El día en que cayó la red en un mundo que vota mal

OPINIÓN

DADO RUVIC | Reuters

09 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Mucha coña hubo el día en que cayeron Whatsapp y Facebook. Mucha gente dijo sentirse aliviada y añorar los días en que no había esas cosas, reforzándose en su resistencia a utilizar esos chismes o proclamando su banalidad. Antes de la informática, de internet, del mogollón de canales y antes de que la tecnomanía pareciera vanguardia, el trasto del que renegaba la gente culta que quería parecerlo era la tele.

Las aficiones que todo el mundo declaraba eran la lectura, la música y el cine, nadie que hubiera pasado por la universidad decía ver la tele. Era chistoso oír a quien tenía el prurito de leído y estudiado cuando introducía en la conversación algo oído en Falcon Crest. No mencionaba a Falcon Crest sin decir como de pasada que lo había visto por casualidad y sin querer. Luego fingía no recordar bien el nombre, «la serie esa, cómo se llama … Falcon no sé qué». De aquella chocaba que alguien como Juan Cueto se mostrara como televidente voraz.

Pues eso, mucha coña hubo con la caída de la mensajería y la red social y el desamparo planetario de un mundo sin Facebook y sin Whatsapp. Fue una de esas situaciones en que la gente se ríe de sí misma por un momentáneo desarreglo. Como cuando cae un chaparrón en verano cogiendo a todo el mundo con ropa y calzado ligeros y nos cobijamos en algún techo ocasional con extraños con los que intercambiamos gracietas sobre las fachas que llevamos.

El lunes estuvimos seis horas atechados y riéndonos de las pintas que tenemos sin red social ni mensajería. Luego vinieron las consabidas alarmas por los jóvenes y su adicción a pantallas y teclas. No es para menos. Un compañero me contó que una vez los alumnos le dijeron que no usaban el móvil durante la clase, pero que les permitiera tenerlo solo para notar actividad en la red social. El chisporroteo social del ciberespacio es como el runrún por el que el mundo anuncia que sigue en pie. A simple vista parecen tontos.

Y más lo pareceríamos todos a la gente de Altamira si estuvieran hibernados y despertaran ahora. Y también se equivocarían. Somos la única especie que no sobreviviría ni una generación valiéndose solo del cuerpo y naturaleza con que venimos al mundo. La cultura, industria incluida, es una prótesis que nos permite seguir aquí. Y, a diferencia de otras especies, la sucesión de generaciones hace un efecto colmena. No hay cerebro humano que pueda concebir la fabricación de un coche, los instrumentos de una orquesta o la Novena Sinfonía. Esas cosas requieren historia, es decir, una acumulación de aportaciones a través del tiempo, que cada generación absorba mucho de la generación anterior sin esfuerzo y que añada algo para la siguiente.

Así crecen esos monstruos que están por encima de nuestras capacidades y nuestra vida se va desarrollando cada vez más en el tejido de complejidad creciente de la cultura y menos en el de la naturaleza directa. No seríamos capaces de organizarnos socialmente sin vehículos, a un individuo de Altamira le pareceríamos unos inútiles. Les pareceríamos bobos que ya no saben hacer nada sin chismes y que se deprimen si no tienen abiertas las sidrerías donde pasar tiempo sin hacer nada.

Los jóvenes no son bobos, son humanos. Las redes son un añadido a ese tejido cultural en que vivimos y el incidente del lunes nos recuerda el espesor de ese añadido. Somos una especie muy expresiva que intercambiamos un montón de señales constantemente. La inexpresividad nos perturba y el cine la utiliza para dar miedo. Un zombi solo da angustia si no tiene mirada ni expresión.

El éxito de la red social no está en su evidente utilidad. La gente no está horas en la red por su beneficio práctico. La red social es una especie de prótesis que amplifica nuestra pulsión expresiva, encaja con absoluta eficiencia con nuestras tendencias naturales. Tanto que los alumnos de mi compañero necesitaban señales de actividad en su móvil como todos necesitamos señales, miradas y gestos de los demás. El «me gusta» es un invento asombroso, sin él empezamos a parecer zombis.

