La hermandad del puño cerrado

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

Santi M. Amil

08 ago 2021 . Actualizado a las 09:55 h.

Estamos en vacaciones, en verano. Es un momento excepcional para evaluar esas situaciones que hemos vivido junto a los cutres un montón de veces. Son buenos chicos los agarrados. Escucho en la radio un debate sobre lo que podíamos denominar la hermandad del puño cerrado. Sus cofrades son miles. En tiempo de ocio es cuando más brillan esos genios especialistas en no pagar nunca. Hacen bien en algunas zonas de España en pagar, cuando salen de gira, a pachas. Así evitan a los gorrones, que proliferan con el buen tiempo, que lucen como nunca bajo el sol del estío, en los chiringuitos, en las terrazas.

Pero hagamos memoria. ¿Cómo se les reconoce? Los hay de muchos tipos. Está el que saca la cartera con una decisión y una agilidad sin precedentes y, casualidad, nunca tiene suficiente para devolver una invitación. No hay efectivo ni las tarjetas existen para este genio del escaqueo. Todo se queda en aspaviento y amago. Tras el gesto, paga el de siempre, el paganini de toda la vida. Tiene todavía más habilidad (es mucho el callo que muestra en la dilación) el que muestra el mismo billete de cincuenta euros y añade con una cadencia desesperante: «Es que solo tengo un billete grande». Grande es la jeta que tiene el individuo. Así se ha ahorrado miles de rondas de cafés.

Otro detalle con los que se descubre a los agarrados sucede cuando saben que no van a tener escapatoria. Entonces su modus operandi es espectacular. Son ingenieros del arte del ahorro. Lo que hacen cuando tienen claro que no podrán escapar y que las rondas irán a más es pagar ellos cuando se piden las primeras cañas. Así, cuando la cosa se caliente y lleguen las copas, él ya habrá soltado la ronda que costó menos. Son máster en el escaqueo. Una maldad que se puede hacer con estos tipos que se hacen cargo a propósito de las cañas iniciales es empezar fuerte y pedirse un whisky doble con hielo solo para ver cómo ya no puede retirar su oferta de asumir la ronda y observar cómo se le queda cara de susto.

Están los que saben que la tarde-noche va a ser larga. Digo tarde-noche por el recorte de horarios de la pandemia. Estos, aunque tienen claro que habrá derroche de consumiciones y que se llegará hasta la fase de cánticos regionales, bajan con veinte euros. Abren la cartera y sueltan: «Pero si hoy solo tengo un billete de veinte euros». Hoy, ayer, anteayer y siempre, piensan los que lo conocen bien. Otra reacción que me encanta de los eternos invitados es cómo repiten una y otra vez, después de una comida en la que no han tenido que soltar ni un euro, lo rico que estaba todo. Siempre sabe mucho mejor lo que sale a coste cero.

Menos mal que frente a este pelotón de ratas, así se les llama de forma cariñosa, están los que de verdad tienen la mano ligera y se empeñan en pagar. Esas míticas peleas tan españolas que ponen en un aprieto al camarero: «Pago yo. No, cóbrame a mí. No, pago yo. Hoy es mi cumpleaños (su cumpleaños es siempre)». Y mientras estos dos discuten, calladito está el tercero de la mesa, miembro eterno de la hermandad del puño cerrado.