La indignación popular

Jorge Matías
Jorge Matías REDACCIÓN

OPINIÓN

HBO Max

04 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

No hemos aprendido nada. Han pasado veinte años y todo el mundo parece ser muy comprensivo con la injustamente condenada por el asesinato de Rocío Wanninkhof, Dolores Vázquez. Pero lo cierto es que en su momento nadie lo fue. O casi nadie.

Repasando noticias de aquellos años sobre el caso, se pueden contar con cuentagotas los vecinos de la acusada que, ante la detención de la mujer, afirmaron que no era culpable hasta que lo decidiera un juez. Y los medios, esos mismos que hoy llenan páginas y horas con la historia de Dolores ahora que ha decidido hablar en la serie documental de HBO, como si no tuvieran culpa de nada, en lugar de hacer un poco de introspección, cantan contra la injusticia cometida contra Dolores. Y la gente, el pueblo, se solidariza con alguien a quien satanizaron sin rubor alguno en su día, pues los medios de comunicación no actúan solos jamás.

La indignación popular es mala cosa en estos casos, sea el acusado culpable o no. Estos días estamos viendo titulares que acusan a un juez de estar en contra de las penas duras a raíz del asesinato de un niño, como si solo pudieran ser jueces quienes están a favor de las penas duras (en España lo son) y como si eso le hiciera culpable de algo o como si eso fuera noticiable. Hay una carrera mediática con fines políticos que alimenta y es alimentada por la indignación cada vez que ocurre una desgracia.

Dolores no es la primera ni la última. Claudio Alba fue detenido acusado de ser el asesino de prostitutas de Castellón, en 1997. Los agentes que le interrogaron le enseñaron tres fotos y le dijeron que las había matado él. Después de cinco meses en prisión, una jueza ordenó excarcelarle, pero la fiscalía recurrió y Claudio volvió a ser detenido. A las puertas del juzgado le esperaba una multitud. Una señora enfurecida gritaba: «mátenlo, mátenlo, la policía no hace nada».

Claudio Alba resultó ser inocente. El asesino en serie de Castellón era un vendedor de seguros de menos de cuarenta años que confesó todos los crímenes. Sin embargo, Alba se vio obligado a ir a firmar ante las autoridades durante mucho tiempo al estar en libertad condicional, aunque no había matado ni a una mosca. Falleció en 2002, casi arruinado.

Hay más nombres, busquen. En el caso de Alba tres mujeres le señalaron. En el caso de Dolores, los testimonios que la llevaron a la cárcel son delirantes. Salvando las distancias, los medios presionaban y la indignación se desataba y había que hacer caso a las víctimas, que estaban muertas pero se ve que habían dejado portavoces. Y aquí es donde se concentra todo el mal que es la indignación popular. Las víctimas son víctimas, los familiares de las víctimas son familiares de las víctimas, y estos no siempre llevan razón ni siempre hay motivo alguno para hacerles caso. Como a las cadenas de televisión. Un país moderno no puede dejar estas cosas en manos de la turba.