La hora de los canallas

OPINIÓN

El rey emérito Juan Carlos I, en una imagen de archivo.
El rey emérito Juan Carlos I, en una imagen de archivo. Eduardo Parra | Europa Press

06 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Dice Raúl del Pozo que al enviarle un mensaje al rey emérito felicitándole por su 84 cumpleaños le respondió desde el exilio: «Mil gracias, Raúl. Estoy muy bien, y esperando que a doña Dolores se le ocurra cerrar el caso. Abrazos». A la fiscal general del Estado se le ocurrió cerrarlo en cuanto oyó a un presentador de televisión describir en prime time cómo serían las cinco primeras horas de un holocausto nuclear. «Don Juan Carlos, exonerado» tituló ABC, con una foto del monarca saludando y sonriendo como si le hubiese exculpado su honradez en vez de su inviolabilidad y la buena mano de la doña.

Este año la ropa sucia no se secará al sol de agosto, se lava toda ahora, mientras estamos en shock por la guerra en Europa, indignados por los miles de muertos, los millones de refugiados, acobardados por la amenaza nuclear, sin poder apartar de la mente la posibilidad de la guerra llegando a nuestras propias calles, una larga noche de explosiones y un amanecer entre peroles humeantes con caldo de pollo de José Andrés, las nuevas trompetas del apocalipsis. Está la cosa como para preocuparse de los negocios y las faldas del campechano.

Si Putin hubiese invadido Ucrania el mismo día que Pablo Casado se transformó en líder de la oposición de la Asamblea de Madrid ante Carlos Herrera, Feijóo seguiría aburriéndose en Galicia y Teodoro escupiendo aceitunas a las fotos de sus enemigos en Génova. La guerra no habría dejado libre suficiente espacio mediático para crucificar a Casado. Hacen falta muchas páginas y horas de matraca para tumbar en cuatro días a un líder del PP, por muy torpe que sea. Y la guerra lo llena todo. Hasta un virus que parecía invencible se está llevando por delante.

Las bombas silenciaron también la petición de dimisión de Boris Johnson por sus mentiras en el partygate. Siempre me pareció una injusticia. Si durante toda su vida engañó a cara descubierta a sus electores, a sus compañeros de partido, a sus mujeres, a sus lectores del Telegraph, roza la inmoralidad pedir ahora su cese por la misma razón que lo eligieron. Yo te creo, Boris, hermano, cuando ante una foto con collares de guirnaldas y una botella de espumoso en la mesa dices que imaginabas estar en una reunión de trabajo. ¿Acaso no llevas trabajando así toda la vida? Que nadie se llame a engaño al descubrir ahora que para ti una botella de prosecco es material de oficina. Tuyo es el futuro, la guerra es el momento de los líderes borrachos y estrafalarios. Churchill empezaba el día con un vaso de Johnnie Walker etiqueta negra con agua en ayunas, lo terminaba bebiendo otro cuarto de botella antes de dormir y nadie se escandalizaba.