Vestidos como periquitos

OPINIÓN

El papa Francisco saluda a su llegada al tradicional encuentro en la sala Clementina para felicitar la Navidad a los miembros de la Curia romana, que gestionan el Gobierno de la Iglesia, en la Ciudad del Vaticano
El papa Francisco saluda a su llegada al tradicional encuentro en la sala Clementina para felicitar la Navidad a los miembros de la Curia romana, que gestionan el Gobierno de la Iglesia, en la Ciudad del Vaticano ANDREAS SOLAROPOOL | EFE

Ropas y distintivos de profesiones simbólicas

06 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

I.- Introducción y por los de la Rota romana:

Dicen de sí mismos ilustres varones de carreras prestigiosas, jueces, toreros, eclesiásticos, militares y otros, que son gentes serias y sobrias; sin embargo, en muchas ocasiones, visten y se adornan con vivos colores y con gorritos en lo más alto, que recuerdan, con risas, el plumaje de los periquitos, animales multicolores, encerrados en jaulas colocadas en dinteles de ventanas o en traseras de casas, junto a las fresqueras.

Y escribo en masculino, pues en femenino resultaría «las periquitas», que suena peor aún, como a insulto, pues eso es llamar «periquitas» a señores muy varones, muy sabios y muy serios. Con lo del sexo, lo binario, lo de hombre y de mujer, no se juega ni se deben hacerse chistes; y no es cosa de hombres el vestirse con apariencia de mujer. (Los pavos reales pudieran sustituir, en lo menester, a los periquitos, si se estimase que éstos son, en demasía, poca cosa)

Lo que antecede, lo pensé ya cuando vestí uniformes con gorras y togas negras sin gorro. Gorrito que, por cierto, es un complemento estupendo para los calvos o con problemas de tiña, pues no hay más absurdo, superfluo, que llevar un gorro, una gorrita o una mitra, y debajo mucho pelo ?ser un pelón-; pues  no hay gorro, gorrita o mitra que se sostenga en la altura. Y lo que antecede lo pensé también, hace días, con motivo del Discurso del Papa, en la Sala Clementina, a los prelados auditores del Tribunal Apostólico de la Rota romana el 27 de enero último, vestidos con faldamentos de rojo intenso y variablre, con una especie de cuellos blancos y/o corbatas, como de puntillas, mezclándose el color de lo más fuerte (el rojo de la sangre), con el color de lo más frágil (el blanco de la pureza).

Al no llevar, ante el Papa, nada que tapara las cabezas ilustres de los auditores matrimoniales, sede de tanta sabiduría, se pudieron ver los efectos devastadores del tiempo en lo más alto o «copas», de peludos e implumes, y no como los periquitos o pavos, que son «plumes».

II.- Importancia:

Me apresuro a decir que la pajarería no es exclusiva de los ropajes de la Rota romana, pues el disfrazarse vistiendo muchos colores llamativos, no discretos, como es el color del hábito capuchino, entre que café con leche y chocolate, suele ser gusto de la mayoría de Tribunales, algunos muy serios, como el Tribunal Constitucional alemán, el de Karlsuhe, o el Tribunal Supremo de Francia, en Paris -los magistrados parecen cromos y los alemanes, como todo lo alemán, hasta resultan indigesto-.

Y color rojo, tan de los de la Rota romana, que, como explicara el historiador francés de colores, de emblemas y de símbolos, Michel Pastoureau, es también el del amor, en todas sus modalidades, incluido el mercenario. Y no debemos reírnos, únicamente, de la vestimenta de los tribunales eclesiásticos, sino de todos, también de los civiles, pues parece que esa cosa tan extraña y mágica, de que unos juzguen a otros, necesita y requiere mucho colorido metafísico, que, al parecer, es atributo de los dioses justicieros. Y el negro español también es un color.

Muchas veces lo mismo que causa risa, puede tener mucha profundidad y ser muy serio, y así el tema del vestido y los coloridos complementarios, en algunas profesiones, además de ser causa de carcajada, puede ser un asunto científico, profundo y de enjundia, de Antropología y hasta de Teología, por ser encarnación de la Autoridad, de Dios. Y eso de que «desnudo me siento libre y vestido amortajado» fue dicho por un insignificante atolondrado.

  Es que hay algunas profesiones, que no se quedan en un «aquí»,  sino que van »más allá», y sin el «más allá», no son nada, no se les haría caso; me refiero eso que se llama «profesiones simbólicas», muy estudiadas hasta por Levy-Strauss y otros, franceses naturalmente, pues ese tipo de estudios es muy francés. Y si se reparase en la palabra «profesión», habrá de resultar que todas, todas, por lo de la fe o fes inherentes, son simbólicas, con vestidos apropiados y necesarios, desde la de bombero (de ropas ignífugas), y la de mecánico (de monos azules), hasta la de torero (de trajes de luces), de juez (con puño de puñetas), de cura (con estola para perdonar pecados) o de militar (para defender a la Patria).

