Boris Johnson, a la deriva

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

Boris Johnson, en una rueda de prensa el viernes en Downing Street.
Boris Johnson, en una rueda de prensa el viernes en Downing Street.

11 dic 2021 . Actualizado a las 09:12 h.

Se suele decir que los niños traen un pan debajo del brazo. Boris Johnson, el primer ministro británico, deseará en privado que las niñas traigan, por su parte, el secreto de la popularidad política. Porque él acaba de ser padre de una, en una semana en la que parece haber perdido el favor de los medios y los votantes. Los escándalos que le afectan directa o indirectamente no cesan, pero no es ese el motivo en sí de su caída en desgracia, sino un síntoma más de un mal más profundo: el caos dentro de sus equipos y su política errática. No es tampoco el brexit el problema, aunque en Europa se siga viendo la política británica a través de ese prisma. Allí, ese es un asunto casi enterrado entre paladas de resignación o de satisfacción anticlimática, según los casos, y resulta además difícil de separar sus efectos de los de la pandemia.

Ese es, de hecho, el problema principal para Johnson: la gestión de la pandemia, que ha dañado su imagen no entre sus detractores sino entre sus partidarios. Entre los conservadores británicos existe un fuerte componente libertario. No son tanto antivacunas en la línea norteamericana como individualistas hostiles a las imposiciones. Muchos de ellos están furiosos con los confinamientos y el proyecto del pasaporte covid. Lo veremos la semana que viene, cuando se someta al Parlamento una nueva ronda de restricciones sanitarias y muchos diputados tories voten contra su Gobierno. La ley pasará el trámite, pero será gracias al apoyo de los laboristas. Y, aunque esta transversalidad, vista desde otros países, resulte en cierto modo envidiable, no es, obviamente, una señal de fortaleza política del primer ministro.

Por otra parte, Johnson está dilapidando el otro capital político que había atesorado en las elecciones del 2019: el voto del norte laborista. Este se había pasado en masa a los conservadores huyendo de la radicalización de la izquierda bajo el liderazgo de Jeremy Corbyn, y también atraído en parte por la personalidad de Johnson, que está entre lo populista y lo popular. Los guiños que ha hecho hasta ahora Johnson a este votante de izquierdas (subidas de impuestos, aumento del gasto público) solo han conseguido irritar a la élite de su partido sin ganarse la confianza del norte, un desengaño que se podría simbolizar en la cancelación parcial, por parte de Johnson, del proyecto de tren de alta velocidad norte-sur. Era un proyecto, efectivamente, caro y discutible, pero de enorme significación política.

Algunos cuestionan ya abiertamente la supervivencia política de Johnson. Las elecciones están todavía muy lejos (2024) y la amplísima mayoría conservadora hace muy improbables unos comicios anticipados, pero las casas de apuestas, que en Gran Bretaña son una forma alternativa de demoscopia, le dan un 44 por ciento de probabilidades a que Johnson sea derribado por su propio partido. ¿Podría ser? Podría, pero, como poco, es prematuro. Con las nuevas reglas, son los militantes, no los backbenchers (diputados de a pie), quienes tienen la última palabra. Y entre los militantes Boris sigue siendo popular, porque se acepta su desparpajo como sucedáneo de carisma. La crisis británica parece de nuevo condenada a convertirse en rutina.