Le Pen y los comisionistas pijos

OPINIÓN

 La ultraderechista Marine Le Pen supera la primera ronda con el 23,41 % de los votos
La ultraderechista Marine Le Pen supera la primera ronda con el 23,41 % de los votos Xinhua | EUROPAPRESS

16 abr 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«Lo de Hitler fue un fiasco descomunal. Subestimó la fuerza de la democracia alemana». Bergman se permitió terminar El huevo de la serpiente con un detalle de humor negro en boca del inspector Bauer. Por supuesto, es un error comparar la extrema derecha actual con el fascismo de entreguerras. Es un error táctico, quiero decir; no hay equivocación moral en la comparación. Es también un error comparar la Europa actual con aquella. Y es un tercer error ofrecer solo horrores del pasado como guía en la confusión del presente. El dolor no es muy motivador como promesa política. Pero también es un error, táctico y de análisis, el olvido. Después de haber conocido a la bicha en cuerpo entero, es un error fingir no reconocerlo cuando muestra solo la patita por debajo de la puerta, como si no supiéramos por la historia cuál es el todo cuyas partes son el odio racial, la desinformación estratégica, la brutalidad máxima del machismo, el clasismo decimonónico, el nacionalismo sobreactuado o la intransigencia religiosa. Esta Europa no es aquella, pero es un error hacer como el inspector Bauer y vanagloriarse de su fortaleza, como si las amenazas no fueran palmarias y las grietas no empezaran a ser ya sonoras. Y, decíamos, es un error el discurso de la oscuridad, sin impulso basado en emociones positivas. Es fácil desmontar la oscuridad y denuncia. Solo hay que dejarlas solas, dejar las tinieblas y situarse fuera de ellas, sin réplica racional. En Madrid la izquierda debería saber que eso no funciona. Pero también es un error que el impulso positivo no vaya acompañado en la retaguardia con la denuncia y el recuerdo, cuando el recuerdo contiene errores y horrores. Hasta los niños evitan las ortigas después de haberlas tocado una vez. Se llama aprendizaje.

Seguramente en Francia ganará Macron. Ya saben que, por esas magias del lenguaje, en español solo decimos «seguramente» cuando lo que decimos no es seguro. O sea que puede ganar Le Pen. Eso es lo importante, que puede ganar y que eso puede ocurrir porque una mayoría de franceses, incluidos muchos que no la van a votar, no creen que la democracia francesa peligre porque tome la jefatura del estado la ultraderecha. Confían, como Bauer, en la fortaleza de la democracia francesa. Éric Zemmour, con disparates más sonoros, hizo parecer que Le Pen no estaba en el extremo (por cierto, ¿no fue el grupo Vivendi, el que tiene casi un 10% de las acciones de PRISA, el que moldeó y bruñó la maligna popularidad de Zemmour?).

