Las mil grullas

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

ED

06 feb 2022 . Actualizado a las 09:27 h.

Estuve la semana pasada entregado al papeleo. No me refiero a la burocracia sino a la papiroflexia. El 30 de enero se celebraba el Día Escolar de la Paz y en el colegio del niño tenían que hacer entre todos los alumnos mil grullas de papel reciclado. De modo que, para evitarles a los pequeños unos horarios de trabajo dickensianos, los padres hemos tenido que ponernos manos a la obra y enrolar a amigos, parientes, e incluso a personas solo vagamente conocidas. Se trataba de emular a la pequeña Sadako, una niña japonesa que quedó gravemente afectada por la explosión de la bomba atómica de Hiroshima y que entretuvo sus pocos años de vida en hacer mil grullas de papel; de ahí la relación con la paz.

En Japón es costumbre. Allí he visto con frecuencia esa multitud de grullas de papel colgando como enredaderas en el exterior de los templos. La primera vez que estuve, hace ya muchos años, la grulla figuraba incluso en el reverso del billete de mil yenes. Pero cuando volví a visitar el país ya la habían quitado. Al parecer, los falsificadores se sentían atraídos por la grulla. Al fin y al cabo, artistas disfrutaban copiándola y les resultaba así más fácil que otros diseños.

Además de esta fascinación estética por la grulla, su monogamia la ha convertido en un símbolo de la fidelidad, y por eso los kimonos de las novias en las bodas llevan estampadas grullas de Manchuria. Y eso que todas ellas conocen la triste leyenda de la grulla que se enamora de un campesino pobre y se transforma en una joven humana para casarse con él. El campesino empieza entonces a encontrarse monedas por todas partes, y es que su mujer-grulla, en secreto, se va arrancando sus valiosas plumas, una a una, para venderlas, y de ese modo va muriendo poco a poco.

Pero, en concreto, la tradición de las mil grullas viene de otra cosa. Se creía antiguamente que este ave vivía mil años. Por eso, en Japón se la representa a menudo posada en un pino. Las grullas jamás se posan en los pinos, pero ambos son emblemas de la longevidad.

De ahí nació el gesto de confeccionar grullas de papel y colgarlas en las habitaciones de los enfermos, en especial de los niños, para animarlos en su convalecencia; y de ahí que la pequeña Sadako hiciese tantas grullas con la esperanza de curarse. Se dice que no pudo terminar sus mil figuritas, y que su vida menuda se apagó en algún punto entre la 644 y la que hubiese sido la 645. O eso les contaron a los niños en el colegio. Porque, por lo que yo sé, el asunto no está del todo claro. El hermano de Sadako siempre insistió en que sí las había terminado y que había llegado incluso a 1.400. Y yo le creo. Creo que la pequeña siguió plegando el papel de sus grullas, cada una de ellas, una pluma hermosa que se desprendía de su cuerpo, como en la leyenda.

Quienes sí que me parecía que no conseguirían completar las mil grullas éramos nosotros. En los últimos días había una cierta ansiedad entre los niños, que le estaban ya hurtando horas al sueño para doblar otra figura y otra más. Pero pasé ayer por delante del colegio y un cartel afirmaba orgullosamente que lo habíamos conseguido. Ahí estaban las mil aves para demostrarlo: una crin de colores y noticias olvidadas de periódico, agitada por el viento que ha hecho estos días. En los templos de Japón las dejan hasta que la intemperie las marchita. Se dice que, una vez que se haya desintegrado el papel, quedarán libres el deseo y la esperanza.