Al final de la pandemia: entre la tragedia y la farsa

OPINIÓN

Pilar Canicoba

01 oct 2021 . Actualizado a las 05:05 h.

Llegamos al final de la pandemia gracias a la estrategia de control y la generalización de las vacunas frente al negacionismo, pero también frente al dogma de la erradicación y la eliminación del virus. Un final que ni será inmediato ni será absoluto, porque ya sabemos que las pandemias de infecciones respiratorias, al menos de las hasta ahora conocidas, se mantienen durante años, hasta que se transforman en solo una endemia sin mayor incidencia y mortalidad.

Vamos camino de culminar el proceso de vacunación: primero con las dosis de recuerdo a las personas mayores y a los más vulnerables y por extensión con la pretensión egoísta de algunos de la tercera dosis frente a la prioridad fundamental de lograr la primera dosis global, en particular el tercer mundo, así como del estudio de la relación riesgo beneficio para la hipotética vacunación en los niños, y como era de esperar con la segunda dosis, está vez heteróloga, a los vacunados con Jansen. Crucemos los dedos y esperemos que el indudable éxito de la vacunación en España nos evite volver a los debates maniqueos de otros momentos de la vacunación.

Continúa sin embargo el negacionismo vergonzante de algunos tribunales de justicia, que siguen abriendo causas contra los responsables técnicos y políticos de la gestión de la pandemia a consecuencia de las demandas y querellas de las organizaciones de la extrema derecha, y ante todo de la mayoría conservadora del Tribunal Constitucional español que transmutada en oposición política, encadena nuevos rechazos a las medidas de salud pública amparadas por  el estado de alarma y mantiene por contra la defensa nihilista del estado de excepción frente a la pandemia. Una posición negacionista que aparece como la excepción española y exótica entre los tribunales constitucionales de nuestro entorno europeo y democrático.

Por otro lado, situados ya fuera de la quinta ola, vuelve con ello el miedo y la amenaza de algunos expertos a una sexta ola, ahora ante el peligro de la variante delta plus y la habitual amenaza nunca cumplida del escape vacunal, hasta el logro de la quimera de la vacunación total, de la llamada inmunidad de rebaño y la consiguiente erradicación y eliminación del virus: el cero covid. Y con ello, vuelve también el eterno reproche ante cualquier flexibilización de las restricciones de movilidad y en general de las medidas no farmacológicas adoptadas por todos los gobiernos, que de nuevo consideran prematuras, mientras que desde la posición opuesta el sector hostelero y el sector turístico siguen atribuyendoles los calificativos de desproporcionadas y de tardías. 

En definitiva, vuelven los maniqueísmos de siempre que al final de todas las olas nos han impedido compartir una salida gradual con el equilibrio entre la apertura y la prudencia necesarias, pero en esta quinta ola, con la convicción de que el alto nivel de vacunación nos sitúa objetivamente fuera ya de los duros efectos sanitarios de la pandemia. Estamos de hecho en una nueva fase, que de hecho entra dentro de la normalidad, aunque sea en medio de la incertidumbre.

Sin embargo, las dudas del Ministerio de Sanidad, aplazan hasta ahora la necesaria modificación consensuada de las medidas de salud pública y del llamado semáforo de respuesta a la pandemia, y con ello la oportunidad de la desescalada. Vuelve también la polarización en clave madrileña, esta vez centrada en la retirada de la obligatoriedad de la mascarilla, eso sí siempre y cuando se mantenga la distancia de seguridad, en los recreos de las escuelas. Es decir, de nuevo un debate en falso que pone en evidencia el oportunismo y el negacionismo vergonzante de la presidenta madrileña, aunque también favorecido por el caldo de cultivo de la falta de liderazgo compartido por parte del Ministerio de Sanidad en coordinación con las CCAA para la salida definitiva de la pandemia.

Es urgente la desescalada final de la pandemia y con ello dar el paso a la normalidad de la socialización ante el riesgo de la sociofobia y sus negativas consecuencias para la dinámica social, la confianza, la participación, la cooperación, la solidaridad y también para la salud mental. En este sentido, el teletrabajo, la enseñanza telemática y la telemedicina no solo han venido para quedarse, o mejor dicho se ha visto acelerado su despliegue como consecuencia de la pandemia, sino que nos han mostrado también sus graves limitaciones, y por tanto los retos aún pendientes tanto humanos, como formativos y de equidad para su oportuna integración.

En materia de salud mental, no se trata tan solo de lograr una mayor incorporación de la psicoterapia como prestación y de un adecuado número de psicólogos clínicos, cosa que ya se planteó con el relanzamiento de la reforma de finales de los noventa, sino que se trata sobre todo de cambiar el actual modelo psiquiátrico de orientación exclusivamente farmacológica y hospitalaria, por otro más amplio de salud mental que tenga un carácter pluridisciplinar, integral y de base comunitaria. Por otra parte, si bien la pandemia se está terminando entre nosotros, sin embargo la sindemia de los determinantes sociales de las desigualdades y la de las enfermedades crónicas todavía continúan y se agravan en particular entre los de menores rentas y más vulnerables.

A pesar de todo, y en cuanto a los servicios públicos y la investigación, que han sido nuestro principal escudo durante la pandemia y el fundamento de su derrota, vuelve sin embargo el recorte del personal y se mantienen las anteriores carencias, en especial en la atención primaria. También, se aplaza incomprensiblemente la puesta en marcha de la agencia de salud pública, y con ello la red de formación e investigación y el desarrollo del perfil profesional para no antes de 2022. Cuando es urgente la vuelta a la atención presencial, a la prevención, la atención comunitaria y la aprobación de un agencia de salud pública autónoma y compartida con las CCAA con el modelo federal del Robert Koch alemán.

Contrasta también la confrontación sobre la reforma laboral, incluso dentro del propio  gobierno, y la insensibilidad ante los datos de pobreza y desigualdades sociales, con la extraordinaria valoración ciudadana de las actividades y de los trabajadores esenciales en el momento más duro de la pandemia. Porque lo que sigue siendo ejemplar es el civismo, el compromiso y la responsabilidad de los  ciudadanos, como la mejor lección de la pandemia.

Finalmente, la tragedia de la pandemia continúa, sobre todo fuera de nuestras fronteras, sin que haya cambiado sustancialmente la insolidaridad de las empresas y de los países más ricos para con los países empobrecidos, de manera que el programa covax aún se encuentra muy lejos de los objetivos comprometidos para finales de 2021. Sin embargo, algunas medidas como la iniciativa de la OMS para compartir la patente y el desarrollo de la vacuna de Moderna, así como el anuncio en un sentido similar por parte de la compañía Merck sobre medicación antiviral molnupiravir frente a la covid19, parece que pueden ser un punto de inflexión desde el acaparamiento hacia la cooperación. Resulta urgente que cunda el ejemplo y se generalice la suspensión de las patentes.