Miedo y avaricia cognitiva con aquelarre de fondo

OPINIÓN

De izquierda a derecha en la imagen la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau; la portavoz del MDyC en Ceuta, Fátima Hamed; la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz; la líder de Más Madrid, Mónica García, y la vicepresidenta del Gobierno valenciano, Mónica Oltra, a su llegada al Teatro Olympia de Valencia.
De izquierda a derecha en la imagen la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau; la portavoz del MDyC en Ceuta, Fátima Hamed; la vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz; la líder de Más Madrid, Mónica García, y la vicepresidenta del Gobierno valenciano, Mónica Oltra, a su llegada al Teatro Olympia de Valencia. ANA ESCOBAR

20 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Siempre me hizo gracia la expresión «avaricia cognitiva», por lo chocante y por lo acertada. Los avaros son celosos de su dinero y gastan poco. Viven como si fueran más pobres. Según dicen los test diseñados para ello, con independencia de sus estudios y preces intelectuales, hay individuos que en sus decisiones y valoraciones emplean muy poco de su inteligencia y conocimientos, como los avaros emplean muy poco de su dinero. Los avaros cognitivos esconden con tanto celo su inteligencia que hablan y actúan como indigentes mentales. El coronavirus, como el cambio del milenio, fue un vivero de bulos y alucinaciones conspiranoicas. A pesar de lo que creamos, se volvió a comprobar que la inteligencia y la formación modifican poco el grado de credulidad de bulos y la predisposición para intoxicar. Hay incertidumbre y hay toxicidad en el ambiente de la vida pública. Hay toxicidad informativa, toxicidad en los modales, toxicidad en el lenguaje, toxicidad en las redes, toxicidad en el talante político, toxicidad moral. La gente de a pie está más circunspecta, menos sectaria y más a las cosas que sus representantes y los voceros mediáticos. El país es como una parrilla invertida. La pringue no cae hacia abajo sino que flota por encima de la población, aunque se vaya afectando por los chorretones que de tanto en tanto le caen encima.

Los test de avaricia cognitiva miden la tendencia de los individuos a actuar en caliente o a sopesar factores antes de actuar o de tomar algo como verdadero. Miden si en la red social compartes las cosas antes o después de pensar sobre ellas. Pero solo en parte son acertados porque presentan la avaricia cognitiva como característica de los individuos, cuando es más interesante (y preocupante) observarla como característica de las situaciones. Hay situaciones que nos hacen más avaros cognitivos, nos embrutecen. Y además hay gente bien financiada que nos quiere indigentes intelectuales. La situación es de incertidumbre y miedo difuso. Hay desazón por la pandemia, cuya evolución se desconoce. Hay temor por la economía y desconfianza en los jóvenes. Suben los precios, el consumo no arranca, los jóvenes prefieren ahorrar, no se fían. Hay alarma energética, la electricidad está desbocada y el suministro de gas está en todas partes estrangulado en conflictos políticos. Hay temor, de momento contenido, al desabastecimiento. Hay incertidumbre política, ni hay mayorías claras ni son imaginables consensos estratégicos. Si levantamos la mirada del terruño para ampliar horizontes, la cosa no mejora. La situación internacional se ve revuelta y sin cauce. Se respira grisura y ceguera, como si un polvo fino estuviera difuminando los contornos.

