Superioridades morales

OPINIÓN

Santiago Abascal, en el Congreso de los Diputados
Santiago Abascal, en el Congreso de los Diputados E. Parra | Europa Press

07 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Las ideologías no son solo racimos de ideas. Son historia, relatos e itinerarios sentimentales. Y desde luego que hay historias más limpias y morales que otras. Pero es preferible que la ideología sea un telón de fondo, no el foco. Hay principios morales mayoritarios que se diluyen del debate público si el foco es una ideología cuya historia, relato o itinerario sentimental son ajenos a esa mayoría que puede compartir ciertas opciones morales. Y en estos momentos son necesarias afirmaciones contundentes de superioridades morales. En Italia hay una posibilidad real de que gobierne un partido fascista, con reconocimiento explícito de la figura de Mussolini. Hungría es una dictadura de facto dentro de la UE con fuerte respaldo ruso. El brexit creará inestabilidad en la UE. Igual que el azul es un color y el no-azul no es un color, Trump sigue siendo un movimiento y el impulso anti-Trump que ganó las elecciones no es un movimiento. EEUU puede ser un polvorín. Rusia está en plena guerra fría y acosa a la UE. China hace movimientos expansionistas diarios. La UE se tensiona también en el Magreb y el Mediterráneo. En EEUU y Reino Unido se ve la avanzadilla de la disolución de las universidades, la segregación social de la enseñanza, la reducción de la actividad educativa a procesos productivos inmediatos y la fuerte degradación del conocimiento. El discurso de los valores europeos es cargante, almibarado y lleno de topicazos. Pero la cuestión es que la UE estorba a quienes son mucho peores y está acosada, desde dentro y desde fuera, por formas de autoritarismo. Por eso son necesarias afirmaciones contundentes de superioridades morales.

Así, no ser racista es moralmente superior a ser racista. Como hasta en la infamia caben grados, el racismo se puede dar en dosis que van desde el recelo grupal o el menosprecio hasta al odio homicida. Pero hasta las manifestaciones más leves están dentro de la infamia y tienen algo que ver con la existencia del odio homicida. La olimpiada fue un escaparate de esta infamia. A Viciosa no le gustó que batiera récords nacionales alguien con apellido poco castellano. Katir no rezuma esa españolidad que le pone la piel de gallina. Seguro que a Viciosa no le apena el apellido Koplowitz. De hecho nunca oí a nadie mencionar su poca casticidad. Koplowitz suena a blanco y nórdico y son ricas. Katir suena a piel tostada, África y pobreza. Racismo sin más. Por cierto, Viciosa incluyó la expresión «sé que no es políticamente correcto pero…», que es la que se usa como diacrítico para que la estupidez pase por rebeldía. Siempre que se pronuncia, viene a continuación una imbecilidad que hace doblemente imbécil al que la dice por lo pagado que se queda de su idiotez.

Katir no fue el único caso. Como muchos deportes (no todos) no son como la judicatura, sino que se dejan empapar por la España real, afloró en nuestro humilde medallero la variedad racial que vemos con normalidad en las calles. Los partidos de la derecha anduvieron calibrando tonos de piel con felicitaciones, repartiendo cortesías según apellidos y hasta se erigieron en jueces, primero, para decretar grados de españolidad (quién si no ellos puede decir quién es español y quién emigrante) y, después, para diferenciar el buen inmigrante del malo. El que no es racista es moralmente superior al que sí lo es y el reparto de una y otra actitud por ideologías se hizo de nuevo palmario.

Los impuestos son moralmente superiores a la caridad y las donaciones. Los impuestos sostienen los servicios públicos que permiten la asistencia a la población y su igualdad de oportunidades actuando estructuralmente sobre las causas de la injusticia, la desprotección social y la falta de oportunidades. La caridad no actúa sobre las causas, sino sobre las consecuencias de la injusticia. Y no actúa estructuralmente, sino de manera anecdótica, ningún problema se corrige a base de caridad. Los servicios públicos que se pagan con los impuestos son el soporte de los derechos que nos reconocen las leyes y nadie queda en inferioridad ante nadie por ejercer un derecho. El que recibe un acto de caridad queda en deuda moral con su benefactor y nadie debería quedar en deuda por ejercer un derecho que la ley le otorga. Por eso es moralmente superior exigir impuestos a los que más tienen que el enaltecimiento papanatas de ricachones que hacen donaciones caritativas. Es moralmente superior quien defiende que todos tenemos obligaciones con el conjunto que quien defiende que cada palo aguante su vela, quien defiende impuestos y redistribución justa de la riqueza que quien promete bajadas de impuestos que siempre son bajadas para los ricos y disminución de los servicios públicos comunes.

Es moralmente superior quien exige actuar contra la malversación y el robo, que quien prefiere evitar la crispación cuando quien comete el delito es poderoso o fue Jefe de Estado. Es moralmente superior el que se sobrecogía por cada tiro en la nuca de ETA, repugna los asesinatos de la dictadura y se estremece por el más de centenar anual de mujeres asesinadas por ser mujeres, que quien solo recuerda como crímenes los de ETA y considera lo demás viejas heridas o niega la violencia de género. Es moralmente superior quien considera su país como un espacio de compromiso, que quien usa el nombre y símbolos del país contra sus propios vecinos y como recurso de odio y anulación de argumentos.

Es moralmente superior quien pretende que la educación sea un recurso para la felicidad de los ciudadanos y su igualdad de oportunidades, que quien quiere que sea un instrumento de segregación social y adoctrinamiento eclesial. Es moralmente superior quien quiere que la protección de la salud de la población sea radicalmente igualitaria y sea de la máxima calidad que se pueda permitir el país, que quien quiere que cada uno tenga la protección que pueda pagar y  que la salud sea un espacio de negocio. Es moralmente superior el que modera la libertad de quienes están en ventaja para que seamos libres todos que quien solo quiere la libertad de los poderosos (multinacionales, Iglesia, grandes fortunas) para condicionar la libertad de los demás.

Todos nos reímos tomándole el pelo a alguien que se ríe también y todos recordamos la risa agresiva del recreo a costa del gafotas o el gordo, que desde luego no se reían. Todos entendemos cuándo la risa es un juego en el que nos divertimos atacando de mentira y cuándo es un acto agresivo que denigra y humilla en serio. A otra escala sucede con la famosa corrección política. Modern Family fue una serie muy popular en la que se hacía comicidad con la homosexualidad de dos personajes. No oí que se criticara a la serie por homófoba. Campeones fue una película muy popular que hacía comicidad con la discapacidad de los protagonistas. Tampoco oí críticas por reírse con la discapacidad. No existió esa supuesta censura de la corrección política. No existió porque no denigran al homosexual ni al discapacitado, porque es mentira que no se pueda hacer comicidad con la homosexualidad o la discapacidad. Lo que no tiene gracia es la risa que martiriza al gordo en el recreo o al maricón o al subnormal, y con esas etiquetas. Es moralmente superior el que no finge desconocer esta diferencia que quien finge desconocerla y hace como que el gafotas o el discapacitado son ofendiditos y que es una dictadura de la corrección política no poder denigrarlos.

La ideología, como la educación o el sentido de humor, no se predica. Se tiene que mostrar en detalles y episodios. Nuestro espacio amenaza con convertirse en un espacio más oscuro y más excluyente y, como decía, hay que afirmar con contundencia la superioridad moral de unas actitudes sobre otras. Y quienes se destaquen como inmorales en esta afirmación de superioridad moral que no se hagan los ofendiditos. Bastante los aguantamos.