El corazón enterrado en Chernóbil

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

ED

06 mar 2022 . Actualizado a las 09:21 h.

Creo que la URSS tenía un corazón enorme, y que ese corazón estaba exactamente en Chernóbil, enterrado bajo la central nuclear, porque era radiactivo y mataba a todo el que se le acercaba demasiado. Hasta pienso que podría tratarse del mismísimo corazón de Lenin, sacado en secreto de su mausoleo de la Plaza Roja, que se estaba remodelando cuando se construyó la central de Chernóbil, cuyo nombre oficial era, precisamente, «Vladimir Ilich Lenin». En todo caso, la confirmación de esta teoría mía es que cuando la central estalló finalmente en 1986 la URSS empezó a agonizar, hasta que dejó de respirar pocos años después. Antes de eso, el corazón de la URSS ardió durante diez días y diez noches y todavía pudo conquistar Europa brevemente en su forma más pura: una nube radiactiva que voló sobre el continente con las alas desplegadas, como la famosa paloma de la paz que diseñó Picasso por encargo de la propaganda soviética.

De modo que quizá no sea casualidad que las tropas rusas hayan entrado en Ucrania por Chernóbil, y que ya en el primer día de la invasión se adentrasen en la zona prohibida, rompiendo su silencio de recinto sagrado para combatir con un destacamento ucraniano que luchaba con un ojo puesto en los medidores de radiación de la solapa del uniforme. Me gustaría saber qué es lo que habrán pensado esos soldados rusos cuando, acto seguido, llegaron a la ciudad fantasma de Prípiat, que está dentro de la zona prohibida. Es la ciudad que se creó en los años 70 para alojar a los obreros que construyeron la central nuclear y que con el tiempo se acabaría convirtiendo en una urbe de 40.000 habitantes. En su momento, tan nueva y hecha con tiralíneas, se la llegó a considerar el ideal de la ciudad soviética a la que en el futuro se parecerían todas. Precisamente en 1986 estaba previsto que se inaugurase su parque de atracciones coincidiendo con la fiesta del Primero de Mayo. Pero unos días antes se produjo el accidente del reactor número 4 de la central y la ciudad tuvo que ser evacuada por completo, previo sacrificio ritual de todas las mascotas y los gatos callejeros. Efectivamente, las ciudades soviéticas se acabaron pareciendo a Prípiat. Todavía hace unos pocos años, por lo que vi en una foto, ondeaba allí la bandera soviética en lo que fue un edificio oficial, presidiendo sobre la gigantesca metáfora.

Los soldados se habrán hecho selfis con los móviles junto a los coches eléctricos herrumbrosos y habrán visto la noria oxidada de aquel parque de atracciones que no llegó a inaugurarse nunca. Paseando por las calles de Prípiat se habrán sentido trasladados a aquel mundo paralelo que fue la URSS. O quizás, demasiado jóvenes para recordarlo, les habrá dado igual. Pero fantaseo con que algún mando de más edad, al contemplar el sarcófago que cubre el reactor 4, habrá hecho instintivamente una inclinación de cabeza como la que se ejecutaba en tiempos ante la momia de Lenin en la Plaza Roja. Ese sarcófago que cubre el reactor 4 de la central de Chernóbil contiene más de doscientas toneladas de lava radiactiva y es más alto que la estatua de la libertad. No se sabe si los soldados rusos lo habrán contemplado con indiferencia o con el miedo religioso que inspira un comentario del Apocalipsis. Lo que sí se sabe es que los instrumentos de medición de los científicos ese día detectaron que, al sentir la proximidad de los uniformes rusos, el corazón enterrado en Chernóbil hizo un último esfuerzo por empezar a latir de nuevo. Pero solo logró lanzar una bocanada de radiactividad.