Lo del lunes no fue un chiste. Apple, Google, Amazon y Facebook (con todas sus cabezas) controlan los soportes de nuestra actividad profesional y económica, la información y nuestro acceso a ella, nuestra comunicación personal y corporativa, son parte esencial de ese tejido cultural que es nuestro verdadero ecosistema y están firmemente ancladas en nuestros instintos y nuestra naturaleza, como si estuviéramos conectados a unas botellas de oxígeno modificado sin el que ya no sabemos respirar bien.

Enseguida las monedas serán símbolos digitales de sus redes (quién verá a los ultraliberales de la banca pidiendo medidas proteccionistas). Y esas empresas tienen dueños. A alguno se le quedó el planeta pequeño y salió al espacio subido sobre nuestros hombros, según dijo él más o menos. Fue una suerte que coincidiera el apagón de la red con la afirmación de Vargas Llosa de que la democracia no consistía en votar en libertad sino en votar bien. De él ya sabíamos que era un escritor excelso, que mostraba con gran altura la realidad cuando hacía ficción y que inventaba ficciones con gran bajeza cuando hablaba de la realidad. Por estas fechas supimos además que es un ahorrador eficiente. Siempre es iluminador que hable.

Lo del lunes nos recuerda que una sociedad puede permitir la acumulación de riqueza y hasta es bueno que lo haga. Pero la condición para que sea democrática es que el pueblo pueda poner y quitar a los que mandan y eso solo puede ocurrir si hay intervención pública sobre los asuntos que conciernen a todos, como la salud de la población, la seguridad y la educación, por ejemplo. Cuando la acumulación de riqueza alcanza ciertas cotas, ya es de la incumbencia de todos. Que un señor se haga rico con una cadena de restaurantes de éxito es cosa suya. Que un señor sea el amo único de una empresa cuyo valor en bolsa es casi el PIB de España ya no es solo cosa suya. Y que cuatro empresas controlen casi el aire que respiramos tampoco es cosa suya. No hay capitalismo aceptable si no es en democracia y no hay democracia donde fortunas y empresas privadas son más fuertes que los estados y controlan las condiciones económicas y vitales de todo el mundo. No hablo de expropiación (o sí, depende). Hablo de intervención, de que las autoridades a las que podemos confirmar o echar tengan las riendas del bien general. Hablo de libertad y democracia.

Pero no todo el mundo lo ve así, claro. Casado dijo que la gente debe ser libre para hacer lo que le dé la gana con lo que es suyo (espero que eso no incluya las armas). Lo dijo a propósito de la ley con la que se quiere intervenir el precio del alquiler de quien tenga más de diez pisos para alquilar (es decir, bancos, fondos de inversiones y cosas así). La idea es que si quieren Zuckerberg y Bezos regulen nuestra existencia haciendo lo que les dé la gana con lo que es suyo. Siempre se agradece la claridad.

Muchos pensamos que la acumulación de riqueza se produce porque aceptamos mantener un orden que provoca la acumulación de riqueza y que quienes acumulan riqueza tienen obligaciones severas con la sociedad que se organiza para que se acumule riqueza. Otros piensan que el que acumula riqueza no tiene esas obligaciones y si quiere imponer su voluntad y condicionantes a los demás, solo hay que hacer lo que dijo Almeida: nada. Esta es la libertad que proponen. Otros pensamos que la libertad sin medida de unos hace imposible una libertad digna para los demás y que la pregunta no es la de Lenin, ¿libertad para qué?, sino ¿libertad para quiénes?

Así que por eso fue tan de agradecer la proclamación de Vargas Llosa. Hay que votar bien. Votar mal, efectivamente, consume y deshidrata la democracia. Siempre hay que prestar atención a la gente que sabe ahorrar.