Entonces, ¿de qué van a hablar en esta partida de tahúres?

OPINIÓN

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Generalitat, Pere Aragonès, a su llegada para su reunión en el Palacio de la Generalitat.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Generalitat, Pere Aragonès, a su llegada para su reunión en el Palacio de la Generalitat. DAVID ZORRAKINO

16 sep 2021 . Actualizado a las 08:17 h.

El posibilismo se puede considerar una virtud en política o un mero tacticismo exento de contenido. En la reunión de la mesa de diálogo hay ambas cosas. Por un lado, ERC insiste en sus reivindicaciones máximas, derecho de autodeterminación y amnistía. Por otro, el Gobierno las rechaza tajantemente. Sánchez y Aragonès coincidieron en que las posiciones de partida están «muy alejadas» y que la negociación será larga.

Según el presidente del Gobierno, se dialogará «sin prisa, pero sin pausa y sin plazos», porque «lo que ocurrió en diez años no se va a resolver en dos años, ni en tres, ni en cuatro». Largas cambiadas, patada hacia adelante. El catalán tampoco se fija plazos, pero quiere concreciones cuanto antes. No se sabe cuáles. Solo quiere hablar de su propuesta para resolver el «conflicto político», que es «autodeterminación, amnistía, fin de la represión y referendo». El habitual mantra. Exactamente de lo que no quiere hablar Sánchez, que propone una agenda para el reencuentro, ninguneada por su interlocutor.

Pero Aragonès sabe de sobra que no va a haber referendo de secesión. Es muy significativo que, a finales de agosto, situara ¡en el 2030! la fecha para convocarlo. La mesa de diálogo es como un juego de apariencias, una partida de tahúres, en el que los participantes saben cuáles son los límites, pero hacen como si no les importara. ¿De qué van a hablar si los unos solo quieren referendo y amnistía y los otros lo descartan completamente? Puro voluntarismo. ¿O hay agenda oculta?

Vistas así las cosas, cabe preguntarse: ¿estamos ante un escenario peor o mejor que hace cuatro años o incluso que hace uno? Si lo comparamos con el de 2017, cuando los independentistas celebraron un referendo ilegal y declararon la independencia, la respuesta no admite dudas: mucho mejor. Desde entonces, ha mediado una dura sentencia por sedición y la constatación del fracaso del «procés». También ha cambiado el tablero político tras las elecciones: ahora es ERC quien gobierna y el PSC, que enarbola la bandera del diálogo, quien lidera la oposición. Y otro hecho muy relevante: el Gobierno concedió un indulto, lo que ha rebajado la tensión.

Pero lo más importante es la fractura entre ERC y Junts, que ha abocado a una crisis abierta en el Gobierno catalán. Es sabido que la divisa ‘divide y vencerás' suele ser certera. Sin el apoyo de Junts, la posición negociadora de Aragonès se debilita. Tanto él como Junqueras ya son botiflers, traidores para los ultras del independentismo. El posibilista, en este caso Sánchez, puede reivindicar que su política de palo (rechazo rotundo al referendo y la amnistía) y zanahoria (indultos y negociación) ha hecho posible esa división crucial. Sus críticos le afean que haya hecho concesiones intolerables. Los posibilistas les responderán: «Es la conllevancia, estúpidos», como recetaba Ortega para tratar el irresoluble «problema catalán».