Una reacción moral

Jorge Matías
Jorge Matías REDACCIÓN

OPINIÓN

La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, y la ministra de Igualdad, Irene Montero, este viernes, durante un seminario feminista celebrado en Madrid.
La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, y la ministra de Igualdad, Irene Montero, este viernes, durante un seminario feminista celebrado en Madrid. DAVID FERNÁNDEZ | EFE

16 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Qué tiempos aquellos cuando ligábamos en los bares y discotecas. Cuando todo el mundo ligaba en avanzado estado de embriaguez con auténticos cretinos a los que no se les entendía nada.  Ahora han llegado herramientas del Mal como Tinder, y las relaciones son muy líquidas no solo cuando deben serlo. Qué tiempos cuando no había Netflix y todos veíamos la misma serie. Qué tiempos.

La ola de rojipardismo que sufrimos se queja de estas cosas. Añora unos tiempos que no fueron como creen que fueron, y lo que es peor, creen que pueden hacerlos volver, algo que solo se puede imponer por medio del autoritarismo, convirtiéndolo todo en una cruel caricatura de unos tiempos ya de por sí muy crueles o simplemente peores, depende de la edad del rojipardo de turno.

A toda esta llorera nos tenían acostumbrados los curas. Lo cierto es que todo esto tan líquido ocurría antes de Tinder y antes del movimiento LGTBI, pero estaba escondido, que es el deseo de toda esta gente, que te escondas. Por mucho que se alaben entre ellos diciendo que los demás tienen miedo al otro, al diferente, lo cierto es que el miedo al diferente nunca había estado tan presente desde hace años, y lo han traído, entre otros, ellos.

La moral es de lo único que tratan todos estos discursos. El paro, la inestabilidad, la precariedad, son para esta gente el fruto de una moral equívoca. A esa moral equívoca, incorrecta, se la confronta con caricaturas groseras del pasado. Se le atribuyen todos los males socioeconómicos al escaso apego por la estabilidad sentimental (jamás pensé que esto llegaría a ser motivo de debate político), y se suele eludir el hecho incontestable de que todo esto empezó a finales de los años setenta del siglo pasado, cuando todo era tan bonito.

Lo de izquierda o derecha carece de sentido, dicen estos sujetos. También dicen que las clases bajas, huérfanas de todo, no como antes, que era el paraíso en la Tierra, se agarran a los valores que dicen que también se desprecian: familia, amigos de toda la vida y ligar en bares, supongo. Y perrear con el reguetón, que es la única concesión a la modernidad que están dispuestos a hacer. El problema es que este discurso me lo soltaban en los años noventa los de Democracia Nacional: ya no hay izquierda ni derecha, niño, nosotros defendemos tus valores, los de verdad. Hermandad, acampadas, Estirpe Imperial. Los progres han abandonado al obrero, así que solo quedamos nosotros. Vótanos.

Uno ha llegado a pensar que, ante la imposibilidad de que la clase trabajadora vote masivamente a Vox, han llegado a la conclusión de que lo mejor es darle un empujoncito a estas teorías y, tal vez, lograr una profecía autocumplida. De otro modo no se explica tanto empeño en pasar de puntillas sobre problemas socioeconómicos endémicos de este país (no, ninguno de ellos es reciente), y hacerle guiños al partido que tiene un programa, aquel de las cien propuestas, que es el más antisocial y antiobrero de todos. Todo para poder llegar cualquier día a decirnos que ya nos lo advirtieron. De lo que no nos advirtieron es de que ellos iban a tener un papel activo en algo semejante, aunque, visto lo visto, tampoco hacía falta. Que se os ve el plumero, vaya.