La FP, ¿refugio de fracasados?

OPINIÓN

Matrícula para Formación Profesional (FP) en el CIFP Portovello de Ourense
MIGUEL VILLAR

28 abr 2022 . Actualizado a las 12:40 h.

El conflictivo título que abandera este artículo de opinión está matizado por interrogantes. Antes de que algún lector se acuerde de mi familia próxima, que ninguna culpa tienen de lo que yo diga o haga, quiero aclarar que hay gente que cursa la Formación Profesional y ha triunfado en la vida, al menos desde el punto de vista profesional. Yo conozco a muchos, de ahí ese interrogante que no pretende afirmar sino cuestionar una realidad que, a mi juicio, es muy desconcertante.

Algunos lectores, aquellos que tienen más pelo blanco que negro -si es que aún tienen la suerte de lucirlo-, cuando terminaron la EGB se enfrentaron con la cuestión de seguir estudiando o no. El que estudiaba seguía con el Bachiller y después… a la carrera. Los listos de los listos hacían ingenierías y los menos espabilados, pues empresariales o magisterio. Así era, sin acritud y sin resentimientos, la cruda realidad. Los más burros o los que no querían estudiar, que al final no se diferenciaban mucho de los primeros -al menos en el rendimiento escolar- hacían la FP o se buscaban la vida. Cierto es que, con el paso de los años, todos aquellos baby boomers y ciudadanos X acabaron donde la suerte les ubicó. Será porque ya he cruzado la cincuentena - cada día doy más valor a lo azaroso de la existencia- y por ello puedo contar a puñados la gente de mi quinta que luce orondas billeteras sin haber realizado grandes logros académicos, por lo cual olé por esos «burros» que llegan a final de mes con más alegría que yo.

Cuento lo anterior porque después de casi cuarenta años el asunto sigue sin grandes variaciones y, ahora como antes, el que vale medianamente va a Bachiller y el que no a la FP. Pero hay varias diferencias: ahora el listón ha bajado en todos los niveles y, además desde no hace mucho, todos los menores de 16 tienen el derecho o más bien la obligación de estudiar, quieran o no ? difícil tarea tiene el docente cuando una criatura de 15 años dice: «que estudie tu padre», pero esa es otra guerra-. Lo más problemático es que el sistema no ofrece una salida profesional para los menores poco aplicados antes de los 18, ni tampoco para los de 20 o 25 y, claro, hasta que éstos encuentran la ansiada ocupación, tienen que distraerse. Estudiar, o mal estudiar, es la salida estrella y por ello las aulas de Bachiller, FP y la Universidad, se nutren cada día de más alumnos digamos… poco brillantes.

Todas las aulas, y más las de FP, se encuentran atestadas de alumnos desmotivados y casi me atrevería a decir que forzados. La consecuencia es que el nivel baja a la par que las estadísticas de fracaso escolar -por eso los políticos no toman medidas, las cifras les sonríen, porque lo único que miden es la existencia o no de abandono escolar-. Déjeme decirle que según mi criterio el fracaso escolar no puede medirse por el número de «ninis», sino por el número de buenos o malos profesionales. En 2018 un 64% de los alumnos escogieron Bachiller y un 36% la FP. Habría que preguntarse varias cuestiones; la primera es por qué el porcentaje de estudiantes de FP es tan bajo. Trasladado al mundo militar es como si en una batalla hubiera más generales que soldados. Y lo segundo es, por qué todos tienen que estudiar FP o Bachiller. Este derecho a estudiar se malinterpreta equiparando la valía, el esfuerzo y la perseverancia con el éxito seguro, que es como si hubiera una justicia divina en conceder el logro de un objetivo a todo aquel que se empeñe en alcanzar algo, -pues mire usted, no-. Ni todo el mundo sirve para terminar una carrera, ni todos lograrán un título de FP o de cualquier otro grado por mucho ahínco y reaños que le echen. Pero como la vida es pura ironía, la realidad es que como dice el refrán «el que la sigue la consigue» y todos, digo todos…, tarde o temprano acabarán siendo neurocirujanos si se lo proponen, aunque sean un guiñapo de profesional, -ojalá nunca compruebe esta teoría, eso querrá decir que alguien me abrirá la cabeza… sabiendo o sin saber-.

Pues si la enseñanza superior está como está, imagínese usted la Formación Profesional, reducto de subproductos industriales educativos, legión extrajera de estudiantes, macedonia de fruta de segunda o carne picada hecha con casquería. Aquí llegan personajes de lo más variopinto, desde una minoría de motivados que van a ver cómo los más zopencos logran al final de curso lo mismo que ellos, hasta otros alumnos que no deberían dedicarse a profesiones que les desbordan por falta de habilidad, cualidades o intelecto. Eso sin contar a la cohorte de gamberros que por coacción familiar, falta de otras opciones o ganas de tocar las glándulas docentes, agujerean la barca que ya de por sí se hunde.

Los profesores ya sean exigentes, comprensivos o benevolentes aprueban y aprueban porque ya sabe que cuando hay hambre y las existencias escasean cualquier alimento es bueno. Con poco más que asistir a clase, no faltar demasiado al profesor y presentar las tareas sin importar demasiado el cómo, el alumno supera lo que haga falta y esto al final hace que la mediocridad campe en la escuela llegando al final de la cadena, es decir, a la Universidad.

La Formación Profesional de muchos países tiene un prestigio mucho mayor que en España porque no es el reservorio de malos estudiantes. Aquí en España los grados medios de la FP, que habilitan para categorías técnicas, están lejos de alcanzar los niveles europeos y los títulos cada vez se parecen más a papel mojado. Por ello no es de extrañar que las empresas cada vez hagan menos caso a diplomas y certificaciones floridas, estableciendo pruebas para comprobar la competencia de los candidatos. Resulta triste decirlo, pero muchos títulos ya no sirven ni para decorar el cuarto de los niños en casa de mamá.