Odio grupal y fachas ofendiditos

OPINIÓN

el líder de Vox, Santiago Abascal, encabezó la delegación del partido que presentó este jueves ante el Tribunal Supremo el recurso contra el indulto del Gobierno a los líderes independetistas encarcelados
el líder de Vox, Santiago Abascal, encabezó la delegación del partido que presentó este jueves ante el Tribunal Supremo el recurso contra el indulto del Gobierno a los líderes independetistas encarcelados ÓSCAR CAÑAS

25 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Lo urgente no deja tiempo para lo importante, decía Mafalda. Si quieres perjudicar a la mayoría y que la mayoría te vote, tienes que conseguir que esa mayoría no atienda a lo importante. Si quieres que una mayoría perjudique a una minoría que no le hace nada, pues lo mismo: tienes que conseguir que la mayoría esté distraída de lo importante. Puedes engañar a quien quiere ser engañado, porque necesita una percha donde colgar su frustración, y también a quien no quiere ser engañado. Para que la gente no esté pendiente de lo importante mentir es una buena idea, y más si tienes medios de comunicación bien financiados que recogen tus bulos con avidez para esparcirlos. Pero el engaño es el medio, no el fin. Lo más importante es que la mayoría no se ocupe de lo importante. Y, siguiendo a Mafalda, lo que de verdad contiene la atención a lo importante es lo urgente. Pata tener a la mayoría distraída de lo que le atañe hay que crear o inventar urgencias.

A la ultraderecha le gusta que se viva siempre como se vive en situaciones críticas. En situaciones así todo queda subordinado a afrontar la emergencia, la sociedad se hace jerárquica y se simplifican los protocolos de convivencia. Es el tipo de situación en que la gente comprende que los derechos son importantes, pero que hay que suspenderlos para dedicarse a lo urgente. Quien consiga inventar y vender amenazas continuas conseguirá que la población colabore en el aplazamiento de sus derechos y llegue a olvidarse de que los tiene.

Pero no vale cualquier urgencia. A los ultras no les gustan los volcanes en erupción y en el fondo tampoco las pandemias. Aunque el desconcierto de la pandemia es un buen ambiente para fuleros y repartidores de mala baba, da demasiado protagonismo a la ciencia y el conocimiento. Vox no se atreve a decir cuántos de sus dirigentes se vacunaron, porque es difícil administrar esa alergia suya al conocimiento con la evidencia de su necesidad. Y además las pandemias suscitan ciertos impulsos colectivistas y hacen muy laborioso inventarse el enemigo exterior. Lo del virus chino no acaba de despegar.

La urgencia que les gusta es la del enemigo que acecha, la amenaza grupal. Y sobre todo la amenaza del enemigo que está entre nosotros, la que obliga a envolverse en banderas, a segregar ruidosamente y hacerse los matones pateando barrios. Una cosa son los bárbaros señalando nuestras fronteras y otra que aquí mismo en suelo patrio, mientras uno pasea, esté corriendo el riesgo de que, como dice Sánchez Romero, un gay me tire un beso y me dé. El odio es el negocio específico de los fachas, es un dispensador de esas urgencias que no dejan tiempo para lo importante. Cualquier propaganda gana eficacia si busca raíz en materiales tradicionales, para que no parezca propaganda sino reafirmación en lo nuestro.

Los ultras escogen tradiciones como mi madre escogía las lentejas y los chinarros. Debidamente deshidratadas, las tradiciones de todas partes son casposas. En el capítulo de odios de patria soberana y de esencia de lo que somos, tenemos por ejemplo a los gabachos, los moros y los maricones. Y hay que escoger las lentejas. Los franceses no nos sirven, los que andan por aquí tienen dinero, no son pobres, demasiados viajes de gente a Francia, demasiados vínculos, no funciona. Lo de los maricones y los moros tiene mejor pinta. El macho alfa haciendo frente a tanto blandito tiene mucho folclore de apoyo y lo de llevar el latido del Cid en el pecho también es buen material. Luego solo hay que ampliar.

El odio consiste en reducir a grupos humanos a un rasgo que comparten y asociar con ese rasgo un estereotipo infundado y desfavorable con el que se deshumaniza a los individuos. La idea es que siendo moro, negro o maricón, ya no se es nada más. Un sistema autoritario al servicio de una minoría solo puede ser tolerado y hasta apoyado si la mayoría se siente amenazada y en emergencia. La propaganda tiene que asegurarse de que la frustración se manifiesta en ira contra un enemigo identificable. Por eso los ultras siempre parecen enfadados e indignados y siempre están hartos.

