Extremistas, la democracia y la memoria de los impermeables

OPINIÓN

María Pedreda

18 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La gente que tiene finca pasa más tiempo en el interior que en los confines. Los límites de las cosas se tantean pocas veces. Pero seguro que tienen bien marcados los límites de su prado. No dejan que, por ser menos transitadas las lindes, crezca la maleza y se mezcle con la maleza de fuera de la finca hasta llegar al punto de no saberse hasta dónde llega exactamente la propiedad. Lo importante está en el núcleo, pero la forma de las cosas está en la periferia. Pasa también con la democracia y con la Constitución. Los dos primeros capítulos dicen que España es una monarquía y que es una nación indisoluble. La extrema derecha pretende llenar de maleza lo demás para ocultar los límites, de manera que lo único claramente constitucional sea que España es una monarquía y una nación y que un partido constitucionalista sea el que vocifere más alto y más veces una cosa y la otra. El PP se dedica también a reducir las lindes de la finca de España y cubrir de maleza y recelar de todo lo que esté más allá de las corridas de toros, la sobreactuación patriotera de los símbolos del país, o los besamanos cortesanos de Nacho Cano.

Las derechas tienen en su fondo lodos franquistas que las tiñen de olor y color apenas se agitan un poco sus aguas y eso es siempre parte de nuestra escena política. Pero ahora además los tiempos nos obligan a transitar las lindes de la democracia en las que no solemos movemos. Hay que hacerlo para que los tahúres no aprovechen la maleza y traten de mover los límites. Vimos en el confinamiento que cualquier medida para una mínima redistribución de la riqueza es sacada rápidamente del país y de la Constitución y situada en Venezuela o en la Siberia de los soviets. Rajoy quitó una paga a los funcionarios por una emergencia nacional pero en el derrumbe de la pandemia fue hablar de un impuesto especial para el uno por ciento más rico del país y José Bono explicó por qué el comunismo era trágico, Felipe González tronó en el grupo PRISA y la derecha pidió gobiernos de salvación. Es el trile habitual por el que siempre es democrático, eficiente y moderno lo que concentra más dinero donde ya hay dinero y es comunista y anticuado lo que pone recursos donde lo requiere la protección o la igualdad de oportunidades. Las circunstancias nos llevan a tantear esas zonas poco habituales que son los confines de la democracia. La pandemia, los oligopolios y la normalización de la ultraderecha son las principales.

Nos movimos por esa zona periférica en el estado de alarma. Lo tuvimos que hacer con un poder judicial caducado y en mal estado. Aprovechando la maleza de los confines, dejaron establecido que la agitación social por el confinamiento justificaba el estado de excepción. Teniendo en cuenta que la agitación fueron unas caceroladas, unos coches tocando la bocina y el desparrame diario del mal gusto y exabruptos en las redes sociales, el Constitucional nos dejó movidos por la cara los límites de nuestra finca. Si esto justifica un estado de excepción, cualquier huelga general o  movilización colectiva de bulto lo justifica. La finca de nuestras libertades llegaba más allá. El Gobierno buscó entre los zarzales más límites y tanteó toques de queda sin estado de alarma, como un acto político ordinario. Felizmente, ahí el poder judicial sí encontró la linde de la finca y la dejó en su sitio. El gobierno de salvación nacional tuvo su momento más dulce, y la democracia su peor momento, con la destitución de Pérez de los Cobos. Hubo jueces que asintieron a que la pérdida de confianza en un cargo de confianza fuera ilegal si la razón de la desconfianza no gustaba a los jueces. Como si Sánchez hubiera tenido que pedir permiso a los jueces para destituir a Ábalos. El gobierno de salvación nacional, y no la ley, los movió.

