España puede y debe presumir de la respuesta ciudadana a la pandemia del covid. No hay mejor prueba que los altísimos porcentajes de vacunación y la marginalidad social de los negacionistas y los defensores de terapias alternativas. Han sido arrinconados en algunos grupos de Telegram de alcance trasatlántico y en otros foros penumbrosos. Ni la opinión pública ni la publicada les ha dado bola en ningún momento, salvo contadas y deshonrosas excepciones.
A los de la «plandemia» les hubiera ido mejor si se hubieran abonado a la tesis del gran apagón que lanzó a rodar una ministra de Austria, preocupada por la espada de Damocles que supone depender del gas ruso. Habrían podido gozar de repercusión en los platós y en Tik Tok y en Instagram, nuevas autopistas multimedia, de momento libres de peaje, para las conspiraciones.
Da igual lo que digan los expertos y los análisis. En esos programas que se disfrazan de informativos para enganchar y entretener, como El hormiguero, hemos visto estos días todo tipo de recomendaciones para comprar desde kits de supervivencia a hornillos de cámping gas. Hay tendencias de búsquedas en Google que reflejan cierta lógica preocupación social. Y ciertos carroñeros que se aprovechan atemorizando a la gente incluso con campañas pagadas en Facebook. Alimentar el miedo ajeno es insensato e irresponsable, pero también puede ser muy rentable.