Pura representación, se gana una pasta siendo cabecilla ultra, los ricos pagan y asesoran bien. Por eso su ira impostada se grita contra vaguedades como los privilegiados, los subvencionados o los cobradores de paguitas, nunca contra el Corte Inglés, Iberdrola o Florentino Pérez. Siempre son grupos de gente en desventaja los que acumulan esos privilegios que hunden a la buena gente. Si estás lo bastante enfadado, ni siquiera te das cuenta de que nadie es esa buena gente. El odio crea la urgencia que nos aparta de lo importante.

Las mentiras no intentan engañar. Si engañan, mejor, pero no es esa su función. Los ultras son las cloacas de los poderosos, pero ellos quieren parecer resistentes y rebeldes en un mundo amenazado. Para eso hay que tener frases breves que gritar al enemigo y para eso, entre otras cosas, sirven sus mentiras desquiciadas. La manifestación de Chueca, escasa de efectivos pero significativa, desnuda con demasiada estridencia a Vox (y no solo a Vox). Abascal dice que apesta a cloaca socialista sin ánimo de que ser creído, solo con el propósito de tener palabras con las que abroncar y odiar y dar a sus corifeos un estribillo que griten y repitan para diseminar odio, tapar los hechos y ahorrarse el esfuerzo de razonar.

Si callas, parece que pierdes, así que hay que esparcir estribillos rápidos. Por eso llaman a la corrección de la sentencia de la Manada liberticidio progre del feminismo supremacista o dicen que las Trece Rosas mataban, torturaban y violaban. Se equivocan los historiadores y periodistas que rebaten la falsedad de los disparates. A los bulos hay que hacerles frente, pero no repetirlos, porque deben su efecto a la repetición. Debe concentrarse la réplica en la descalificación o burla de quien lo dice, no en el contenido del bulo. Y la descalificación y la burla deben acompañarse con la fuerza cuando la provocación llega al delito o la falta.

Expulsar del Congreso a Juan Carlos Segura por llamar bruja a una diputada es un acto de fuerza adecuado. En su labor de distraer de lo importante, el señor Segura insistió después en que la brujería es legal y por eso bruja no es un insulto. Sabemos que ser idiota es legal y a la vez idiota es un insulto, no hay relación de una cosa con otra. El diccionario de insultos de Pancracio Celdrán contiene una nutrida lista de supuestos de la A a la Z, ninguno de los cuales es delito. Pero lo que mejor entiende el país y menos distrae de lo importante es que Batet expulse a Segura todas las veces que reitere el insulto.

Tácticas comunicativas aparte, el Estado debe ejercer la fuerza necesaria contra quienes acosan a grupos humanos e intensifican el odio contra ellos. Esa fuerza, tan contundente en Cataluña que desmanteló la trama independentista y tan tibia en Vallecas que permitió que Abascal «rompiera» un cordón policial, deberá aplicarse a los macarras que fueron a la caza del gay en Chueca.

La estrategia ultra incluye pasar de ofendidos a ofendiditos. Les ofenden los privilegios de los homosexuales, el supremacismo femenino, los humildes con paguitas, los inmigrantes pobres y de piel oscura. Cuando el odio hace su efecto y hay agresiones o descerebrados nazis vociferan en Chueca, es cuando pasan a ofendiditos y claman ser ajenos al tinglado y amenazan despechados con juicios a quien los señale. Cuánta rebeldía, cuánta resistencia, siempre ofendidos y ofendiditos, qué sinvivir. No hay que encender cigarros en una gasolinera ni actividades de odio en una sociedad agotada. Mejor fuerza civilizada a tiempo.

Y no dejen de apuntar lo de sidosos. Estamos en época de certificados sanitarios para entrar en sitios y moverse. Se pasa muy fácil de la situación sanitaria real a la percibida. Un enfermo de covid puede contagiar a otros entrando en un sitio. Un enfermo de SIDA no, pero a la gente le puede parecer que sí. Quién sabe a lo que se expone uno en un ascensor con gays o africanos. Del estado sanitario de la gente se pasa muy fácil a los temores de la gente. Cuidado con las semillas que estamos plantando.