas que vemos competir en ellos son los mismos que los que aparecen en el Mundial previo, pero todos saben que hay algo más aquí. Algo intangible. Algo que encoge corazones y mentes, atenazándolos, y agranda otros, haciéndoles volar y mejorar sus marcas.

Todos los inconvenientes, las incertidumbres sobre la celebración de los Juegos del 2020, las PCR diarias, los horarios estrictos y las mascarillas quedan atrás. Solo queda el deporte. Deporte en estado puro. El espectáculo necesita del calor, de la energía del público, pero hay deportes que nunca lo pueden tener —como la vela, por ejemplo— y en la que los deportistas lo dan todo igual. Pero es que, además, cuando se encienden las luces de los estadios y la adrenalina empieza a fluir, cuando subes al ring, al tatami, saltas al campo, sales a la pista, o te asomas al borde de la piscina y se dan las salidas, el que no haya público se olvida. Toda tu atención se centra en lo que vas a hacer y no ves, no escuchas nada. Toda la atención se focaliza en tu objetivo y podrías ser el último humano sobre la tierra, que te daría igual. Has llegado hasta ahí para darlo todo, y no puedes permitir que el entorno te distraiga. Ahí sí que se produce una «visión de túnel».

Y de repente, todo acaba, vuelves a ver que hay gente, luces, ruido, cámaras. Alegría o tristeza compartidas con entrenadores, amigos, familia, compañeros. Y también —con sus matices de envidias y admiraciones— con el resto de los deportistas. Y sobre eso, estos Juegos —como casi todos a lo largo de su historia— nos están dejando ejemplos fantásticos.

Uno de ellos, que alguna gente (siempre hay quien no es capaz de entender la alegría por la victoria de otro) no ha sido capaz de comprender del todo, es la imagen de alegría de Ana Peleteiro abrazando a Yulimar Rojas cuando esta salió del foso tras su último salto. Las dos sabían que era bueno. Muy bueno. Cuando día tras día estás persiguiendo esos centímetros, hay veces que no necesitas cinta métrica para que las tripas te digan lo que ha pasado. Las dos tenían ya su medalla olímpica, pero estoy seguro de que Ana se habría alegrado igual por lo que hizo Yulimar. Las dos son rivales en busca de mejores marcas y títulos, y ojalá nos den en los próximos años un espectáculo de rivalidad como el de Nadal y Federer. Pero cuando compites, si eres un deportista de verdad, reconoces el mérito de tus rivales. Es más, sabes si alguno está por encima de lo normal. Por una parte, es tu ídolo; por otra, lo quieres derrotar. Y todavía más si entrenas con tu rival diariamente.

Es paradójico competir contra alguien que a su vez te ayuda con su estímulo a mejorar, a intentar batirlo. Que muchas veces, es tu amigo especial. El que conoce tus sueños, porque son los suyos también. Con quien compartes aspiraciones, te apoyas para sobrellevar los malos momentos, los malos rollos que a veces genera la tensión de que el futuro, las becas, los resultados, incluso a veces la nacionalidad a la que aspiras dependa —literalmente— de unas fracciones de segundo o de unos centímetros. Lo dicho, deporte —vida— en estado puro.