
Alberto Garzón es la prueba de que cuando te conviertes en el payaso de las bofetadas da igual lo que digas o hagas. En cuanto asoma la cabeza le caen a dolor, a diestra y siniestra. Todo el mundo se apresura a la cuchillada para cobrarse un trofeo del pelele caído. Empezó las navidades con polémica por una inocente campaña a favor de los juguetes no sexistas y las termina con unas declaraciones sobre la ganadería de carne que han provocado críticas airadas en todas partes, Asturias incluida.
Es verdad que su actitud, pelín altiva y docente casi siempre, no ayuda mucho. Tampoco la portavoz de las sonrisas y del gobierno, Isabel Rodríguez, arrojándolo a los leones al afirmar que el ministro hablaba a título personal. Pero luego lees sus declaraciones y no encuentras nada ofensivo para Asturias ni sus ganaderos, al contrario: «Aquí hay que diferenciar entre la ganadería industrial y la ganadería extensiva. Esta es una ganadería ecológicamente sostenible y que tiene mucho peso en determinadas regiones de España, como puede ser Asturias, parte de Castilla y León, incluso de Andalucía y Extremadura».
El ministro Garzón cita expresamente a Asturias (la comunidad entera, no solo una parte como matiza para el resto) como modelo de ganadería de carne ecológicamente sostenible y de calidad, frente a la ganadería industrial y las macrogranjas. Lejos de agradecerle al ministro la publicidad en The Guardian, asociando la marca Asturias a valores de sostenibilidad y calidad, nos hemos unido con entusiasmo a la lapidación, provocando incluso la baja, con insultos incluidos (babayu), de un ex alcalde de su propio partido.