Hasta donde sé, no hay un personaje político español que goce de tanta popularidad como Isabel Díaz Ayuso. Con más votos, sí. Sin ir más lejos, el presidente de la Xunta de Galicia, que lleva cuatro mayorías absolutas, pero todavía no ha sido recibido en una universidad como un artista de cine, cosa que le ha ocurrido a Isabel. Ni se le arremolina la gente en la calle aclamándolo como si fuese Messi en su llegada a París. Ni los hosteleros han inventado las «croquetas Feijoo», como en Madrid donde ya existen las croquetas Ayuso, que saben como todas, pero llevan su nombre. A la presidenta de Madrid le ocurren esas cosas y otras muchas que, como es mujer, me da pudor contarlas.
Sería natural que ella, al sentirse así querida, tuviese sueños de grandeza y estuviese dispuesta a medirse en las urnas con el lucero del alba. Con el lucero Sánchez, también sin ir más lejos. Pero es realista, sabe que España no es Madrid como tanto le repiten, y hoy por hoy no discute el liderazgo de Pablo Casado y su aspiración es ser presidenta del PP en su región. Si todos los demás presidentes de comunidad presiden también el partido, ¿por qué ella no va a tener esas aspiración? «Yo la tuve», dijo Feijoo en su rueda de prensa con Yolanda Díaz.
Ocurre que su caso actual, que tantos titulares da, es el ejemplo de libro de cómo se construye una crisis. Atención al episodio: en una reunión de partido, Pablo Casado dijo que allí había «una magnífica representación de Madrid», que era el alcalde Martínez Almeida y, por algún tipo de interpretación mágica, algunos oyentes dedujeron que Almeida acababa de ser señalado como presidente del PP regional. Circuló la bola, se hizo grande, Almeida nunca dijo que se fuera a presentar, pero tampoco lo negó, y ale: la prensa no es que lo haya convertido en candidato; es que lo convirtió en el candidato de Casado, el preferido. Naturalmente, contra Isabel.
Lo escuchó Esperanza Aguirre, se empezó a preguntar qué tienen los «niñatos» de Génova contra su niña y estalló la guerra civil: Teodoro García Egea, secretario general, reaccionó culpando a Aguirre de la corrupción. En el periodismo declarativo que se hace en este país, los juegos de las palabras eran una joya. No había más que pegar la oreja a los raíles del tren y salían tropecientas crónicas. Y en esas estamos.
Ahora, la reflexión: vean ustedes lo fácil que es crear un cisma. Comprueben con qué rapidez se declara una guerra de sucesión. Y añadan: si la pelea Ayuso-Almeida es ficticia, no sé qué hace Casado que no dice lo que piensa. ¿O le viene bien esa imagen de choque con Ayuso? Y si la pelea es verdadera, no sé qué gana la dirección del PP alimentando el monstruo de la discordia. A veces pienso que la derecha española, para jolgorio del señor Tezanos y sus encuestas, sigue seducida por el irresistible encanto de la autodestrucción.
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