No es maldad

OPINIÓN

El expresidente del PP, Pablo Casado, en una imagen de archivo.
El expresidente del PP, Pablo Casado, en una imagen de archivo. EDUARDO PARRA

24 ene 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«Nunca atribuyas a la maldad lo que se explica adecuadamente por la estupidez», reza el principio de Hanlon, que me sobrevino cuando Maruja Torres dijo en Twitter «Cómo me gustaría una derecha cuya cultura fuera un poquito superior a su maldad” a raíz del trato dado por el PP de Madrid a Almudena Grandes tras su muerte.

Una atribución a la maldad bastante frecuente. Tanto como agravios se suceden en una «guerra cultural» permanente que se recrudece en los aledaños de los procesos electorales. Tergiversaciones, desinformación, bulos; el fin —el poder— justifica los medios. Un afán de poder que las partes se atribuyen mutuamente pero que, en términos generales y dadas sus prioridades, responden a propósitos diferentes.

Quienes asistimos, con mayor o menor repugnancia, a este espectáculo juzgamos propósitos y estrategias, no sin sesgos, en función de nuestras afinidades. Afinidades que se construyen a partir de la interacción de diferentes predisposiciones y procesos entre los que se encuentran los estilos cognitivos y la endoculturación, respectivamente.

Y no desaprovecho la oportunidad, al inicio de un nuevo año que ya se está haciendo viejo y cansino, para «hablar de mi libro» y reformular el principio de Hanlon: no atribuyas a la maldad lo que se explica adecuadamente por la manifestación exacerbada de algún estilo cognitivo. Estilos cognitivos que, como psicólogo, me permiten intentar explicar la polarización ideológica que nos sume en el «estado del malestar». Por ejemplo, respecto a la gestión pública de los recursos, es decir, la política, un procesamiento cognitivo que define las estrategias de supervivencia en función del tiempo y el alcance social: un extremo prioriza el interés individual a corto plazo (yo y lo mío primero cuanto antes) mientras el otro prioriza el interés común a largo plazo (todo el mundo y las generaciones venideras siempre). Estrategias que podríamos traducir coloquialmente como egoísmo y cooperación, respectivamente.

La mayoría nos encontramos alrededor del medio entre ambos extremos y podemos desplazarnos hacia uno u otro en función de variables contextuales como los recursos disponibles, tanto materiales como psicológicos, entre los que habría que destacar los vínculos. A más precariedad e incertidumbre, más egoísmo político. Lo que facilita aún más el proceso de apropiación de recursos por unos pocos. ¿Será premeditado? La pobreza sigue creciendo hasta el punto de llevar a cuatro de cada diez personas en España a la exclusión social, ¡ojo!

Cuanto más cerca se encuentra una persona de cualquiera de los extremos más difícil le resulta comprender siquiera los argumentos del extremo opuesto.

Estos días hemos asistido a la construcción y difusión de un bulo que no puede causar sino perplejidad en quienes no están cegados por el interés apremiante en un adelanto de las elecciones generales. El Partido Popular, en su afán de desestabilizar a un gobierno para ellos «ilegítimo», y su necesidad de tapar la recurrente aparición de casos de corrupción y financiación ilegal (véase el caso de las primarias de Mañueco), utiliza de forma extemporánea un fragmento de las declaraciones de «ese ministro comunista» de Consumo, Alberto Garzón, a un periódico británico para armar un nuevo conflicto político al que, de forma cada vez menos sorprendente, se adhieren dirigentes del PSOE.

El fragmento en cuestión hacía una referencia explícita, a partir de claras evidencias, a las macrogranjas como una fuente de perjuicios para el medio ambiente, los animales, los ganaderos y los habitantes de los territorios colindantes. Mediante la tergiversación lo convirtieron en un descrédito generalizado de la producción cárnica española. Pero con patas tan cortas no podía llegar muy lejos el montaje.

¿Qué tipo de procesamiento cognitivo lleva a negar lo evidente para atacar al adversario político?

Les da igual que las macrogranjas perjudiquen a la ganadería tradicional con una competencia insostenible. Porque las macrogranjas no las ponen los ganaderos sino el capital financiero aplicando la premisa neoliberal del lucro indiscriminado: máximo beneficio obviando los efectos sobre el medio ambiente, las personas y, por supuesto, sobre los animales enjaulados. En este punto se hace patente la incoherencia de ciertas organizaciones ganaderas cuando se rasgan las vestiduras sumándose al bulo, en contra de sus propios intereses pero a favor de los intereses cortoplacistas del PP. ¿Acaso los comparten? ¿También aspiran al lucro indiscriminado?

Les da igual que la hipertrofia de esas factorías cárnicas generen residuos tóxicos en cantidades inabarcables, malestar animal y enfermedades por hacinamiento, reclusión extrema y estrés consecuente que, además, pueden transmitirse a los humanos (zoonosis). La calidad de los alimentos obtenidos con este tipo de producción no es comparable con los de una ganadería digna. Y lo saben. ¿Merece la pena abaratar así los costes de producción?

No me imagino a ninguno de estos fabuladores queriendo vivir a menos de 50 km. de uno de estos pestilentes campos de concentración. Ni al presidente «socialista” manchego, ufano con su torpísima comparación entre ganadería y pesca, pedir chuletón de macrogranja en un restaurante. A que no.

También es cierto que los militantes del extremo egoísmo, abanderados superlativos del antropocentrismo y el androcentrismo, no consideran a los animales seres sintientes porque eso supone «humanizar a los animales y deshumanizar al hombre». La mujer, si eso, ya tal. En fin.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.