Igualdad

Enrique del Teso
Enrique del Teso REDACCIÓN

OPINIÓN

Álvaro Ballesteros

06 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Cualquiera puede hacerse rico. Ojo, no todos. Cualquiera. Todo va bien si todo el mundo juega a ser ese cualquiera. Así de optimista era uno de los asesores de Pinochet ante el plebiscito del 88, que acabó perdiendo. Vargas Llosa lo dijo mejor. La igualdad solo puede ser consecuencia de un gobierno opresivo que haga «tabla rasa de las distintas capacidades individuales, imaginación, inventiva, concentración, diligencia, ambición, espíritu de trabajo, liderazgo». La igualdad no solo es opresiva sino estúpida, porque estúpido es «ignorar que entre los individuos hay inteligentes y tontos, diligentes o haraganes, inventivos y rutinarios o lerdos, estudiosos y perezosos». Deberían haber ilustrado tan atinadas palabras con una foto de Froilán ostentando su cochazo. Es el ejemplo de cómo se asciende a base de diligencia y estudio, porque ¿quién estudió más que Froilán el segundo curso de la ESO? Donde otros pasaron de puntillas él perseveró tres años, dando al mundo un ejemplo de constancia. Es normal que otros no tengan electricidad y él tenga ese cochazo (porque además, como dijo en su justa defensa Gerardo Tecé, a ver si Froilán no va a poder comprarse lo que le dé la gana con tu dinero). Y no es el único buen ejemplo. Aquellas inolvidables imágenes de los barrios ricos de Madrid en manifestación contra el confinamiento comunista abundaban en jóvenes hechos a sí mismos que rebosaban diligencia e inventiva y que estaban hartos de no tomar cañas, siendo como es suyo el país.

Las cifras de la desigualdad tras la pandemia producen sonrojo. Más de la cuarta parte de la población está, como se dice ahora, en riesgo de pobreza y exclusión. No sé muy bien la diferencia entre riesgo de pobreza y pobreza. El que está en riesgo de ser pobre me temo que es pobre, que no tiene dinero para comer lo suficiente, para vestirse como es debido o para pagar la luz cualquiera que sea la hora a la que ponga la lavadora (los que la tengan). Antes usé esa expresión tan pastosa de «la cuarta parte de la población», en vez de haber dicho algo más fresco como «una de cada cuatro personas que se cruce por la calle es pobre». Y lo hice para no mentir. Es verdad que la cuarta parte es una de cada cuatro personas, pero no es verdad que se las vaya a cruzar por la calle. De eso va la exclusión. Hay derechos que solo se ejercen si los poderes públicos actúan. Por ejemplo, el derecho a ser asistido en caso de enfermedad requiere que haya una gestión sanitaria. Otros derechos no son efecto de una gestión pública y el derecho en sí consiste en que no haya impedimentos. Uno tiene derecho a vivir en pareja. Pero ese derecho no consiste en que los poderes públicos te gestionen una pareja. Basta con que actúen para que no se te impida vivir en pareja, por ejemplo, porque no tengas casa donde vivir o porque tu pareja sea de tu mismo sexo. Esa llamada exclusión social consiste en los impedimentos que hacen imposible el conjunto de derechos que hacen a un individuo parte de una sociedad. Quienes no la padecemos rara vez nos cruzaremos con ellos, porque no van a conciertos, ni a librerías, ni a sidrerías. Uno de cada cuatro españoles es pobre y excluido y la tasa va subiendo. A la vez, los más ricos de España relatados por Forbes son más ricos que hace un año, cuando ya eran muy ricos.

La pandemia no crea esta desigualdad. La pandemia es como ese colirio que te ponen los oculistas que dilata la pupila y hace más visible lo que hay dentro. La pandemia es una jornada de puertas abiertas del neoliberalismo para que veamos su maquinaria y funcionamiento. Pero el sistema ya estaba ahí. Cuando hay bonanza económica ganan los poderosos. Cuando hay crisis pierden los humildes. El neoliberalismo consiste en fingir que no hay sociedad, sino solo individuos unos al lado de otros, que todos estamos igualmente excluidos, que cada uno tiene que buscarse la vida, que nadie tiene derecho a que los demás lo asistan y paguen impuestos para su asistencia y que todos tenemos que hacer como los ricos, que se las apañan con sus millones como buenamente pueden. Es lo que dicen y es inmoral. Pero es más inmoral lo que realmente piensan y hacen. Casi las tres cuartas partes de los ricos lo son de nacimiento. Cada vez más la gente vive como nace.

