Breve crónica de la Europa líquida

OPINIÓN

DPA vía Europa Press

29 nov 2021 . Actualizado a las 09:43 h.

Para entender lo que fue la Europa sólida, todavía reciente, basta con recordar nombres como Mitterrand, Olof Palme, Kohl, Felipe González, Thatcher, Sandro Pertini o Mario Soares, que, más allá de su ideología y de sus concretos balances, nos traen los ecos de una Europa brillante, democrática y en constante avance. Y para entender lo que es la Europa líquida voy escribir siete relatos con fuerte simbolismo, y con la paradigmática brevedad de Augusto Monterroso.

El primero narra el caso PNV, partido serio y hábil, que convirtió en sainete la liquidez de España, porque en solo unos meses consolidó a Rajoy, aprobando su Presupuesto, nos endilgó a Sánchez, apoyando su moción de censura, y forzó un adelanto electoral, al dejar caer el Presupuesto socialista. Más liquidez, ¡imposible! El segundo relato solo puede ser el «VNP» —es decir, un PNV al revés— que le hicieron en Suecia a Magdalena Andersson, que, elegida primera ministra en la mañana del pasado día 23, con el concurso de socialdemócratas y verdes, se quedó sin Presupuesto, tras la deserción de los verdes, 7 horas después. Su obligada dimisión, un poco bananera, batió el récord de fugacidad política.

El tercer relato es la firma, el pasado viernes, del Pacto del Quirinal, que reúne a Italia —país que sus propios partidos pusieron al borde del caos, y que tuvo que admitir un gobierno tecnocrático, presidido por Draghi, que no tiene partido ni sabe si podrá presentarse a los próximos comicios—, y a la Francia de Macron, que, después de llegar al Elíseo gracias al balotaje, y sobre el caos partidario que empoderó a Le Pen, intenta ocupar el espacio de la solidísima Merkel con una bicefalia líquida y francoitaliana que promete días de gloria y gasto a tutiplén.

El cuarto relato es el de la política migratoria de la UE, que en pocos meses acumuló los espectáculos de Ceuta, Lampedusa, Lesbos, el Estrecho y las Canarias, el conflicto con Bielorrusia, la hipótesis de otro telón de acero en la frontera de la díscola Polonia, y la aparición de pateras prêt-à-porter en el canal de la Mancha. Y el quinto relato —leve, pero significativo— es la aparición de regueifas fronterizas entre el Reino Unido de Johnson y la Francia de Macron, cuya solemne estupidez corona el ritual de incompetencias —anglicanoluteranas, matizaría Max Weber— que generó el brexit.

El sexto microrrelato debe referirse al ajado, incomprensible y líquido señorío de un continente que, habiendo sido tantos siglos el centro del mundo, y habiéndolo conformado en buena parte a su imagen y semejanza, intenta mantener su fachenda, y codearse con los nuevos actores internacionales, sin diplomacia —es decir, sin ideas ni objetivos—, y sin poder militar operativo, pues así nos exhibimos en Afganistán y en todos los conflictos recientes en los que fuimos a meter las narices. Por eso me temo que, si seguimos esta líquida senda, el séptimo relato sobre esta soñolienta y difusa Europa sea esta paráfrasis: cuando despertemos, el dinosaurio seguirá estando allí.