La sangre fría del crío asesino de Elche

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

Joaquín Reina | Europa Press

13 mar 2022 . Actualizado a las 09:59 h.

Santi es el crío de la wifi, el chaval de 15 años que mató a sus padres y a su hermano para poder seguir jugando durante los tres días que duró su huida hacia adelante. Una huida hacia adelante que escondía la realidad más cruel. Mató a su madre con dos disparos de la escopeta de su padre, uno por la espalda, cuando esta le dijo que le iba a quitar la conexión de la wifi por su reiterado mal rendimiento en el cole. Mató a su hermano de 10 años con un tiro. Y esperó unas horas a que llegase su padre de noche para dispararle cuando se bajaba del coche tras aparcar en la finca. El padre era un hombre corpulento. Más de dos metros, cien kilos. No tuvo problemas en trasladar a todos al cobertizo, aunque él es alto pero delgado. Allí los dejó con útiles varios. Limpió la sangre y se preparó la cena. Después siguió jugando durante tres días, como si nada. ¿Es Santi un témpano? Los expertos en salud mental serán los que tengan que decidir. Pero el relato de los hechos en diversas crónicas no deja lugar a dudas de su frialdad extrema. Lo hizo todo paso a paso. Y de la misma manera se lo contó a los policías con lujo de detalles, que coincidían plenamente con lo que ellos habían deducido de la escena del crimen. No solo siguió jugando, además se comunicaba con sus compañeros como si no hubiese tocado una escopeta para matar a su familia. Solo deslizó la pequeña mentira de que estaba confinado por covid. Todo para no frenar su adicción, que fue lo que le hizo detonar la escopeta contra su madre. Había conseguido su objetivo, barra libre en su cuarto. ¿Desconocía las consecuencias? Las informaciones policiales ponen los pelos de punta. Santi, al subir al coche patrulla, solo preguntó: «¿Cuántos años me van a caer?». Como quien pregunta minuto de juego y resultado de un equipo en el que está interesado. El protocolo policial se siguió al límite por si acaso. Durmió en un calabozo solo, con vigilancia exterior por si hacía alguna locura, por si se autolesionaba. Nada de eso sucedió. Los investigadores seguían sorprendidos con la misma claridad aritmética con la que les relató los tres crímenes y las circunstancias, traslado de cadáveres, limpieza de la sangre y el objetivo de su acción: seguir jugando; Santi durmió la primera noche del tirón. Concilió el sueño sin ningún problema. Seguimos para bingo inexplicable. La jueza decretó su ingreso en régimen cerrado en un centro de menores y su actitud allí —está en un módulo para los recién llegados— es de adaptación total. Se levanta, hace la cama. Desayuna. Participa en las actividades. Va a clase. Su adaptación parece completa. Crías a un chaval durante 15 años. Te dejas tus mejores veranos. Y te pega un tiro por la espalda cuando le niegas la wifi. Algunos han querido llevar el problema a que el padre tuviese una escopeta de caza. No. El problema es Santi. Tampoco son los videojuegos. Hay demasiada gente enganchada y no matan a toda su familia. Sin escopeta, hubiese utilizado cualquier otro arma. Truman Capote debería resucitar para entrevistar a Santi, para sacarlo de su relato frío. ¿Dónde está el corazón de Santi? El corazón no es un plátano que puedas coger y comértelo. No puedes meter la mano en la boca, buscar el corazón, sacarlo, pelarlo. Comértelo y tirar la cáscara. No se puede. Creo.