La grieta que amenaza a los talibanes

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

Talibanes en el aeropuerto internacional de Kabul, en septiembre del 2021.
Talibanes en el aeropuerto internacional de Kabul, en septiembre del 2021.

04 sep 2021 . Actualizado a las 09:12 h.

Cuando se recuerda que los talibanes ya tuvieron el poder en Afganistán en la década de 1990 hay un detalle que suele olvidarse: fracasaron. Consiguieron conquistar Kabul y buena parte del país. Pero regiones extensas nunca llegaron a caer en sus manos y su gestión económica fue catastrófica. La invasión norteamericana fue fulminante porque bastó con dar cobertura aérea a los enemigos de los talibanes, la Alianza del Norte. En total, los talibanes estuvieron en torno a un lustro, y es probable que su régimen se hubiese derrumbado de todos modos.

Veinte años después las cosas han cambiado mucho. En su favor está el hecho de que cuentan con un arsenal de armas impresionante, el que la coalición internacional dio al Ejército afgano para que los mantuviese raya. Esto hace temer que la resistencia de los antitalibanes del valle de Panshir vaya a resultar tan valiente como inútil. Hace veinte años, los panshiris contaban con aliados en todo el norte del país y un cierto equilibrio de fuerzas; ahora están completamente rodeados por fuerzas muy superiores.

La verdadera amenaza para el régimen talibán está en su interior, en una grieta que ha empezado ya a ensancharse. A diferencia de la década de 1990, los talibanes no son ahora un movimiento homogéneo de estudiantes coránicos financiados y dirigidos por los servicios de Inteligencia pakistaníes, sino una coalición muy informal. Las diferencias no son ideológicas, sino geográficas y tribales. La facción que copa los puestos dirigentes es la de los talibanes del sur, con base en la ciudad ultraconservadora de Kandahar, y a ella pertenece el emir (líder supremo) del movimiento, Haibatulá Ajundzadá. Pero esta facción cuenta con menos de la mitad de los combatientes. Está casi empatada en fuerza con los talibanes del este, la Red Haqqani. Esta cuenta con ventajas considerables: tiene el apoyo de al-Qaida y los grupos yihadistas de Pakistán, y un contacto más estrecho con la Inteligencia pakistaní, un poder en la sombra en Afganistán. Es la facción de Haqqani, no la principal, la que ha tomado Kabul, lo que quizás explique que el emir Ajundzadá haya insinuado que preferiría gobernar el país desde Kandahar, y no desde la capital. Se cree incluso que Haqqani podría haber permitido los ataques del Estado Islámico contra el aeropuerto durante la evacuación, porque quiere forjar con este grupo una alianza que podría serle útil en una futura lucha por el poder con la línea oficial talibán.

Ayer se esperaba, precisamente, el anuncio del primer Gobierno talibán de esta segunda etapa, y existía curiosidad por ver qué podrían decirnos los nombres de la lista sobre los equilibrios internos del movimiento. Pero había ya un hecho significativo: el anuncio iba a hacerse hace una semana y hubo que retrasarlo porque, al parecer, el emir Ajundzadá pretendía formar un Gobierno exclusivamente con hombres del sur y Haqqani le amenazó con la ruptura. Transformar una guerrilla en un Gobierno eficiente no es fácil, y no suele acabar bien para los implicados.