No hacer pronósticos estériles y apresurados que siempre fallan; no caer en el triunfalismo de proclamar que esto se ha acabado y somos los mejores del mundo mundial; ni en el pesimismo de decir que somos los peores; no repetir la estupidez de que saldremos mejores; no poner nunca la economía por encima de la salud; no utilizar la pandemia con fines políticos. Cuando vamos hacia los dos años de pesadilla del covid estas lecciones deberíamos haberlas aprendido, sobre todo los dirigentes políticos, pero desgraciadamente no es así. Pero hay una por encima de todas: hay que potenciar al máximo la sanidad pública. Al contrario, en varias comunidades se han despedido a miles de sanitarios como si ya no hubiera pandemia. Ómicron ha golpeado en plena cara a los que miran más por las cuentas (o por potenciar aviesamente la sanidad privada) que por la salud de sus ciudadanos y ha sembrado el caos en unos centros de atención primaria sobrepasados, donde los trabajadores, desde los auxiliares a los médicos, llevan a cabo una lucha heroica y poco reconocida. Los mismos a los que salimos a aplaudir cuando estábamos encerrados y el miedo era terror, y ahora algunas administraciones abandonan a su suerte. Incluso son denostados, como ha hecho Ayuso al afirmar que hay «rojos» infiltrados en los centros de salud que no atienden las llamadas de teléfono o no acuden a sus puestos de trabajo para boicotearla. Como siempre, sin pruebas. Otra lección es que hay que invertir mucho más en ciencia e investigación. Da pena que la vacuna española avance tan lentamente por falta de recursos. Y, para finalizar, atender siempre a lo que dicen los expertos, no los cantamañanas todólogos ni los que siembran mentiras y medias verdades.