Extraña perspectiva

Álvaro Boro

OPINIÓN

Pilar Canicoba

28 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Mirando Instagram y las redes sociales todos nos creemos poetas, porque escribir frases y saltar de renglón antes de acabarlas lo hace cualquiera. «Eres lo / que más quiero en el/ mundo, vida mía», con una foto ahí chula y te llueven los likes y sales en las stories de media España. Yo no voy a ser tan radical como eso que dicen: «Si todo es cultura, nada es cultura». No voy a ponerme aquí a negar que eso sean poemas, pero lo que sí son es mala poesía. Y lo peor de todo es que se publican, y lo mejor para las editoriales y los autores y lo peor para la cultura es que hay gente que compra estos libros. El pueblo es soberano para saber lo que quiere, aunque lo que quiera no sea bueno. Eso sí, que cada uno se gaste su dinero en lo que le dé la gana,  también hay quienes van a ver el musical de El Rey León o el Cirque du Soleil. El horror, el horror.

No debemos desfallecer en la búsqueda de la excelencia, siempre hay que aspirar a buscar y ser sublime sin interrupción, porque la belleza y el gozo de esa búsqueda se quedan cortos cuando uno encuentra un poemario como «Extraña Perspectiva» (Ed. Difácil) de Pelayo Fueyo. Como decía de él Diego Medrano -caracterizado del autor con una larga barba postiza y unas gafas de sol- en la presentación del libro en Cervantes: «El máximo poeta que hay en Asturias, presente en más de catorce antologías, catorce, nada más ni nada menos. Hechos, hechos, y trabajo, no palabrería ni pose». Y Diego no puede tener más razón, y así es. Pelayo es un poeta clásico, entiendo lo clásico como aquel torero que llevaba por nombre Rafael Gómez El Gallo: «Clásico es lo que no se puede hacer mejor». Y nadie hace de lo bueno lo mejor como PF. Controla la métrica, las rimas, el ritmo y el temple, que es algo que nadie sabe muy bien lo que es y pocos saben dominar. Esto tan normal antes en cualquiera que rellenase cuartillas con ínfulas de bardo, ahora es visto como algo extraño y sorprendente: la tradición es el nuevo punk. «La tradición es la transmisión del fuego, no la adoración a las cenizas», dijo Chesterton; y Fueyo no sólo perpetúa ese fuego, antes de pasarlo a los otros le echa gasolina y lo hace más grande.

Asegura que «Los poemas no los escribí yo, los escribió el niño que fui, pero aquí están vertidas todas sus obsesiones». Desde muy temprano creó un mundo propio donde él no era el dios, sino un habitante más de los gozos y padecimientos. Qué derroche de talento y oficio, nadie conecta así lo pictórico, lo etéreo, con lo objetual.

«Si hay tres partes de mar y una de tierra, / ¿qué trozo del Cantábrico le toca / al niño que jugaba con las olas / de un mar que imaginamos infinito?». Dense el gusto y háganse con el libro, no estamos para despreciar lo bueno.