Lo cierto es que es una posibilidad que Le Pen sea Presidenta de Francia. Una de sus prioridades es aflojar la presencia de Francia en la OTAN y hacer una alianza militar con Rusia. Diga lo que diga la propaganda sobre quién está ganando la guerra, Putin no es un lobo solitario enloquecido. Sabe que lanzando bombas en Ucrania crea grietas en Europa. Alemania, que exigió sacrificios demoledores al sur de Europa en la crisis de la deuda, ahora no quiere asumir los sacrificios mucho menores que le corresponderían cortando el cordón energético con Rusia. La ultraderecha solo capea el chaparrón mientras suenan los misiles, pero es una especie de herpes latente que Putin puede activar para provocar irritación y fiebre aguda en Occidente. Orbán ya es una avanzadilla fascista en plena UE y un verdadero topo de Putin. Una presidenta del mismo palo ideológico y geopolítico en Francia dejaría inestables los cimientos del edificio europeo. Y no olvidemos que también en EEUU puede ganar Trump. Ganó apoyo en las presidenciales que perdió, todo su discurso sigue activo y la guerra civil emocional americana solo necesita un proceso electoral para manifestarse en plenitud. No ganará Trump, seguramente; es decir, podría ganar. Y no solo Le Pen desplazó el discurso más allá de los límites fundacionales de Europa. Putin también está desplazándolo más allá del orden de después de la Segunda Guerra Mundial. Está hablando de armas nucleares sobre Finlandia y Suecia. China, la verdadera nueva potencia, está haciendo algo más que observar. Y EEUU sabe que lo que tenga que pasar pasará en Europa, lejos de allí, donde por cierto tienen petróleo y gas. China, Putin, Le Pen, Orbán, Trump, y Suecia y Finlandia cogidas por el cuello. Esta Europa no es la de los veinte, pero está en peligro. San Jerónimo veía en la inminente caída de Roma el fin del mundo (Quid salvum est, si Roma perit?). Los europeos sentimos a la vez que la caída de Europa sería el fin del mundo y que el fin del mundo no puede ocurrir. Por eso los franceses no creen que Le Pen pueda con la fuerza de la democracia francesa y aquí creemos que no hay nada que aprender de lo que nos ortigamos durante cuarenta años. ¿Qué podría estar a salvo si Europa perece? Eso no va a pasar. Seguramente.

De todo lo que se puede decir sobre el ascenso de Le Pen, merece la pena retener una observación de Iván Redondo. Ganará a toda una generación el que acierte a ofrecerles construir su propio país. El que describa correctamente su circunstancia y exprese cómo será el país que construyan por la circunstancia en la que crecieron tendrá más posibilidades de movilizar a una generación. El establishment con pautas de corrección ajenas a ellos no se entenderá con esa nueva generación. Deberíamos tener en el recuerdo a Hillary Clinton. Y no olvidemos que el horizonte buscado por Le Pen y la ultraderecha no es una guerra ni destruir la democracia formal para poner dictaduras bananeras. Quieren un cambio geopolítico, donde las democracias liberales no tengan lugar, y sistemas autoritarios que retengan la morfología de la democracia, pero sin separación de poderes ni prensa libre; es decir, funcionalmente dictaduras.

Y nuestros comisionistas desvergonzados, Luis Medina y Alberto Luceño, en su insignificancia no dejan de ser una ilustración grotesca de lo que hay detrás del avance de la ultraderecha. Hay, desde luego, superpotencias interesadas en su potencial corrosivo de la UE y hay intereses geopolíticos, aunque no uniformes. Pero sobre todo hay dinero. La ultraderecha avanza porque los ricos la financian. Su retórica es la populista del pueblo contra las élites y Le Pen la está reforzando en la segunda vuelta, visto que el hueso de la xenofobia y el racismo no podía ya dar más sabor al caldo. Pura retórica. Las oligarquías los quieren fuertes en parte por seguridad, porque en un autoritarismo viable están más seguros sus intereses. Pero Medina y Luceño desnudan de manera especialmente chusca y grosera el clasismo rancio que lleva a los ricos a financiar al adefesio ultra. Estos personajes estrafalarios realmente desprecian como chusma al pueblo llano, roban y trampean como quien realmente cree que el país es suyo, celebran su botín por todo lo alto como bobos ramplones ruidosos que no ven a los demás de tan pequeños que les parecen. La ley y el fiscal que la aplica les parecen brasas izquierdistas y lo dicen con la transparencia de los pijos que solo pueden ser pijos. Claro que esta gente quiere a los ultras en el poder y que dejen el país a sus dueños. No hay ninguna contradicción entre su patrioterismo y sacar de España cuanto antes el dinero robado. No es porque haya rojos en la fiscalía y en el Gobierno. Si estuvieran en el poder, también robarían y sacarían la riqueza para donde les convenga, siempre lo hicieron. No hay contradicción porque esa es su patria, su patria es la oligarquía y los demás en su sitio. El desprecio de estos dos golfos al país que sufría es parte de la foto fija de por qué financian los ricos a la ultraderecha. Abren los ojos y solo ven chusma.