Pare, que yo me bajo aquí

Ruth Nóvoa de Manuel
Ruth Nóvoa DE REOJO

OPINIÓN

Joaquín Reina | Europa Press

20 feb 2022 . Actualizado a las 10:00 h.

Son ya muchos días levantándome por la mañana y pensando: ojalá el mundo fuera un bus. Así podría darle al botón de stop para pedirle al conductor que pare, que yo me bajo. Un chaval que mata a sus padres y a su hermano. Un chico de 19 años que apuñala hasta la muerte a su exnovia de 17. Un joven que asfixia a una adolescente y la deja tirada, desnuda, en una iglesia abandonada. Un estudiante que se levanta en medio de clase y acuchilla a su profesor. En serio, ¿no es para bajarse de este bus que es la vida, aunque sea en marcha?

El crimen no es algo nuevo. La maldad humana tampoco. Pero eso no evita que uno se estremezca ante cada uno de estos sucesos, que se pregunte que está pasando (qué ha pasado, qué pasó) para que ocurran.

De vez en cuando pasan pequeñas cosas que te reconcilian con el mismo género humano que te da pavor. Por ejemplo, el hombre que intentó parar la paliza de Vigo. Aparece por la esquina de la calle donde un joven está en el suelo mientras otro le pega puñetazos y patadas. Aparentemente no tiene nada que ver con ellos. Está tranquilo, camina despacio aunque decidido, con las manos en los bolsillos. No duda en detenerse. Es casi el único (entiendo a los que no se detuvieron, el agresor daba miedo; yo no creo que me hubiera atrevido). Mantiene la calma, intenta apartar al que da las patadas, habla con él, baja el brazo para proteger al joven que está tirado en el suelo... Con sangre fría consigue lo que quiere. Que se vaya. Que paren los golpes.

No sé si el chico al que defendió pudo darle las gracias. Pero a mí me dan ganas de dárselas. Ver cosas así siempre anima a seguir subida en el bus.