En defensa del diálogo

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Generalitat, Pere Aragonès, en una imagen de archivo en Barcelona
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Generalitat, Pere Aragonès, en una imagen de archivo en Barcelona Quique Garcia | EFE

17 sep 2021 . Actualizado a las 15:47 h.

Comprendo y hasta suscribo todas las críticas que se hacen en este diario, en otros periódicos, en tertulias y en discursos a la llamada mesa de diálogo de Cataluña. Participo de la sensación de que no veremos un resultado positivo si la posición «innegociable» del señor Aragonés es arrancar la amnistía y el referendo de autodeterminación. No acabo de ver cuál puede ser el acuerdo posible sin alterar el marco constitucional o sin crear serios agravios a las demás comunidades autónomas. Y digo más: me ha dolido, como a cualquier español con algo de sensibilidad patriótica, ver cómo retiraba la bandera nacional para dejar limpio el escenario y triunfante la senyera cuando iba a hablar el presidente de la Generalitat. Y sin embargo…

Sin embargo, no acabo de encontrar la formulación de una alternativa, porque lo contrario al ensayo de diálogo es no hacer nada, y no hacer nada ya sabemos qué resultados dio: una rebelión -no solo una sedición- con resultados violentos y delictivos; una mala imagen de España en el exterior; una mayor polarización de las posiciones y un resultado electoral que dio la mayoría absoluta al independentismo y prácticamente expulsó del Parlamento catalán al partido estatal que entonces gobernaba España y al partido centrista que más claramente luchó contra el independentismo y pasó de ser el más votado a ser el gran derrotado.

Ninguna mesa de diálogo va a terminar con el secesionismo, que está incrustado en la sociedad catalana, hasta el punto de que el Estado ya no existe en las provincias de Lérida y Gerona y en gran parte de la provincia de Barcelona, con excepción de la capital. Y algo peor: las creaciones de las factorías propagandísticas han hecho calar en gran parte de la sociedad la identificación de España, sus instituciones y su buen rey con la represión, el odio y el colonialismo. Y esa perversión avanza, como saben los nativos de otras regiones que viven allí. Una pura acción legal sin réplica ni reacción política vaticina un horizonte del separatismo con mayoría social, la cual terminaría por hacer inútil la resistencia a la independencia. Ni Europa respaldaría al Estado español si alcanzan democráticamente esa mayoría. Y se está al borde de esa posibilidad.

Sánchez no ha demostrado todavía ser un gran estadista. Pero solo con que consiga convencer de que el Estado no es represor; solo con que logre que en algún sector de la población cale la idea del reencuentro; solo con que convenza al independentismo moderado -que lo hay- de que juntos podemos más que separados; solo con que frene el avance del rencor que destroza la convivencia; solo con que logre visualizar la existencia de un intolerante como Puigdemont y destruir su mito de presidente legítimo; y solo con que quite votantes al separatismo, habrá hecho algo positivo para el país. Creo que Suárez lo habría hecho así.