Bambino: un artista de artistas

Álvaro Boro

OPINIÓN

Miguel Vargas Jiménez, Bambino
Miguel Vargas Jiménez, Bambino RTVE

04 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«Todos querían verlo, espigado como un junco, se crecía en pequeños escenarios; allí donde podía sentir el calor de un público que caía rendido ante la presencia arrebatadora del dios de la fiesta: el Dioniso que les conducía a una bacanal de emociones con resaca de tormento», dice Carlos Herrera como narrador del documental sobre Bambino: «Algo salvaje. La historia de Bambino». El documental de Paco Ortiz repasa la trayectoria vital y artística de Miguel Vargas Jiménez, Bambino, y se pudo ver hace unas semanas en «Imprescindibles» de La 2. Ahora está disponible en RTVE PLAY, pero dense prisa en verlo, porque sólo lo estará hasta el 7 de Marzo.

Con esta película te pasa lo mismo que con el artista y su música: tras verlos y escucharlos te entran unas ganas irrefrenables de beberte la vida a grandes sorbos, y no desperdiciar ni un instante para echar unos tragos. 

Viendo a este «artista de artistas» -así le definió Camarón- encima de un escenario uno se da cuenta que fue el más moderno del mundo sin saberlo ni pretenderlo, sólo siendo él mismo. El de Utrera fue un hombre libre, sin ambages ni ataduras, jugando siempre con la ambigüedad y caminando sin despeinarse por el agudísimo filo de las noches de neón. Cuando España dormía, él estaba de fiesta. Varías vidas en una noche: capaz de dar varios bolos y alargar las madrugadas hasta la eternidad. «Un día mío vale por un año de un oficinista», dejó dicho una vez con toda la razón y conocimiento de causa.

Daría la mitad de lo poco que sé y casi todo lo que tengo, que aún es menos, por quitarme la americana como lo hacía Bambino sobre el tablao. Porque eso era clase y estilo: arte. Algo que se tiene o  no, pero que jamás se aprende o se compra.

Logra hacer del tormento, de la tortura, de los amores imposibles, de todo el dolor del amor roto, de las emociones extremas, fiesta. Sin componer sus canciones, las «Bambiniza», las hace suyas, porque cuentan sus vivencias. Fue querido por la alta sociedad y por el lumpen, porque fue amado por la noche: único lugar etéreo donde coinciden todas las clases sociales.

Supe de Bambino y de su música -inseparable en este caso la persona del artista, porque además de ser torero hay que parecerlo- hace unos cuantos años gracias a Los Delinqüentes, sobre todo al Canijo de Jerez que hizo unas playlist en Spotify donde le escuché por primera vez; al igual que Silvio, Tabletom, Triana o Smash. Todos ellos grandes artistas y genios, en cierto modo al margen y malditos, pero  figuras de los pies a la cabeza todas las horas del día.

Según sus propias palabras: «Ser artista es expresar tu vida a todo el mundo». Y esto pasa factura, como las fiestas, las copas, los amores rotos y la exposición constante. En sus momentos más bajos volvió a su Utrera natal y fue un vecino más, querido por unos y odiado por otros, pero siempre Bambino: «No me cansé de cantar, me cansé de actuar». 

Una noche en Rota se le rompió la voz, ese chorro de vida y rabia no volvió más. Tenía un problema: cáncer de garganta. Tenía solución: operar. Tenía un inconveniente: perder la voz. «Pues si no puedo cantar más en la vida, cuando llegue, llegue. No quiero vivir para no poder cantar». Un artista de artistas.