La inflación suma más incertidumbre

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

RONALD WITTEKPOOL

04 ene 2022 . Actualizado a las 08:58 h.

Me pilla el comienzo de año enfrascado en una lectura edificante: el magnífico ensayo que los economistas Xosé Carlos Arias y Antón Costas titulan Laberintos de prosperidad. Constatan sus autores que transitamos un momento de incertidumbre radical. Circulamos a ciegas por entre un espeso banco de niebla que, a falta de series de datos históricos que nos sirvan de referencia, nos impide ver los obstáculos o problemas que se avecinan. La parte positiva es que, pese al miedo lógico que suscita el viaje hacia lo desconocido, Arias y Costas sostienen que en el laberinto se abren ventanas de oportunidad para la construcción de un nuevo contrato social para el siglo XXI: el de la prosperidad inclusiva capaz de «civilizar el capitalismo pospandémico» y evitar «una espiral nefasta de cólera social, retroceso democrático y nuevas crisis económicas».

Alentadoras palabras, pero escritas cuando la incertidumbre parecía disiparse por efecto de la vacunación, Europa ponía en marcha su Plan Marshall y la economía empezaba a recuperar sus constantes vitales. A final de año, sin embargo, surgieron nuevas incógnitas y aumentó la incertidumbre. La niebla se hizo más espesa. Primero, por la persistencia del virus y la irrupción del ómicron, cuyo impacto sobre la economía está por ver. Y segundo, por la llegada de un indeseable e inesperado invitado: la inflación.

Los precios se desbocaron en los últimos meses del año. No solo en España, donde subieron un 6,7 % hasta noviembre, sino en todo Occidente: en Estados Unidos y en doce países europeos incluso superaron esa cota. Las causas de la abrupta subida están perfectamente identificadas: el encarecimiento de la energía y la congestión de las cadenas de suministro globales, además del denominado «efecto base» (se partía de precios congelados o en descenso). Las nefastas consecuencias de la inflación son bien conocidas: empobrecimiento general y pérdida de poder adquisitivo. Con el mismo dinero se compran menos bienes y servicios.

Pero lo más inquietante en este momento, lo que multiplica la incertidumbre en este comienzo de año, es saber si se trata de un fenómeno pasajero o la inflación ha llegado para quedarse. La propia duda sobre su carácter coyuntural o estructural genera nerviosismo en las cabinas de mando. Comienzan a escucharse voces que piden la retirada abrupta de los estímulos fiscales, que los bancos centrales —antiguos guardianes de la ortodoxia antiinflacionista— dejen de bombear liquidez y de comprar bonos, que suban los tipos de interés, que la UE reinstaure sus reglas sobre déficit y deuda, porque el monstruo de la inflación acecha.

Difícil papeleta. Algún día, inevitablemente, habrá que recuperar los equilibrios macroeconómicos básicos. Pero anticipar el regreso a la ortodoxia supondría abortar la recuperación. Ya lo dijo Agustín de Hipona, lujurioso y lascivo antes que santo: «Señor, concédeme castidad y continencia, pero no ahora».