Las llamadas élites (y 2)

OPINIÓN

María Pedreda

17 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En el artículo anterior (1ª parte), ya definimos las élites, y ahora lo hacemos de otra manera, aunque sustantivamente semejante, siguiendo al americano Frank Bealey: «Grupos superiores al resto de la comunidad en ciertos aspectos; la superioridad puede radicar en el status social, el brillo intelectual, la posesión de grandes riquezas o una posición de preeminencia». Y si escribimos que el elitismo es la doctrina de las élites, añadiremos ahora que también puede ser un simple subjetivismo, una mera ilusión, una aspiración a considerarse perteneciente a una élite; seguramente sin serlo.

Curiosamente la palabra élite viene del verbo éligere, tal como del mismo verbo viene la palabra elegancia o elegante, que se refiere al que puede escoger libremente, que tiene libertad para ello. Ser de la élite como ser elegante son aspiraciones o deseos, no disgustando a ningún burgués que le digan ser de la élite o que es elegante, del mismo modo que en la milicia, a un sargento no desagrada que, equivocadamente, se le llame capitán. Por esa aspiración elitista, la  llamada «circulación de las élites» (Pareto), e importante para conseguir una necesaria movilidad social, sea tan lenta.

Las élites decadentes se resisten a desaparecer y el ascenso de las nuevas es poco a poco, lentamente, pues lo novedoso es muy cuestionado, y así a los nuevos se les llama «nuevos ricos» despectivamente, olvidando que todos los ricos fueron nuevos en su momento. Saltos bruscos como pasar de lo pequeño-burgués a consorte de rey, puede ser pecado imperdonable y causante de complejos infinitos, e incluso enfermedades.

El afán de dejar de ser masa y de convertirse en minoría, en ser de la oligarquía en tiempos de igualdad democrática, conlleva la dualidad de lo esquizoide, pues una cosa es lo que muchos piensan, el afán minoritario o grupal, y otra lo que los mismos predican desde sus pulpitos, que es lo democrático, la igualdad. Acaso por ello, en libertad, las masas nunca puedan contra las minorías, siempre inevitables y poderosas; y el imperio de la mayoría sólo se puede imponer coactivamente por la fuerza a la minoría, caso de los llamados países comunistas, que establecieron por decreto la sociedad sin clases; ellos mismos, los comunistas, a su vez elitistas, por el elitismo inherente siempre al poder, incluso al comunista. Peter Brook escribió que la democracia no pertenece a la naturaleza humana, y que los valores como la democracia, hay que defenderlos para que no perezcan. E Indro Montanelli escribió: «Considero il cinismo un ingrediente necesario della politica».

Ya hay quien taimada y de siniestra manera conoce, para sus fines egoístas, los afanes, aspiraciones y pensamientos de muchos de ser élite, permitiendo actuar sobre los mismos y consiguiendo, con esa explotación, beneficios o provechos. La palabra precisa es manipulación. En esto, papel muy importante tienen los medios de comunicación que son administradores o gestores de vanidades personales, más aún, sirviéndose de la publicidad o propaganda que de la verdad, artífices de falsos «rumbos a la gloria». Se premia a unos y otros, en la búsqueda siempre de contraprestaciones, y jugando siempre con una ventaja: el favorecido o premiado de lo que sea o con lo que sea, siempre se cree merecedor del galardón. Jamás lo cuestionará, pues el cuestionamiento quitaría la estupidez inherente.

Hay también «personas particulares», con muchos anuncios y fotografías, especializados en estos teatrillos o ferias de vanidades, que tanto recuerdan a Vanity Fair, divertida y picaresca obra por entregas, de William M. Thackeray, que empieza así: «Un sentimiento de honda melancolía  invade al director de escena, que, sentado, frente al telón, observa la bulliciosa animación de la Feria». Y hace años, lo más duro y descalificador contra un premiado, que era jurista, lo escuché a uno del «elitista Jurado» que, desvergonzadamente, luego aplaudió como un idiota. Y escribo entre comillas lo de elitista jurado, pues sólo los mentecatos pueden considerarse elitistas por ser jurados de esas fechorias.

Es muy interesante el papel que desempeñaron, en el afán de integrarse muchas personas en las élites, los deportes que antes fueron de eso, de élite, como el tenis o el golf. En el interesante libro Sobre el Poder, cuya edición en 2007 correspondió a Manuel Menéndez Alzamora (Tecnos), hay un trabajo muy interesante de Eduardo González Calleja, titulado Poder, Política y Deporte, en el que se escribe: «El reconocimiento y prestigio conquistados por medio del deporte, que se suelen traducir en una recompensa de índole social en forma de honor y fama, pueden ser también de tipo material y portar poder».  

No se trata aquí de reflexionar sobre el tema del Poder y Deporte, sino de conocer de qué manera la práctica, antaño, de deportes de élite -hoy ya no lo son- facilitó la integración en una élite de verdad o la creencia de que por jugar al tenis, al golf o pilotar un snipe, frecuentando clubs cerrados, ya se era de la élite. Es muy interesante el papel elitista que en tiempos pasados tuvieron en Asturias, para formar élites, el Club de Tenis de Oviedo, con una construcción genuinamente british, el Club de Golf de Castiello, y el Club Astur de Regatas de Gijón. ¿Quiénes antaño eran los que jugaban al tenis en Oviedo, al golf en Castiello o regateaban en el Muro de San Lorenzo? El antes y el ahora nada tienen que ver entre si, aunque algunos, con retraso, vivan, equivocadamente, el hoy como si fuera el ayer. ¡Cuánto falta por conocer sobre ese tema interesante del deporte de élite y la consolidación de la burguesía!  

El norteamericano Michael  J. Sandel, autor del libro La tiranía del mérito, se rebeló contra las élites americanas, teniendo muy en cuenta que EE.UU es el Estado de mayor movilidad social e India el menor. Sandel fustigó el sistema universitario de su país, comprándose hasta el ingreso en los prestigiosos Colleges, Altas Escuelas y Universidades, que allí facilitan el prestigio y ascenso sociales. En España han desaparecido los prestigiosos centros religiosos de enseñanza, ya no siendo la Religión, como antes,  fuente de prestigio social, y las universidades privadas no pueden ocultar lo que son: un mero negocio y un sitio que algunos permite escribir en su tarjeta de visita: catedrático.

En España, la fuente de prestigio y de ascenso social, la verdadera meritocracia, venía de un sistema de acceso a funciones a través de las llamadas «oposiciones», en las que, con inconvenientes y excepciones, regía el principio de la igualdad. Y había oposiciones, vía de acceso a la élite, para hacerse rico directamente y había oposiciones para hacerse rico pidiendo la excedencia pronto, pasando a lo privado.

Y escribiendo de élites y de elitismo, lo más elitista que leí, no sabiendo si procede de Arthur Schopenhauer o de Friedrich Nietzsche, fue la alternativa: Ordinariez o soledad. Y en el Renacimiento, ya el pensador Italo Contino aconsejaba dormir la siesta en un ataúd de madera, también llamado «pijama negro», a modo de terapia para el poderoso y triunfador, ya de la élite.