Si Feijoo va a donde dicen que va...

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

XOAN A. SOLER

24 feb 2022 . Actualizado a las 12:15 h.

Me envían una foto retocada que al parecer circula con gran éxito por las redes. Aparecen en ella cuatro personajes. Tres, tachados con rotulador rojo: Albert Rivera, Pablo Iglesias y Pablo Casado. El cuarto es un sonriente Pedro Sánchez: el único que continúa en la carrera. Al pie de la imagen, un lacónico y avieso comentario: «¡Y parecía tonto!».

 La instantánea, tomada en el debate de las últimas elecciones generales, está trucada. Es una fake news, porque alguien suprimió al quinto hombre: Santiago Abascal. Si la foto estuviese completa, no dudaría en remitírsela a Núñez Feijoo como recordatorio de la tarea que le espera: la de suprimir con rotulador azul las dos figuras que siguen en la carrera. Desalojar a Sánchez sin espolear el caballo de Abascal ¿En qué orden? Ah, esa es la cuestión.

 Si Feijoo va a donde dicen que va, le reconoceré valentía y le desearé éxito en su empresa de reconstrucción. Sobre todo si, haciendo bueno el perfil de sensatez que le atribuyen, consigue frenar el galope de Vox hacia una España a la húngara o a la polaca. Desde luego, aunque agua pasada no mueve molino, estoy convencido de que su gestión al frente del PP habría sido muy distinta a la de Pablo Casado. El Feijoo que yo conocí no rechazaría en el Parlamento el estado de alarma. No bloquearía sine die la renovación del Consejo del Poder Judicial que exige la Constitución. No votaría contra la reforma laboral, ni descalificaría a la patronal, ni daría a Casero la oportunidad de saltar a la fama. No andaría por Bruselas torpedeando los fondos europeos. No adelantaría las elecciones en Castilla y León ni, en consecuencia, abriría las puertas de par en par a Vox. Sería extremadamente duro con el Gobierno —ya lo fue y lo será: lo certifican las hemerotecas—, pero dudo que sus dardos rebasaran las líneas rojas que Casado nunca respetó.

Pero el Feijoo que yo conocí, aquel que suprimía de los carteles electorales siglas y gaviota, tampoco se habría metido en este edificio en llamas. Lo que me lleva a preguntarme si existe otro Feijoo o si estoy equivocado —solo él lo sabe— en todo lo que antecede. Porque a donde va, y él parece aceptar la invitación, es a un pantano de corrupción y de pirañas. Transportado a hombros por aduladores que hoy te aclaman y mañana te acuchillan, como tardíamente supo su antecesor. Hoy contigo y mañana sin ti. Lealtades de quita y pon. Los triunfos atiborran los balcones y los perdedores se quedan solos. Por no hablar de ciertos poderes mediáticos que han abdicado de informar, opinar e influir: ahora se dedican a echar y poner rey.

Pero todo esto lo conoce, mucho mejor que este humilde opinador, Alberto Núñez Feijoo. Si va a donde dicen que va, sabe que no lo llaman para limpiar las cloacas, ni para poner orden, ni para rescatar al rehén de las fauces de Vox, ni siquiera para devolver al PP su carácter de partido de Gobierno. El método no les importa. El único objetivo consiste, con o sin Abascal, en reconquistar la Moncloa. Y pronto: la paciencia se agota.