El adiós del Tulipán Negro

Eduardo Riestra
Eduardo Riestra TIERRA DE NADIE

OPINIÓN

03 abr 2022 . Actualizado a las 10:10 h.

Cuando yo era pequeño veía en la pantalla del cine Equitativa al actor francés Alain Delon vestido de pirata y con un aro en la oreja, cuando los aros solo los llevaban —con pata de palo, garfio, loro y parche en el ojo— los piratas. Era el hijo del capitán Blood. Luego fue el Tulipán Negro y más tarde aún el Zorro. A mí Alain Delon me enseñó a manejar la espada y el florete, y a cruzar grandes salones por el cielo agarrado a la cuerda de la inmensa lámpara cenital con una bella joven en los brazos. Era un héroe presumido y cursilón, con esa sonrisa que también tenía 007 cuando lo representaba Roger Moore. Luego vino el papel de Tancredi en la película de su vida, El Gatopardo, sobre la excelsa novela de Lampedusa que yo leo, como hacía Manu Leguineche, una vez cada dos años. Pareciera que el francés es el verdadero sobrino del príncipe de Salina.

Ahora Alain Delon se despide de la vida, y a mí me da pena, qué le voy a hacer. Pero no me apena que se vaya de su propia mano; eso, por el contrario, me admira. Me da pena que la vida no se pare nunca, que una parte de mi niñez ya tan lejana se vaya con él. Yo no creo que lo de Alain Delon sea un suicidio, suicidio es renunciar a la vida, pero no lo es ponerle fin cuando se acaba. Sabemos de grandes hombres —en mi ciudad tenemos uno reciente en el recuerdo— que fueron dueños de su muerte. Creo que a los demás solo nos queda respetar su decisión y, si fuera el caso, desearles buen viaje. Y volver a ver al cursi de Tulipán Negro.