Ayer Marie Le Pen fue trending topic en España. La comunidad tuitera patria descubrió, con espanto, que la francesa, estandarte hasta ahora del ultraconservadurismo europeo, había sido sobrepasada, tanto en las encuestas de intención de voto para las presidenciales del próximo años como en sus postulados ideológicos extremos. Y no porque ella se haya centrado, sino porque hay una nueva figura política emergente al otro lado de los Pirineos que le disputa el mismo espacio. Tiene un discurso más radical. Goza de bastante respaldo popular. Y sus propuestas asustan.
Se llama Éric Zemmour (Montreuil, 1958). Es un controvertido ensayista, columnista y tertuliano que se define como «bonapartista» y lleva años haciendo fortuna a cuenta de la «decadencia» del país vecino. Su último libro, un éxito, se titula Francia no ha dicho su última palabra. Y en los últimos meses ha agitado la idea de presentarse a presidente.
Zemmour es ultranacionalista, islamófobo y misógino. Pero también rechaza la «religión de los derechos humanos», quiere prohibir los nombres no franceses, expulsar a dos millones de personas o restablecer la pena de muerte. También es partidario de expulsar a los «militantes LGTBI» de las escuelas y dice que son una «ideología criminal importada de EE. UU.». Según una encuesta, va segundo en la carrera presidencial. Si se presenta, dará mucho que hablar en las redes. Lo haga o no, da mucho que pensar sobre Francia.
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