La receta de la libertad

OPINIÓN

PILAR CANICOBA

07 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Gracias a un acuerdo con las autoridades municipales, el Hospital Brugmann de Bruselas comenzará a prescribir visitas gratuitas a distintos museos de la ciudad a sus pacientes afectados por problemas de salud mental derivados del entorno de angustia pandémica que vivimos. Nada mejor para recuperar la serenidad y la compostura de espíritu, minadas por tantos meses de aprensión, restricciones y omnipresente retórica del heroísmo y el sacrificio, que pasearse un tiempo en un espacio propicio a la contemplación estética y al nacimiento de  la inquietud intelectual, se habrán dicho.

Desde luego, el espacio urbano más tranquilo y generalmente poco concurrido es, muchas veces, un museo, aunque ya vuelve con fuerza renovada el deseo masivo del inevitable selfie delante de La Gioconda, para sumarlo a la lista de experiencias de consumo. Quizá lo que necesiten los pacientes, habrán cavilado, es centrar sus esfuerzos en una evasión constructiva, en otras disyuntivas distintas a las que nos plantea este tiempo siniestro, alimentado con un insistente discurso del miedo. Lo siguiente que recetarán serán paseos por la naturaleza y detenerse a escuchar el rumor del arroyo o el viento suave en la fronda, descubriendo, a este paso, que lo que necesitamos para erguirnos sobre nuestros pies es, quizá, algo tan sencillo como sentirnos vivos y humanos.

Atravesamos tiempos extraños en los que el mismo discurso oficial que, en las etapas más duras de la pandemia, hizo del trastorno obsesivo compulsivo pauta de conducta mainstream (recuerden el pasado cercano en que, por ejemplo, no dejaban a un niño acercarse a un parque, dado el riesgo de tocar un tobogán untado de coronavirus), se preocupa ahora por los estragos de salud mental causados por esta continua presión sobre nuestras vidas. La sensibilidad recobrada es bienvenida, porque tiene una parte de reconocimiento del daño causado a fuerza de brocha gorda, ahora que las restricciones son, en parte, menos intrusivas (aunque no podemos habituarnos a ellas, sería el peor mal si las interiorizamos indefinidamente). Y, en efecto, el dolor causado por la pandemia y por la huella de las medidas en la vida social, personal y familiar, con toda certeza tiene que ver con los padecimientos al alza; por ejemplo, el intento de suicidio y autolesión de jóvenes, aumentó un 250% durante la pandemia.

Pero esa creciente preocupación por nuestro equilibrio guarda algo en común con la singular tendencia, que vemos en las catástrofes naturales o provocadas, a enviarte al primer minuto un psicólogo de apoyo después de una tragedia, cuando lo que necesitas realmente es más bomberos bien pagados al rescate, un mantenimiento preventivo adecuado de la infraestructura que ha fallado o que se limpie de una vez el cauce del río desbordado. 

En el caso que nos ocupa, posiblemente bastaría con que la legítima preocupación por el control de la enfermedad no llevase a que, a lomos de esa necesidad, se sustituyan radicalmente voluntades, se postergue la autonomía personal, se les provea de toda capacidad de decidir y de responsabilizarse por uno mismo o se consolide, en suma, una obstinada y opresiva cultura del control, que algunas personas han incorporado permanentemente a su acervo personal de forma que excede la razonable prudencia.

Una sociedad instalada en la sobreprotección asume como lugar común la excepcionalidad, el estado de permanente desorden de las cosas que es, paradójicamente, este exceso de orden que tanto se alaba a todas horas. Retornar de una sociedad de control, en la que estamos hasta el cuello, reconstruyendo en su lugar una sociedad de la confianza mutua, es capital y urgente en aras de la salud mental por la que se teme y de la fragilizada salud democrática, de la que se habla menos.

Entre tanto, si algún día de estos, somos capaces de recuperar la capacidad de decisión por nosotros mismos y de encontrar enterrada, bajo los escombros de esta crisis y su multitud de limitaciones oficiales, la infrecuente sensación de estar al timón de la propia vida, quizá no hagan falta para salvarnos tantas recetas imaginativas ni otras provenientes de la denunciada medicalización de los trastornos de salud mental.