Antes y al margen de la pandemia ya arreciaba esa propaganda de que la desigualdad es efecto de los méritos de cada uno. Usando el vocabulario de Vargas Llosa, hay pobres porque en la sociedad hay tontos, haraganes, lerdos y perezosos. Y hay ricos porque hay inteligentes, diligentes, inventivos y estudiosos. Esta propaganda se sustenta en el culto a personalidades singulares, como Amancio Ortega, y en la aporofobia, en denigrar a los humildes con los vicios que cualquiera intenta evitar en sus hijos, porque de propaganda se trata. Atacan la igualdad con dos falacias, la del hombre de paja y la de la atribución viciosa de la carga de la prueba. Por la primera argumentan contra lo que nadie dice. Asocian la igualdad con una nivelación matemática y decretada de los salarios y mucha gente vistiendo la misma ropa mortecina y gastada. La igualdad solo es literal y absoluta cuando se refiere a los derechos de grupos discriminados, como las minorías raciales, las mujeres o los homosexuales. La igualdad económica no se refiere a sueldos idénticos, ni siquiera a que no haya ricos. Se refiere a redistribución de la riqueza para financiar los servicios que hacen efectivos los derechos de toda la población y para que esa población esté protegida. La redistribución impide que la riqueza se acumule donde ya hay riqueza en un proceso sin fin. Y sirve para que la desigualdad no llegue al punto de anular la democracia, porque los más ricos tengan más poder que los gobiernos elegidos, y al punto de imposibilitar los derechos de todos. Tiene que haber un límite a las diferencias.

La otra falacia consiste en asociar con la igualdad un vicio que se da en mayor medida con la desigualdad. En un sistema que proteja mucho a la población puede haber vagos que coman la sopa boba de la asistencia pública o que vivan con salarios dignos sin la debida dedicación. Pero lo que es un verdadero imán para los parásitos es la desigualdad. La gente a veces se hace rica por algún mérito, otras por nacimiento y otras por suerte. Pero la desigualdad es el terreno fértil para especuladores, truhanes financieros, cortesanos arribistas y personajes directamente estafadores y ladrones que amasan dinero a base de relaciones, oportunismo y malas artes que afectan a los precios de las cosas y a la propia actividad económica. Es un hecho que hay vagos y aprovechados en cualquier sistema. Elija el jeta que se sale con la suya: el del sistema igualitario que come la sopa boba o el de la desigualdad que se enriquece sin dar golpe a costa de la sopa de los demás.

Las cifras de desigualdad en España suscitan los consabidos brindis al sol de que hay que hacer algo, que es un lastre y, cargándole un poco más de retórica, que cómo seremos tan egoístas los humanos. La desigualdad se produce porque no hay redistribución de la riqueza y solo hay un instrumento civilizado de redistribución: los impuestos. Las cifras de desigualdad dicen a gritos que en España hay mucho margen para subir los impuestos a las rentas altas. Quien promete bajar impuestos quiere bajar los impuestos de los ricos. Quien le prometa bajar los impuestos le quiere quitar el médico, la jubilación y oportunidades justas para sus hijos. Sin excepción. Sin redistribución no hay servicios públicos y sin ellos no se hacen efectivos nuestros derechos básicos. Igual que los muros y el techo acotan un espacio que llamamos hogar, los derechos efectivamente ejercidos dan forma al espacio que llamamos libertad. Nadie es libre si está amenazado, si está excluido, si es pobre y si no tiene oportunidades. Algunos quieren distraernos invocando luchas contra el ectoplasma de ETA, ensoñando defensas contra un comunismo imaginario y delirando un deslumbrante descubrimiento del descubrimiento de América. Pero las cifras de la desigualdad gritan lo que ellos quieren encubrir: que España se va haciendo menos libre.