Ahora las eléctricas llevan a niveles de emergencia, otra más, la energía de la que dependemos. Como buenos neoliberales, adoran el dinero público, reciben compensaciones millonarias por razones imaginarias (y no olvidemos aquel billón de Josep Piqué), son un oligopolio e impiden la competencia, hacen fullerías para sacar energía de fuentes baratas y repercutir el coste de las más caras, son los bandoleros de la distribución, pagan medios de comunicación, untan a futuros expresidentes y exministros, y ahora le responden con aire mafioso al Gobierno, en una escena parecida a la tercera de Mad Max.

La intervención directa del Gobierno en esas empresas, sus beneficios y hasta su titularidad no es la antesala del comunismo. Es uno de esos confines poco transitados de la democracia. Lo dice el artículo128 de la Constitución y lo dicen las constituciones de otros países. Y no es un aspecto de la democracia al que sean proclives los partidos de izquierda. Es lo que hizo el Gobierno de Bush cuando el atentado de las Torres Gemelas. El gallito tecnológico entonces era Microsoft y poco importaba que fuera de Bill Gates. Fue intervenido porque todo estaba constitucionalmente supeditado al bien general. No solo es obligado que el Gobierno intervenga con urgencia en este disparate que pone en jaque al país. Es también saludable recorrer de la finca y limpiar bien sus límites y que este tipo de mafias sepa que siempre es una posibilidad que el Gobierno ejerza la iniciativa en la actividad económica que le otorga la Constitución y que eso no ocurre porque la Constitución sea comunista, sino porque España no es un montón de gente a granel, sino un país. La UE, además, permite que haya empresas públicas de energía. Es curioso cómo en España esa posibilidad dispara invocaciones desgarradas a Venezuela y Cuba, mientras el 70% de las acciones de Endesa, la primera empresa eléctrica de España, son de Enel, perteneciente al Estado italiano. Es comunista que el Estado español sea dueño de una empresa eléctrica de España, pero no que lo sea el Estado italiano. Cosas de patriotas. Hay que jugar en el territorio completo de la democracia, no en el trozo que quieren los tahúres. Por supuesto, chocar con poderosos siempre es estridente y el ruido hace sentir extremista al que la provoca. Pero no es extremista que el Gobierno cumpla su obligación con el país en una emergencia provocada por una oligarquía descontrolada y desbocada.

Quien realmente está forzando la democracia es la extrema derecha y quienes la blanquean como una opción normal. Las pintadas y amenazas racistas, las bravatas con las armas, el runrún de violencia que siempre acompaña a estos soldaditos de tebeo, el machismo que convalida decenas de muertas cada año, todo esto anda como Pedro por su casa en las instituciones. La responsabilidad es sobre todo del PP, que no deja de ser familia, pero no solo. El fascismo nunca creció solo con el apoyo de fascistas. Quien, ante el acoso al domicilio de un Vicepresidente y una Ministra del Gobierno, masculló entre dientes que ellos le habían llamado casta y habían estado en escraches; quien en momentos críticos del confinamiento no fueron capaces de denunciar actividades golpistas porque solo podían denunciar a la extrema derecha hasta donde pudiera entrar Podemos en la denuncia (repasen editoriales de Ángels Barceló); todos los que callan a según qué cosas son responsables. Desde 2003 hasta 2020 habían muerto poco más de mil mujeres por violencia machista. ETA mató en toda su historia a 864 personas. La razón de que ETA ya no exista y las mujeres sigan muriendo es que la aplastante mayoría de la población y fuerzas políticas repudiaban y combatían la violencia de ETA, y la violencia machista no. Así de simple.

Cuando un impermeable cala una vez, ya calará cada vez con más facilidad. Sus tejidos guardan memoria de su trato con el agua. Cada mamarrachada racista, cada crimen tolerado, cada abuso negociado, empapan a la democracia como el agua a un impermeable y la hacen más corruptible por autoritarismos fachas. El Gobierno, y más este gobierno, tiene la obligación de recorrer la democracia en todos sus límites con el ruido que haga falta.