Paradojas e incertidumbre económica

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

ALTEA TEJIDO | Efe

14 dic 2021 . Actualizado a las 08:29 h.

La primera gran paradoja la expone el barómetro de octubre del CIS. El 69 % de los encuestados consideran que la situación económica de España es «mala» o «muy mala». El 65 % de los mismos encuestados califican de «buena» o «muy buena» su situación económica personal. Algo no cuadra: a la mayoría le va bien, pero a España le va mal. Nunca, desde que el CIS pregunta estas cosas, se constató tal divorcio entre la percepción de la realidad y la realidad que cada uno vive en carne propia.

Segunda paradoja. El empleo y la recaudación fiscal van como una moto, alcanzan máximos históricos y ya han rebasado el nivel de la prepandemia: hay cerca de 300.000 ocupados más que en febrero del año pasado. El PIB marcha rezagado, aumentan las dudas sobre su ritmo y todavía le falta un buen trecho para recuperar el terreno perdido: según la OCDE, no se restablecerá totalmente hasta el primer trimestre del 2023.

Relacionemos ambas paradojas. La mayoría de los españoles constatan una mejoría de su situación personal. Muchos —más de 730.000 en el último año— han encontrado o recuperado su empleo y, aunque los impuestos no han subido, pagan más a Hacienda porque han aumentado sus rentas del trabajo o sus beneficios empresariales. Lo chocante viene a continuación: no creen que su situación sea extrapolable al conjunto de los españoles. Solo encuentro una explicación: la espesa niebla de la incertidumbre distorsiona la percepción de la realidad. Incertidumbre generada por la pandemia, de la que ni siquiera atisbamos su desenlace, y una crisis económica de rasgos inéditos que produce sentimiento de zozobra. Si la interpretación es correcta, significa que los españoles que ven mal la situación económica de España —y bien la suya— están juzgando expectativas. No el estado presente, sino el futuro que despunta, ensombrecido por las numerosas incógnitas que planean sobre la recuperación.

La segunda paradoja deja en mal lugar al INE, el perito que mide la dimensión del PIB, porque los datos de empleo e ingresos tributarios van a misa. Estos son hechos, registros de afiliación a la Seguridad Social o de la Agencia Tributaria. La contabilidad nacional es una estadística de síntesis, más o menos ajustada, pero estadística al fin. Pero hay más. La creación de empleo siempre va asociada al crecimiento económico y casi siempre detrás, a remolque. Las empresas no suelen poner el carro delante de los bueyes, el empleo antes que la producción y el beneficio. Tampoco suelen contratar trabajadores que no necesitan. Por eso no se sostiene que el empleo haya crecido más que la economía durante todo este año. Lo razonable es concluir que el INE, a la hora de medir las singularidades de esta crisis, ha sobreestimado la caída del PIB en el 2020 o está infravalorado el crecimiento en el 2021. Su vara de medir, en todo caso, ha quedado desfasada. Si no es así, miel sobre hojuelas. Si un pequeño paso del PIB supone un gran salto del empleo, en el 2022 superaremos con creces los 20 millones de trabajadores.