No hace falta reflexionar mucho para llegar a la conclusión de que hay muy pocas cosas tan heteropatriarcales como una tarde de toros. Imagina la escena: ese torero, muy hombre, muy macho, que no deje lugar a dudas su marcado paquete, siendo sacado a hombros de la plaza manchado de sangre del animal que acaba de torturar hasta matar por un montón de hombres, fuertes, envalentonados y borrachos todos de adrenalina y violencia, portando en las manos partes del cuerpo de ese animal al que han mutilado a modo de trofeo, haciendo honor a una cultura que aplaude y justifica la violencia, legitimando el sometimiento y la dominación en todos los planos, exacerbando aspectos como la virilidad y la hombría. Eso sí, antes de irse le dedicará «el toro», a la mujer más guapa de todo el tendido, para que ella desde la grada le tire un beso. Va por ti, guapa: dolor y sufrimiento.
Del otro lado, el panorama no es mejor, las personas espectadoras necesitan desconectarse de la compasión, evitando vincularse con que han sido feminizados y por tanto, devaluados. Por el contrario, disfrutan de un verdadero escenario de violencia antecedido por maltratos psicológicos y emocionales que sufre el animal, acompañado de dolor, sufrimiento, tortura y muerte cuyas víctimas son toros, caballos, así como las niñas y los niños a quienes obligan a presenciar este acto de barbarie.
La necesidad de abolir este «espectáculo» en donde además del sufrimiento y tortura causado a los animales convergían prácticas que no nos permitían avanzar como sociedad en pleno siglo XXI, era fundamental para construir un modelo social más justo e igualitario.
El feminismo lucha por eliminar cualquier forma de violencia contra las mujeres, pero también apuesta por la evolución de una sociedad en paz, en la que no se acepta ningún tipo de opresión, dominación y discriminación, rechazando cualquier expresión de violencia. Si deseamos avanzar hacia una sociedad en la que no se necesite dominar y humillar para afirmar la identidad, ni la satisfacción se base en el extremo sufrimiento y muerte de otro ser, entonces, el feminismo tenía y tiene mucho que decir sobre las corridas y las otras torturas públicas de animales que se convierten en el lugar simbólico e infortunadamente, muy real de dolor y sangre que nos aleja de una construcción histórica y social para lograr igualdad y equidad.
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