Año nuevo otra vez, valga la paradoja

OPINIÓN

María Pedreda

08 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Kim Stanley Robinson decía en su novela Antártida que en la Antártida se daban rarezas en la percepción del espacio. En esa inmensidad blanca podía ser difícil decidir si un objeto rectangular pequeño era una cajetilla de tabaco o un edificio lejano. Un espacio sin límites y sin forma nos confunde y nos extravía. También el tiempo sin forma produce agorafobia. Einstein decía que el tiempo era una ilusión, pero una ilusión tenaz. No importa si existe o no, necesitamos tabiques que le den forma y la ilusión tenaz de que fluye entre límites, como un sendero. Como no tenemos ojos ni tacto que lo perciban, damos forma al tiempo con símbolos.

Cuando tengo que quedarme a comer en la Universidad, me aseguro de llevar cepillo de dientes y colonia. Soy de siesta y allí no la puedo dormir. El cepillado de dientes y la colonia no cumplen función de decoro, sino simbólica. Es la señal de que se acabó la media hora de modorra perezosa de después de comer y que empezó la sesión laboral de tarde. Una especie de reset de andar por casa. Nos viene bien dar al tiempo la forma de años y que de forma regular tengamos la ilusión tenaz de que empieza un año nuevo, como si nos cepilláramos los dientes y nos echáramos colonia. Pensar en 2022 como un recipiente en el que se va a mover nuestra vida ayuda a imaginar volcanes apagados y pandemias evaporadas, sacudirse basurillas del ánimo, renovar amores y, como decía el Michaleen de Un hombre tranquilo, refugiarse con los amigos para recordar viejas traiciones.

El humo del nuevo año seguramente va a cambiar. Si no nos parte un rayo, debería haber un pico exuberante de ómicron y luego, pronto, un bajón súbito en el que llegarán ya los aromas frescos de la postpandemia. La inyección de fondos europeos empezará a circular por nuestro torrente sanguíneo y se hará notar en el tacto de los días. Que haya año nuevo ayuda a sentir que las cosas que más nos agobian, salud y dinero, van a ir a mejor. Pero hablaba de humo, porque es lo más visible, pero también lo que más tiene de ilusión tenaz. Mejorará casi seguro la situación sanitaria y la económica. Pero la lava lenta de fondo sigue avanzando. La democracia, el envoltorio más amable desde el que imaginar y exigir justicia social, seguirá su corrosión y seguiremos avanzando hacia nuevas formas de autoritarismo, hacia la desigualdad del neoliberalismo rapaz y hacia la desprotección despiadada.

No hay democracia sin votación universal para elegir a los gobernantes. Ni hay democracia solo con votación universal para elegir a los gobernantes. Los coches llevan amortiguadores para que no se traslade al coche entero cada irregularidad del terreno. Ese pequeño retraso que hay entre el bache y el habitáculo permite que se haya acabado el bache antes de que pase algo en el habitáculo y así los viajeros no lo notan ni el coche vuelca. Un ordenador da más sensación de inteligencia que un trozo de madera. El trozo de madera reacciona directamente a cada empujón que le demos, como un coche sin amortiguador reacciona sin filtro a cada bache.

Entre los pequeños empujones que damos a las teclas del ordenador y su reacción hay algo intermedio más complicado que un amortiguador que es el programa. La democracia se basa en las decisiones populares de las mayorías. Pero entre el pueblo y los gobiernos tiene que haber amortiguadores, un sistema inteligente institucional de contrapesos que no cargue en el voto el escrutinio de todo el sistema ni traslade a la formación de gobiernos cada fogonazo colectivo. Tiene que haber inercia, la resistencia al cambio justa para que no esté todo en cuestión todos los días. Todos necesitamos apego, es decir, el amor o protección que no hay que merecer.

La comunidad, llámese como se quiera, debe ser algo que proteja y algo con lo que haya obligaciones. Si se votan los gobiernos, pero no hay instituciones independientes de control y estabilización, si no hay división real de poderes, si la gente está desprotegida y sin comunidad que ampare, si la información está intervenida y si no hay nada entre votos y Gobierno, el sistema es de hecho una dictadura, aunque se quiera hacer pasar por democracia directa.

