Estornudos de la democracia

OPINIÓN

Felipe VI, en una imagen de archivo.
Felipe VI, en una imagen de archivo. José Jácome | Efe

27 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Estornudar no tiene por qué ser el fin del mundo, pero es mejor que no te suceda conduciendo o meando. Al salir de ese momento de ausencia que supone el estornudo, es mejor no encontrar el coche fuera de su carril o el pantalón moteado con gotas enojosas. Cuando estornudamos nos salimos de los renglones. La democracia es un conjunto de automatismos que conducen mecánicamente a dos cosas: a que todo poder sea responsable ante alguien o ante algún órgano y que al final de la cadena de responsabilidades esté el pueblo y sus votos; y a que haya una dispersión de poderes y órganos reguladores que garanticen el control de unos órganos sobre otros de manera automática y al margen del escrutinio ciudadano. La democracia no se caracteriza por la sabiduría, bondad o talante de sus gobernantes, sino por la responsabilidad ante el pueblo y el control mediante el juego de contrapoderes. No nos salimos de los renglones de la democracia cuando un gobierno es incompetente, toma decisiones injustas o perjudica a la mayoría. Nos salimos de los renglones, entre otros momentos, cuando toma decisiones quien no es elegido o responsable ante los elegidos, los poderes no son independientes o los privilegios de los poderosos los convierten en poderes fácticos sin control democrático.

La pandemia está siendo como una pluma en la nariz de la democracia que la hace estornudar de vez en cuando. Nuestra democracia ya es enfermiza y propensa al catarro de por sí. Procede de una transición que no hizo honor a su nombre y dejó permanente lo que debería haber sido transitorio, como cuando ladeamos un poco el cuerpo para dejar pasar a alguien en el autobús y, en vez de pasar, se queda en nuestro sitio y nos deja quebrados en esa posición antinatural que debería haber sido transitoria. Así, nuestra transición lampedusiana se basó en absolver los crímenes de la dictadura; en borrar incluso del relato esos crímenes, como si lo anterior a la Constitución hubiera sido la guerra civil, y no las décadas de dictadura, y así parezca que no hubo crímenes sino tiros de unos y otros; en no darle al Rey los poderes de un dictador, pero sí la vidorra de un dictador y su impunidad ante cualquier ley; en no tocar las fortunas amasadas en la dictadura; y en no tocar en lo esencial los privilegios de la Iglesia. Como todo esto cruje con la forma de una democracia, pues hubo que dejar a la democracia acatarrada y propensa al estornudo.

Son solo estornudos, pero son las líneas de la democracia las que se quiebran. Así, anduvimos con misas y tanquetas. No es un asunto menor que el líder de uno de los dos partidos de poder vaya a una misa en recuerdo y honor de un criminal que protagonizó un régimen de violencia, dolor y atraso, el tipo de criminal del que Europa no quiso olvidarse como referencia del mal que no debe repetirse. Casado dice haberse encontrado sin querer en una misa de 20 de noviembre, flanqueada de banderas con águilas que explícitamente honraba la memoria de Franco. Eso solo puede ocurrir siendo bobo o tratándonos a los demás como si fuéramos bobos. Las dos posibilidades, una por incapacidad y otra por maldad, lo descalifican como presunto estadista. Y por fechas próximas a las misas negras anduvo por Cádiz una máquina de guerra, porque unos trabajadores protestaban por problemas laborales. Desde Interior dijeron que era para retirar chismes que puedan quedar en la vía pública, como si no hubiera vehículos civiles bien contundentes para esas cosas. Y también dijeron algo tranquilizador y es que era solo por si la cosa se hacía crítica. Hace unos años, y al hilo de un ejercicio de argumentación, le pregunté a una alumna si era partidaria de la pena de muerte. Su respuesta fue brillante: «según los casos». Brillante y tranquilizadora: pena de muerte sí, pero no para todo el mundo, solo para algunos casos. La respuesta de Interior sobre la tanqueta es igual de tranquilizadora, aunque le falta la brillantez. Unos trabajadores se manifiestan y se les exhibe una máquina militar, pero no es para usarla siempre, solo en algunos casos. Se ve que, cuando las manifestaciones son de brazo en alto y esvásticas y los gritos son de odio y no de desesperación, la cosa es más controlada y no hace falta el ejército. Hoy se manifestarán cuerpos armados que tendrán invitados con muchas ganas de camorra. Cuerpos armados con camorristas fachas. Si fuera admisible lo de la máquina de guerra en Cádiz, qué habría que llevar a Colón «por si acaso».