Es una situación en la que se tiende a la avaricia cognitiva. Apetecen acciones rápidas, explicaciones simples y expeditivas. Se devoran palabras y relatos, no por su verdad o coherencia. No mueven las palabras o los análisis que se ajustan a los hechos o a la lógica, sino los que se ajustan al estado de ánimo, los que consuelan si queremos consuelo, los inflamados y coléricos si llevamos furia dentro o los cargados de odio si eso es lo que nos limpia la sangre. Los hechos, la lógica y el sentido común es para tiempos más sobrados. Además, cuanto más usurero se sea con la inteligencia, menos esfuerzo se acepta y más apetece que el odio se concrete en algo que tenga forma, color de piel identificable, ropa característica o nombre propio; son tiempos propicios para carteles con niños pobres que roban a tu abuela la pensión. Los test de avaricia cognitiva dicen que unos individuos son más dados al embrutecimiento que otros. Pero, como digo, son las situaciones las que hacen que la mayoría sea propensa al embrutecimiento. En verano no cogemos catarros, pero no porque no haya gérmenes sino porque con el calor nuestro sistema inmunitario nos protege. Cuando el frío lo debilita, los patógenos que siempre están ahí entran y enfermamos. El racismo, la xenofobia, el clasismo, el machismo, la homofobia y todos los odios y pulsiones agresivas y autoritarias que configuran la ultraderecha están siempre ahí como gérmenes listos para dañar el tejido social. Están ahí porque están fuertemente financiados y organizados internacionalmente. Están ahí como siempre, pero ahora mismo el país y Europa están cogiendo frío y el sistema inmunitario de la democracia está vago. Están ahí negando el cambio climático porque conviene al neoliberalismo rapaz al que sirven; y a la vez propalando bulos como el del gran apagón, intentando que crezca el desconcierto y que la situación favorezca más la brutalidad que es su tejido natural; y estimulando odios, porque el odio es el oxígeno que respiran; y fingiendo desconfianza en las vacunas, por su alergia al conocimiento.

En este ambiente llega la mitad de la legislatura y el nivel es del Hormiguero, el de eso me lo dices en la calle y el de muertos, mira, yo paso. Llueven encuestas y vendrán más, sobre todo en los medios conservadores. Las encuestas sin sensación de elecciones sirven de poco, pero la derecha se agarra al principio de Heisenberg a ver si reflejar la realidad una y otra vez la modifica, aunque el reflejo sea de aquellos distorsionados de la calle del Gato de Valle-Inclán. Las encuestas además pueden verse afectadas por lo único nuevo que está ocurriendo en la configuración de fuerzas políticas que es lo que pueda salir del aquelarre de Valencia. Casado es un avaro cognitivo habitual que esconde con celo los conocimientos que adquirió en el máster de Aravaca y en los cuatro meses mágicos del centro Cardenal Cisneros. Por eso cree que la energía solar solo funciona por el día y por eso debe creer que la palabra aquelarre era un ataque, reforzando como refuerza la condición femenina del acto que las protagonistas quisieron resaltar.

Es difícil saber lo que dará de sí el protagonismo de Yolanda Díaz. Muchas veces vale más ser la persona adecuada para el momento que cualquier otra cualidad. Y algo así  sucede. Díaz se asienta sobre una gestión bien valorada, más que sobre simbolismos sobreactuados. En tiempos de confusión, su tono alejado de hiperliderazgos induce tranquilidad. En tiempos de bronca y zasca, mantiene unas maneras educadas, y casi elegantes, pero no débiles. Proyecta firmeza, pero smooth, como ese jazz de matices suaves sin picos. Tiene los tonos laboristas que la hacen reconocible en ambientes sindicales y de izquierda tradicional, sobre el cuerpo de izquierda actual que incorpora el feminismo, el ecologismo y la diversidad. Se opone a Vox limitándose a ser lo opuesto a Vox. Quizá lo más eficaz contra las llamas ultras y el grandonismo de Ayuso sea un buen chorro de normalidad. Y está bien vista en el electorado del PSOE, tiene cierta transversalidad en el espacio progresista. Díaz puede no estar detectando la España vacía (Teruel Existe fue solo el principio) y la derecha puede no estar detectándola a ella. De hecho todavía no tiene la horma del vituperio y el insulto desquiciado para ella. Lo de brujas y aquelarres suena a que está verde el asunto y tienen que darle alguna vuelta más. Lo de Valencia sonó a que algo puede agitarse y en femenino, algo de tamaño modesto pero relevante y con crecederas. La cresta de la ola dura muy poco y el proceso para fraguar algo no puede eternizarse. Podemos, Errejón y Sánchez parecen igual de expectantes y circunspectos.

Por la parte alta, y en momentos propicios para ello, están desatados los mecanismos compulsivos que anulan la razón en política: nacionalismo redentor y doliente (tanto el segregador, como el unionista que delira imperios), fundamentalismo religioso, xenofobia, … En la población domina el pesimismo y el temor. A lo mejor funciona lo del chorro de normalidad. Que vengan las brujas.