No hay que deslumbrarse por los avances de una reforma laboral ni por el avance de leyes que protegen la normalidad y el derecho de minorías (incluida la mujer, esa paradoja matemática de minoría que es la mitad de la población). La desigualdad social avanza y seguirá acelerándose. Seguirá avanzando el recelo, la agresividad y hasta el odio hacia las minorías. Se normalizará en los discursos públicos un papel diferenciado para la mujer que garantice el formato de familia que hace sostenible el sistema desregulado y se seguirá normalizando la violencia de género y el desdén, mofa o desprecio a las víctimas.

En la política cada vez tiene más papel el bulo y el desquiciamiento. En EEUU el Partido Republicano sigue propalando que hubo fraude en las últimas elecciones y Trump no dejó de crecer, ni siquiera en las elecciones que perdió. Los bulos aumentan porque, agitando emociones agresivas, no interesa la verdad o falsedad de las cosas sino que confirmen o no esa agresividad. Puesto sobre la mesa el conjunto completo de lo que se tiene por verdadero o discutible, parecería el delirio de un loco. La democracia con amortiguadores institucionales entre la gente y los gobiernos tiene el aspecto inteligente de los ordenadores. En cambio, la relación directa entre las pulsiones colectivas y los gobiernos le da a la democracia el aspecto de locura.

Sin separación de poderes ni organismos de control, la política más exitosa será la agite las emociones más vivas y pueda cultivar los bulos con menos explicaciones y mayor impunidad. Puede parecer locura que esté pasando Djokovic por un rebelde indómito por la libertad, incluso por Espartaco y Jesucristo, que de todo se oyó. Que nadie se ría de los serbios ni de los rednecks americanos. Aquí ya se oyó a Ayuso ofrecer a Madrid como asilo (sic) para todos los españoles que quieran huir a esa burbuja de libertad. Y nadie duda con qué cabeza de cartel conseguiría más votos el PP.

Casado puede multiplicarse en Europa para impedir los fondos que ayudaran a España y a la vez extender el bulo airado de que Garzón perjudica a España en el exterior. Los bulos que más crecerán son los que disfracen de legítima defensa la agresión y exclusión de los desfavorecidos: la tiranía de las feministas, los extranjeros pobres que quitan la pensión a la abuela, los MENA violadores, los rojos que rompen la patria, las razas que nos quieren reemplazar, los islamistas que nos quieren conquistar (no los islamistas ricos de Marbella, ni los dictadores que sí financian grupos terroristas; los pobres, esos son los peligrosos).

Dice Guillem Martínez que la felicidad no está en el conocimiento. La razón no se lleva tan mal con la emoción como parece. Todo lo que hacemos tiene como objetivo último algún tipo de bienestar emocional, incluso estudiar una carrera. La razón es la chacha que hace eficiente nuestra conducta para vivir en los estados emocionales apetecidos. Pero tiene razón Guillem en que el conocimiento no deja de ser el amigo santurrón y plasta del que hay que despegarse para llegar a la pista de baile. Hacerlo desaparecer de la vida pública quitando los amortiguadores de la democracia hace más fácil el poder autoritario.

El odio contamina, pero es un caladero barato para llegar al poder y mantenerse en él. Contamina porque incluso en el poder hay que mantener a la gente en la guerra civil emocional en que está en EEUU. El profesor Xabier, de X Men, de joven tomaba un suero que le permitía dejar la silla de ruedas y caminar, pero le quitaba sus poderes mentales. No lo tomaba para caminar sino para poder dormir, porque con sus poderes oía a todo el mundo y enloquecía. La hiperconexión nos está haciendo lo mismo, oímos a todas las Paz Padillas y todos los tontos del mundo en una cacofonía enloquecedora. Por eso puede que Guillem Martínez tenga razón en otra cosa. En el conocimiento no está la felicidad, pero sin él no es posible. Es el suero que nos pone a salvo de la locura. Tiene su complicación eso de feliz 2022.