La guerra y la escalera de razonamiento

OPINIÓN

Soldados ucranianos en la primera línea del frente de Kiev
Soldados ucranianos en la primera línea del frente de Kiev Gleb Garanich | REUTERS

30 mar 2022 . Actualizado a las 21:18 h.

Solo sentimos los males públicos cuando afectan a nuestros intereses particulares. Esta sentencia no deja de estar vigente más de 2000 años después de ser expresada por el historiador de Roma, Tito Livio. Y será una de las claves del colapso de nuestra civilización si no recuperamos la conciencia del hecho biológico de la interdependencia de nuestra especie.

Un hecho que el mito del individualismo capitalista se ha ocupado de ocultar ofreciéndonos a cambio un sucedáneo de libertad individual para espolearnos en la competición de todos contra todos en un juego amañado por los grandes beneficiarios de esta lucha fratricida. Una lucha que nos sumerge en una «sociedad de consumidores solitarios y depresivos incapaces de imaginar alternativas al sistema imperante», a decir de Mark Fisher. Así consiguen desarmarnos frente al abuso de poder sistemático.

Hablando de abusos; vemos de nuevo la guerra en Europa. Y digo «vemos», y no «sufrimos», porque la padecemos tangencialmente en forma de subida de precios de la energía y el combustible, por ejemplo. No sentimos todas las demás guerras, que las hay, porque no afectan a nuestros intereses particulares.

Es lo que tiene la globalización: que se lucra aún más cuando deslocaliza la industria, la guerra y, por ende, los Derechos Humanos. Así, vemos a las potencias del abuso geopolítico disputándose las áreas de influencia que requieren para defender sus intereses. Esto es, el control del acceso a los recursos por un lado, y los parapetos frente al enemigo, por otro. Todo con la lógica comercial de perseguir el incremento de los beneficios y, en la medida de lo posible, la externalización de costos. Si se puede librar una guerra trasladando los daños a terceros países, mejor. 

Hay muchos ejemplos. Tantos que ponen a prueba la confianza, yo diría que excesiva, de mi colega, el psicólogo Steven Pinker, en la evolución racional de la humanidad, que asciende, por lo que él llama la «escalera de razonamiento», a mayores niveles de empatía, conciencia de grupo y pragmatismo, haciendo que la violencia haya disminuido a lo largo de la historia hasta nuestros días.

Es cierto que evolucionamos pero, en mi opinión, con unos efectos menos optimistas que los que Pinker defiende. Porque, como ocurre con los fundamentalistas del mercado desregulado, sobreestima la cognición frente al afecto, la motivación u otros factores que determinan la conducta. Es más, hay cognición sin empatía, y tal vez sea este uno de los perfiles más exitosos en la carrera por el poder político y económico.

Y por supuesto que muchos de los aventajados en esta carrera razonan, pero su motivación está lejos de obedecer a principios morales como el del bien común, es decir, de cualquiera independientemente de su condición personal.

Por otra parte, aunque esa evolución del razonamiento colectivo nos haya dotado de democracias, aparentes al menos, con mecanismos que, supuestamente, evitan los abusos de poder, estos aspirantes a autócratas con «respaldo democrático» hacen lo impensable por sortearlos con una falta de ética directamente proporcional al alcance de los daños derivados de sus delirios megalómanos.

De hecho, la disminución histórica de la violencia supuesta por Pinker depende de su criterio de evaluación y los correspondientes factores de corrección. Por ejemplo, el que aplica al número de muertos de un suceso en relación a la población mundial. Sin embargo, si se aplican factores de corrección tanto a la población como a la duración, resulta que cinco de los diez mayores acontecimientos violentos de la historia corresponden al siglo XX, siendo la Segunda Guerra Mundial el primero de la lista. A ver el siglo XXI, en el que la amenaza de la tercera nos sobrevuela.

Como dice el neuroendocrinólogo, Robert Sapolsky, aunque hay menos gente que actúa de forma violenta y las sociedades intentan contenerlos, el alcance de los pocos violentos es mayor. Pero es más fácil mirar para otro lado y negarlo cuando las guerras, incluso por nuestros intereses, están deslocalizadas.

Finalmente, ignorar que la violencia no se ejerce sólo físicamente contribuye a su mantenimiento. Hay una forma de violencia sutil que no provoca hemorragias, sino «econorragia»: la detracción global, inmoral también, de recursos económicos por parte de una minoría de acaparadores.

Por lo tanto, la violencia global no decrece. Aumenta en la medida en que lo hace la desigualdad, condenando a la mayoría a un injustificado deterioro de sus condiciones de vida. Lo que facilita, a su vez, el desarrollo de opciones políticas que promueven el odio a «los otros», la exclusión y, en última instancia, la violencia física. Un círculo vicioso que nos precipita escalera de razonamiento abajo.

¿Y la próxima semana? La próxima semana hablaremos del gobierno.