Ucrania sin Europa

Ernesto M. Pascual Bueno DOCTOR EN CIENCIAS POLÍTICAS Y RELACIONES INTERNACIONALES

OPINIÓN

SERGEY PIVOVAROV | Reuters

28 ene 2022 . Actualizado a las 09:18 h.

En el final del fresco verano bielorruso del 2014, cuando la situación en la región ucraniana del Donbás empezaba a ser insostenible, la Organización para la Seguridad y Cooperación Europea (OSCE) lograba un efímero acuerdo de alto el fuego sentando a la mesa a los gobiernos de Ucrania y Rusia y a los representantes de las «repúblicas populares» de Donetsk y Lugansk. Fue el tratado de Minsk.

Ante el fracaso del alto el fuego y las señales inequívocas de escalada del conflicto, Alemania y Francia decidieron ponerse en contacto directo con Rusia y Ucrania. Se constituyó el Cuarteto de Normandía. Tras meses de negociaciones se llega a un segundo acuerdo, Minsk II, firmado en febrero del 2015.

Desde entonces, las reuniones del Cuarteto de Normandía han sido periódicas, sin acabar con el conflicto, han conseguido mantener un hilo de comunicación entre países europeos y los contendientes. De ellas han surgido nuevos intentos de paz y acciones como el intercambio de prisioneros realizado en diciembre del 2019.

Hoy, con la desaparición de los europeos en la escena ucraniana, el conflicto ha pasado a la «coerción para el diálogo» por parte de Rusia. Una toma de posiciones, mediante la concentración de tropas militares, para obtener su objetivo básico: la no expansión de la OTAN en el espacio postsoviético. Putin ha conseguido presentar a Rusia como una potencia geopolítica, cuando ya no lo es, más por el uso de la fuerza que por poder político, económico y tecnológico. EE.UU., que hace tiempo que decidió que su geointerés está en Asia-Pacífico, en el control de China, se presenta de nuevo como guardián del mundo, curando así sus heridas tras las apresuradas retiradas de otras guerras y el espectáculo dantesco de Kabul.

La geopolítica, pues, parece aproximarse al clásico de la Guerra Fría: la crisis de los misiles cubanos. Por aterrador que fuese, lo que mantuvo la paz en ese período era la capacidad de respuesta de las dos potencias ante un ataque nuclear de la otra. Es lo que Rusia busca con el conflicto ucraniano: mantener el tiempo de respuesta. Desde la caída del Muro, la ubicación de los misiles occidentales ha pasado de 1.600 kilómetros de distancia con Moscú a 130 kilómetros de San Petersburgo y 580 kilómetros de la capital. Esto permitiría que un misil de la OTAN llegase en cinco minutos y dejaría sin respuesta a los rusos, cuya capacidad de contraataque se calcula entre 12 y 15 minutos.

Pero el mundo ya no es bipolar, Rusia no es la URSS, EE.UU. no tiene el poder anterior y China es el jugador ascendente en el tablero, con su papel de productor mundial, su acaparamiento de materias primas y la competencia tecnológica demostrada con el 5G y el 6G. La Unión Europea haría bien en buscar su espacio en la mesa, no aceptar sin cuestionar las posiciones americanas, e insistir en sus vías de negociación y en los acuerdos ya establecidos para pacificar la zona, asumiendo los errores cometidos en el proceso de desintegración de la URSS.