III.- Los toreros:

Y es que la profesión busca el rito, y una vez encontrado, se convierte en cultura, y la cultura en Historia cultural. Es imposible que el arte de la tauromaquia, también el «arte de Cúchares», que es una danza entre el torero y la cabeza cornuda del animal, el llamado «baile afeminado», se pueda realizar, vistiendo el torero un traje gris, de Cortefiel y no de luces; eso de ninguna manera, pues han de notarse, con vivos colores, no con grises, los atributos viriles del torero, que, para más complicación, ha de parecer hembra, pues el verdadero macho es el toro. ¡Qué lío!

Gracias a las sentencias del Tribunal Constitucional, número 177/2016 y 93/2021, sabemos qué es la tauromaquia: «Las corridas de toros y espectáculos similares son una expresión más del carácter cultural, de manera que pueden formar parte del patrimonio cultural común». 

IV.-Los jueces:

Ya lo dijimos, los jueces españoles son sobrios, ni gorritos ni togas de colores; sólo de negro, que es el color de la Autoridad para hacerse respetar y creer; color de los árbitros de futbol y color de Calos V y de Felipe II, ambos tenebrosos. Un  color negro que algunas veces también significa brujería y pecado. Ciertamente lo de no llevar gorritos es un engorro para los jueces calvos, que no quieren que sus calvas sean contempladas, durante tantas horas, en estrados, y con togas romanas negras y pantalones oscuros a base de franelas. Por supuesto que hay jueces que en vez de franelas llevan pantalones vaqueros, pero con estas «señorías» hay que tener mucho cuidado y guardar, como con las fieras, distancia, pues suelen ser muy presumidos, y no dejan de pensar, los de los vaqueros, que siendo tan lindos y estupendos ¡fíjense! hasta visten humildes vaqueros.

Ya lo escribió Josep Pla: «El engreimiento es propio del provincialismo».

V.- Los eclesiásticos:

Para profesión simbólica la de los eclesiásticos, que hacen de intermediarios, nada menos que entre la Tierra y el Cielo. Por eso, es imprescindible vestirse de colores, acaso deshumanizarse para divinizarse, y sirviéndose de unos códigos muy precisos que se llaman litúrgicos. Códigos  a base de colores que son indicadores, como el humo lo fue en tierra de indios. Que una persona se vista con colores, tan vivos y femeninos, como el verde (el del tiempo ordinario), el rojo (el de la Pasión), el blanco (el del Nacimiento) o el nuevo que es el azul (el iconográfico de la Inmaculada), puede ser necesario, pero arriesgado. A unos les sentará bien y a otros muy mal. Si a eso se añade la mitra y la mascarilla, desde lejos, el eclesiástico puede llegar a parecer lo que no me atrevo a escribir, ni desde luego, es.

Y lo que se pensó para impresionar al pueblo, el pueblo puede acabar preguntándose ¿Qué es esto? Los tiempos actuales no propician los coloridos.

VI.- Los militares:

Y llega el turno a los militares, los del «morir por la Patria», de otro gran simbolismo, cuyos uniformes color «caquí» (Tierra) y azulado (Aire) no son colores en sentido estsricto, sino lo que los franceses llaman nuances. Los verdaderos colores y únicos son el azul y el blanco de los de la Armada. En cualquier caso, y tratándose de lo militar, lo más importante, más que los vestidos, son las bandas y condecoraciones. Éstas, además de ser obsesión de vanidosos, cumplen importantes funciones: unas hacia dentro, de estímulo y fomento del espíritu militar del condecorado, importante en vida y, al parecer, también al morir, como resulta de la lectura de las esquelas en periódico. Y otras hacia afuera, buscando provocar respeto y admiración el que marcha tan cargado de insignias y collares; el Día de Reyes, en la Pascua,  es buena ocasión para ver desmesuras y exageraciones, produciéndose efectos contrarios a lo pretendido.

El problema de la concesión de bandas y condecoraciones, las de libre designación, también de las civiles, suele ser el problema típico del Derecho Administrativo, es decir, que las decide y concede el Gobierno de turno, y siempre, naturalmente, a los más obedientes, o sea, el «siempre igual». A veces, no haber recibido condecoración civil ni militar puede ser motivo de satisfacción, al tener acreditado no haber hecho caso al Poder, «jugándosela», ni al de antes ni al de ahora.

Y desde luego, el que esto escribió, cuando se viste, ni periquito ni pavo es.