Afganistán talibán

Yashmina Shawki
yashmina shawki CUARTO CRECIENTE

OPINIÓN

STRINGER

16 ago 2021 . Actualizado a las 09:14 h.

Ningún gran ejército ha ganado una guerra en Afganistán en las últimas cuatro décadas. Ni el aguerrido soviético ni el supermoderno norteamericano pudieron conquistar el agreste terreno montañoso ni doblegar a las guerrillas afganas. Pese a los ingentes recursos empleados, el primero, con más de 15.000 bajas en menos de diez años, sucumbió a las enfermedades transmitidas por el agua contaminada, a la orografía y a la climatología, y el segundo, con menos de la mitad de muertos y el doble de tiempo, nunca logró erradicar a los talibanes. 

Este grupo de fanáticos misóginos y despiadados asesinos ha resistido, durante más de dos décadas, en determinados bastiones apoyados por la población civil que, aun aterrorizada, prefería el orden y la seguridad de su dictadura islámica al desorden y caos anterior. Financiados por el tráfico de opiáceos y, también, por Pakistán, no solo han sobrevivido a la intervención internacional, sino que se han ido haciendo más fuertes mientras aguardaban a que los extranjeros dejaran el país. Fingieron negociar un acuerdo con el Gobierno de Kabul bajo la supervisión occidental durante interminables reuniones en Catar cuando, en realidad, solo estaban haciendo tiempo. Y su paciencia ha dado frutos. En cuanto los estadounidenses anunciaron la retirada definitiva de sus tropas, alegando que su misión allí había sido un éxito porque habían acabado con el liderazgo de Al Qaida, se lanzaron a reconquistar el país sin encontrar resistencia en el ejército afgano.

Y a todos nos ha sorprendido la aparente falta de coraje de los soldados entrenados por la coalición internacional. Pero no les ha quedado otra que rendirse ante la falta de suministros, de comida y, sobre todo, de estrategia militar. El débil y manifiestamente incompetente gobierno abandonó al ejército en manos de la corrupción y, con él, por desgracia, al resto de la población.

Kabul cae y ya sabemos el horror que se avecina tanto para los afganos que han colaborado con los occidentales y no serán evacuados como para todas las mujeres cuyos derechos y libertades se esfumarán en el aire tras veinte años de magras y difíciles conquistas. Muchas niñas y jóvenes ya han sido cedidas por sus progenitores a los talibanes para garantizar que no serán perseguidos y sus propiedades serán respetadas. Y las mujeres sin varones que las amparen morirán de hambre, por falta de asistencia sanitaria o serán víctimas de todo tipo de abusos y tropelías. Adiós a las escuelas donde las niñas podían aprender. Adiós a las jóvenes que aspiraban a estudiar una carrera y desarrollar una profesión. Adiós a las doctoras, profesoras, empresarias, periodistas, quienes, pese a las dificultades, habían conseguido abrirse camino en tan duro país.

Y, mientras EE.UU. desaloja a marchas forzadas su embajada, intentado evitar que se repitan las vergonzosas imágenes de su huida de Vietnam, nos preguntamos cuánto tardarán los terroristas islamistas en reinstalarse en Afganistán y retomar sus ataques a occidente.