Claro que lo de la tanqueta es coherente con aquel otro estornudo del Tribunal Constitucional de que el estado de alarma por la pandemia era inconstitucional y solo el estado de excepción era conforme a derecho. La sentencia incluía la lindeza de que la alteración del orden provocada por la pandemia justificaba el estado de excepción. Siendo así, lo de Cádiz no solo merecía una tanqueta, sino que justificaba por si solo el estado de excepción. No hubo alteración del orden comparable durante la pandemia. Cualquier huelga un poco subida podría justificar el estado de excepción. Que el Tribunal Constitucional haga de mamporrero de la derecha más montaraz es un estornudo de la democracia en toda regla. Y lo es que ahora puedan decidir sobre el aborto y la eutanasia, suplantando a quienes fueron elegidos para hacer las leyes. No importa ya cuál sea la sentencia. La opinión de los tribunos sobre el aborto vale tanto como la de cualquiera de nosotros. Decir que es inconstitucional aquello con lo que no están de acuerdo nos saca las cuatro ruedas del carril de la democracia. Y si no consuman el despropósito, da igual, pudieron hacerlo y eso ya está fuera de la democracia.

La propia manifestación de hoy tampoco es el fin del mundo. Son cuerpos armados del estado en una movilización de extrema derecha contra un gobierno que no les gusta y en santa compaña con las derechas. La ley mordaza preocupó en Europa en 2015 cuando la pergeñó aquella banda del Ministerio de Interior que está hoy ante la justicia por graves delitos. Este mismo año la Unión Europea volvió a instar al gobierno español a modificar esa ley porque su potencial represor era antidemocrático. El sindicato ultraderechista Jupol miente sobre las modificaciones introducidas por el gobierno y prácticamente exigidas por Europa (porque desde luego el Gobierno no tuvo mucha prisa ni entusiasmo para cambiar ese fardel de autoritarismo). Miente porque lo de hoy es un acto político y no sindical, más al hilo de su ideología que de su responsabilidad sindical. La policía no está indefensa. Hasél sigue en la cárcel y Alberto Rodríguez tuvo que dejar su escaño. Bueno, miento un poco. Los policías que tuvieron que saltar a un lado para que no los arrollase Esperanza Aguirre el mismo año de lo de Rodríguez sí que estuvieron indefensos en su denuncia. Un cuerpo armado del estado metido en el activismo ultra no es el fin del mundo, decíamos, pero sí un estornudo, un efímero paseo por la parte de fuera de la democracia.

Y, algo fuera de foco, la educación sigue provocando estornudos de la democracia. La oposición de la Generalitat a la sentencia sobre el uso del castellano es una grave desobediencia («el 155», grita Casado al salir de misa). Pero la ley de Ayuso que se pasa por el forro la ley educativa de rango superior, para pagar a los ricos con el dinero de todos los colegios que solo admiten a los ricos, es libertad indómita de Agustina de Aragón. Y siguen con la alternativa a la Religión, porque nuestros jueces no elegidos dictan con pertinacia que un católico tiene derecho a que, mientras su hijo está en Religión, los demás tengan que hacer algo lo bastante inútil para que su hijo no se pierda nada y lo bastante aburrido como para que ir a Religión no sea un castigo; que esa es la libertad religiosa, dicen.

No sé si estos estornudos son momentáneas ausencias. A lo mejor son espasmos de claridad en los que vemos que llevamos desde la transición con los pantalones meados.