Contra la «desconciliación» nacional

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

27 ago 2021 . Actualizado a las 08:50 h.

Hace 82 años que acabó la Guerra Civil, tantos como los transcurridos entre la crisis del 98, origen de un gran ola de pesimismo nacional, y la aprobación de la Constitución de 1978, que llenó de ilusión a toda España. ¡Un mundo! De igual modo, desde la desaparición de la dictadura franquista han pasado 44 años, los mismos que mediaron entre el final apocalíptico de la Segunda Guerra Mundial y la Europa que marchaba hacia el Tratado de la UE. ¡Un universo!

Son dos ejemplos, pero podrían citarse millones de acontecimientos que, contra lo que oímos una y otra vez, demuestran que el avance en todos los planos de la vida se produce olvidando en lugar de recordando sin desmayo lo que nos enfrentó o despedazó. Ocurre en las familias, en la naciones y en los continentes. Es, de hecho, una constante de la historia: el avance individual y social no es posible si, antes o después, no se dejan de lado los ajustes de cuentas y los odios.

Los pueblos que olvidan -se dice- están condenados a repetir su pasado, pero se insiste menos en que los que no olvidan están abocados a vivir en él de forma permanente. Y esa es hoy -tras la gran tregua histórica de 1978 a 2004- la trágica realidad en la que estamos instalados: la de un país en el que lo que Félix Ovejero denominó la deriva reaccionaria de la izquierda ha traído, entre otras desgracias, una supuesta reivindicación de la memoria que no es otra cosa en realidad que la decisión de remover hasta las heces el pasado con la única intención de valerse de él, manipulándolo todo lo que fuera necesario, al servicio de un único proyecto: alcanzar o seguir en el poder.

Cuando Zapatero, ya presidente, decidió acabar con el pacto de reconciliación nacional que posibilitó la Transición, en España se había hablado, escrito y debatido sobre la guerra y el franquismo hasta la saciedad y, lo que es más importante, se había conseguido, por primera vez desde 1812, fijar un consenso nacional, que no se basaba en la memoria individual de cada uno sino en una verdad colectiva ampliamente compartida: la suministrada por la historia, que, al contrario que la memoria, aunque pueda ser una de sus fuentes, no resulta como aquella inevitablemente parcial y fragmentaria.

Que la política española del 2021 -aunque no solo la política- esté marcada decisivamente por hechos ocurridos hace casi una centuria (la Guerra Civil) o casi medio siglo (la dictadura franquista) es una prueba irrefutable de la perversión de nuestra deteriorada convivencia política y social, donde las acusaciones de fascista y franquista que muchos deben soportar por expresar ideas que nada tienen que ver con esas ideologías son proferidas por quienes, sin hacer autocrítica alguna de lo que defendieron en su día (el llamado socialismo real) o aun defienden (las dictaduras comunistas) se han inventado un falso pasado de bolsillo que ahora quieren imponer por ley, como si la historia fuera como el Código de la Circulación. Un dislate que -lo sé bien- es suicida denunciar.