¡Muera España! ¡Viva Cartagena!

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

Wifredo García | Efe

12 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

La idea de que es cosa de la democracia de 1978 la insensatez territorial en la que vive hundida España -hasta hace muy poco nacionalista, pero, ahora, también provincialista- solo puede ser sostenida desde la crasa ignorancia de la historia.

El pasado nacionalista es más conocido porque sus protagonistas se han encargado de propagar sus raíces, reales o inventadas. Pues de la Guerra de Sucesión (1701-1713), la Revolución Irmandiña (1467-1469) o los fueros vascos, como base fundadora del nacionalismo catalán, gallego o vasco, podría decirse con Ernest Gellner, autor de un libro indispensable en la materia (Naciones y nacionalismo), que «el nacionalismo no es lo que parece, pero sobre todo no es lo que a él le parece ser. Las culturas cuya resurrección y defensa se arroga son frecuentemente de su propia invención, cuando no son culturas modificadas hasta ser completamente irreconocibles».

En todo caso, ya antes de la aparición, entre los siglos XIX y XX, del movimiento nacionalista, tan ligado al pensamiento reaccionario, en España habíamos pasado durante la I República (aquella de la que uno de sus dirigentes exclamó hastiado «estoy hasta los cojones de todos nosotros») una grave epidemia localista, que, entre el crimen brutal (las cabezas de los propietarios clavadas en picas como en las jacqueries de la Edad Media) y el esperpento, tuvo su ejemplo más vívido en el Cantón de Cartagena y en Jumilla (Murcia) la proclama más florida del movimiento cantonal: «Jumilla desea estar en paz con las naciones extranjeras y, sobre todo, con la nación murciana». ¡Toma del frasco, Carrasco!

Por si en la actualidad no tuviéramos bastante con el desbarajuste separatista, ya realmente insoportable, surge ahora un provincialismo en fase de hinchazón: a Teruel Existe se sumará el 3 de febrero, en las regionales de Castilla y León, Soria Ya!, lo que hace prever un futuro con Badajoz Levanta la Hoz, Toledo es un Torpedo, Ourense lo que Piense, Ahora Zamora, Almería con Alegría, Castellón con su Pendón… e così via.

Por eso, ante la tan previsible como temible avalancha de estas nuevas taifas provinciales ¡o locales! que acabarían convirtiendo a nuestro país en un califato demencial, no estará de más recordar un par de cosas: primera, que la mayor parte de las provincias de eso que se ha dado en llamar España vaciada están sobrerrepresentadas en el Congreso (¡y más aun en el Senado!) en detrimento de las provincias más pobladas como consecuencia de la atribución a todas de dos escaños iniciales por la ley electoral; y segunda, que para que los intereses de esas provincias supuestamente abandonadas tuviesen más presencia en nuestras instituciones sería suficiente con que los representantes en ellas elegidos para las Cortes Generales en lugar de comportarse como una procesión dos caladiños, a las órdenes de sus jefes como medio más seguro para seguir en sus puestos en las siguientes elecciones, representasen de verdad a sus electores. Así de sencillo. Así de fácil.