Egopolítica

OPINIÓN

Ayuso y Casado, en una imagen de archivo.
Ayuso y Casado, en una imagen de archivo. Mariscal | Efe

06 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En estos días de guerra, de guerras a diferentes escalas -la impostada contra la emergencia climática, la de Ucrania, la del PP-, uno pierde un poco más la esperanza en que las generaciones venideras puedan habitar un mundo diferente al de una lucha fratricida por recursos escasos y deteriorados. Cómo dejar de escribir de aquello que ha ocupado la mayor parte de mis artículos durante más de una década: la influencia de las estrategias egoísta y cooperativa en los aspectos cotidianos de la evolución humana.

Este mundo en decadencia favorece la viralización de la estrategia egoísta de supervivencia mientras no haya una deliberación genuinamente democrática a partir de información veraz. La gangrena egoísta se reproduce a todas las escalas: desde la local hasta la global, donde intereses particulares a corto y medio plazo convierten la geopolítica en «egopolítica». Con muy mal pronóstico. Porque la negación del «otro» solo genera sufrimiento y termina, en el peor de los casos, en genocidio.

El pesimismo se extiende por todos los escenarios a los que nos asomamos. Por ejemplo, nuestra resistencia a renunciar a niveles hipertrofiados de consumo hace que las políticas de lucha contra el cambio climático sigan siendo impopulares y, por tanto, difícilmente aplicables. Lo que agrava aún más la situación hasta llevarla a procesos de deterioro irreversibles.

Procesos que tienen entre sus consecuencias la alteración de las condiciones biofísicas que nos sustentan, escasez de recursos y, consecuentemente, migraciones forzadas. Procesos que son percibidos por la población como vulnerabilidad. Esta incertidumbre, a su vez, es explotada por políticos que prometen seguridad pero aplican autoritarismo y exclusión social por desposesión cuando llegan al poder, acelerando el proceso de deterioro. Por sus bravatas reaccionarias y ultranacionalistas los conoceréis: Putin, Trump, Bolsonaro, Orbán, Erdogan, Modi, Le Pen, Salvini y Abascal, entre otros.

Casado pudo haber entrado a formar parte de esta pléyade de enajenados pero su carrera se ha visto truncada por una estrella emergente que ha de proporcionarnos frecuentes episodios de surrealismo político. Personajes, por otra parte, que andan escondidos estos días porque no se atreven a justificar los delirios imperialistas de su colega ruso. Sin embargo, Maduro y Ortega, presuntamente desde el extremo político opuesto, no tienen problema en retratarse. Políticos, como vemos a diestra y siniestra, que, una vez en el poder, se creen liberados de su compromiso democrático con toda la ciudadanía, patrimonializan las instituciones y actúan bajo los designios de sus intereses de grupo.

Lo que nos trae de vuelta al más prosaico escenario de las luchas intestinas del Partido Popular. Una disputa de poder que va a resolverse ofreciendo el puesto de quien pretendía neutralizar a una adversaria muy venida arriba abofeteándola con un trapo mugriento, a quien, a cambio, debe aplicar la omertá al nuevo caso de fraude. A la espera de que la fiscalía «afine» este lucro familiar indebido, con dinero público asignado a dedo, hasta hacerlo indistinguible de los chanchullos que tenemos asumidos como parte de nuestra cultura. Eméritos ejemplos tenemos.

Como epítome de esta concepción egoísta del poder, una escena de una magnífica película sobre geopolítica o, más bien, «egopolítica»: Syriana (2005), de Stephen Gaghan. El abogado de un importante bufete norteamericano especializado en energía tiene que encontrar, antes que la fiscalía, posibles fraudes que impidan una fusión entre dos compañías petroleras con importantes inversiones en Oriente Medio; principales clientes de dicho bufete. Encuentra varias irregularidades graves. Entre ellas el soborno al ministro de energía de una república de Asia Central, con nuevos y prometedores yacimientos de petróleo, para hacerse con la concesión de uno de ellos.

Cuando pide aclaraciones al muñidor del soborno, este argumenta: «qué pretende […] ¿que China o Rusia puedan disfrutar, a nuestra costa, de todas las ventajas de las que disfrutamos nosotros hoy? No, señor. Me niego. Casos de corrupción… ¿¡Corrupción?! Corrupción es el intrusismo del gobierno en la eficacia del mercado con sus regulaciones; es de Milton Friedman, tiene un maldito Premio Nobel. Disponemos de leyes que defienden nuestra política comercial. ¡La corrupción es nuestra protección! ¡La corrupción nos mantiene sanos y salvos! La corrupción permite que tú y yo estemos aquí pavoneándonos en lugar de matarnos por un trozo de comida en la calle. La corrupción permite que ganemos». De victoria en victoria hasta la derrota final.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.