Imaginemos un instituto en el que se producen las siguientes conversaciones coincidiendo con la actividad docente.
Diálogo 1
Alumno A: Usted, alumno B, no es un alumno, usted es un holligan, una vergüenza para esta clase.
Alumno B: Una vez más, alumno A, ha vertido sobre esta clase esa mezcla de serrín y estiércol que es lo único que usted es capaz de producir.
Alumno A interrumpe a alumno B y a la tercera advertencia es expulsado de la clase, junto con su grupo de amigos.
Alumno B: ¡Eh! Eh! Profesor, yo creo que el aula es el lugar en el que se argumenta con la palabra, no el lugar donde se escupe.
Diálogo 2
Alumno A dirigiéndose a Alumna B: ¡Bruja!
El profesor exige al Alumno A en tres ocasiones que retire el calificativo; el Alumno A se niega; el profesor llama al ujier para que le ayude a expulsar al Alumno A. Se suspende la clase. Se retoma y el profesor interviene.
Profesor: Alumno A, le reitero por última vez, y si no abandona la clase, que retire el calificativo de bruja a la Alumna B.
Alumno A: Retiro que le he llamado bruja.
Diálogo 3
Durante una clase los alumnos se intercambian estos calificativos: «Machista», «dictador», «matón», «cretino», «hipócrita», «cínico» y «acomplejado».
Diálogo 4
Alumna A dirigiéndose a Alumno B: Usted y nosotros no nos parecemos. Nosotros construimos un aula en donde ustedes caben.
Alumno C: ¡Gilipollas!
Alumna A: Ustedes construyen un aula donde solo caben los que piensan como ustedes.
Los cuatro diálogos corresponden en realidad al Congreso de los Diputados y son una muestra mínima del tipo de relación que mantienen los congresistas de los diferentes grupos durante los plenos y las sesiones de control en la Cámara Baja. Los alumnos son diputados y las aulas son el hemiciclo. O sea, que un alumno de verdad puede estar viendo en su casa el telediario y considerar que ese es el lenguaje de referencia que debe ser utilizado, si esos señores tan importantes y trajeados consideran a sus adversarios entre gilipollas, cretinos y un poco brujas.
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