El arte de gobernar bajo presión

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

Eduardo Parra | Europa Press

01 oct 2021 . Actualizado a las 08:46 h.

España está experimentando la belleza y la desgracia de tener un gobierno de coalición. Belleza, porque informativamente es muy emocionante. Los periodistas nos divertimos y entretenemos al personal -o eso creemos- con las discrepancias de los coaligados. Si, además, ambos dependen del apoyo de terceros, como es el caso español, la intriga se multiplica todos los días, según el suspense que cada uno quiera aportar. Y si esos apoyos internos son de independentistas, la crónica ya necesita grandes narradores tipo Valle-Inclán o Camba, porque cada jornada, cada ley y cada decreto ponen al Gobierno ante el precipicio y al país al borde del colapso. Por eso, cada día que el presidente y los ministros sobreviven es una victoria. Es como para escribir un nuevo manual de supervivencia. Hay que reconocer que Pedro Sánchez tiene arte para este toreo.

La parte amarga, es decir, la desgracia, es todo lo demás, que se resume en una sola frase: «La parte mayoritaria del gobierno», que dice Yolanda Díaz, trabaja bajo presión que ignoro si es soportable. Lo estamos viendo en la confección de los Presupuestos del Estado: cuando se gobierna con mayoría absoluta, lo que decida el ministro de Hacienda bien decidido está. Más que presiones de los demás partidos, hay súplicas, sugerencias o pagos de favores; nada que no pertenezca a la normalidad.

Este año todo está siendo muy distinto. Para abrir boca, ayer terminó septiembre y el Consejo de Ministros no pudo aprobar las cuentas públicas porque no consiguió el apoyo de sus miembros. Unidas Podemos necesita un sello de progresismo social, llámese tope de alquileres o impuesto de sociedades, para presumir ante su parroquia de poderío y que sus ministros puedan salir a la calle sin que les hagan lo que a Pablo Iglesias: un escrache preguntándoles dónde está el cambio. Para aumentar la emoción, nunca falta un Rufián que no sabemos exactamente qué pide, pero le señala al presidente el camino de vuelta a casa; Bildu aprovecha para sacar, al menos lucir, algo relativo al Estado vasco y algún avance en soberanía; el BNG no quiere ser menos, y el PNV no quiere gritar, pero se lleva la parte del león.

Este escribidor, al percibir los empujones de los aliados de Sánchez, se empieza a preguntar cuántas energías se gastan en sofocar apretones y se restan a la solución de problemas. Se empieza a intrigar con la incógnita de cuántas concesiones se hacen para salvar el sillón a costa del beneficio general del país; qué cantidad de Estado se pierde en las negociaciones; qué cantidad de programa electoral le quedará sin cambiar al Partido Socialista por las exigencias de otros, y cuántos ciudadanos se estarán preguntando para qué votó a determinado partido, si se aplica el programa de sus adversarios en las urnas. Pero claro: si me objetáis que eso es la democracia, también os tengo que dar la razón.