Días de lluvia en Oviedo

OPINIÓN

Paseantes ante la estatua de Woody Allen en Oviedo
Paseantes ante la estatua de Woody Allen en Oviedo EFE | Alberto Morante

01 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

¿Habrá perro más traicionero que el Rufo de bronce de la calle Dr. Casal? Al acecho en la esquina con Uría, aprovecha los días de lluvia para atacar a placer entre la confusión de viandantes y paraguas. El viernes, y no era la primera vez ni será la última, salí de la emboscada con un moratón en la rodilla. Todavía distraído y cojeando por la dentellada, con una mano en el paraguas y la otra en el móvil, casi pruebo de nuevo el bronce unos metros adelante, esta vez en la cara, contra el Woody Allen de la calle Milicias Nacionales. En este caso por mi culpa, ninguna multitud ocultaba la figura cansada del director neoyorquino, manos en los bolsillos del pantalón y cabizbajo, solo y camino a ninguna parte.

Parece mentira que esa escultura fuese en otro tiempo el icono de la ciudad. Todo el mundo quería hacerse una foto a su lado. «Oviedo es como un cuento de hadas», decía entonces Woody Allen. Las señoras del Oviedín debatían en los cafés si Annie Hall era superior a Manhattan, los señores se apuntaban a clases de clarinete y unos y otras fantaseaban con tormentosas infidelidades. Oviedo dejaba de aspirar a la Viena anterior a la Gran Guerra y se atrevía con la tarde de viernes del Village.

Pero de pronto, tras la denuncia por abusos a su hija adoptiva, Dylan Farrow, se rompió el idilio de la ciudad con el artista. El mundo era un clamor de protesta y como aportación local las asociaciones feministas asturianas se concentraron junto a la escultura exigiendo su retirada. Solo se alzó una voz firme en su defensa -de la estatua, no de Woody Allen-, la de su autor: «Es una escultura, no Woody Allen; hay que parar el carro, pensar un poco y no ser becerros», opuso a la desesperada el maestro Santarúa en auxilio de su criatura.

Pese a que la denuncia por abusos fue archivada, casi nadie se hace ya una foto al lado de la estatua. Olvidada por todos, se le adivina nostalgia incluso de aquellos pequeños sabotajes en las gafas o los patéticos vídeos de borrachos de madrugada simulando abusos grupales. Acciones sin duda reprobables pero muestras de atención y cierto afecto a fin de cuentas. Hoy enferma de indiferencia, cargados los hombros, sin gracia en el paso, más perdida y miope la mirada cada día. Otro anciano asturiano desorientado buscando bajo la lluvia el camino de vuelta a casa.

En tiempos de incertidumbre cotizan los valores seguros, como la Mafalda del parque San Francisco. Mujer, progresista y con todo su pasado publicado, triunfa sin discusión en Instagram entre el mobiliario urbano ovetense. No hay torso de Fruela o culo de Úrculo que le tosan. Nadie olvida compartir una foto sentado al lado de la niña ceniza y resabiada. Ley de vida, en definitiva: los vientos dominantes apuntalan símbolos propicios y se llevan por delante los que desentonan. Ándate con ojo, Gorda de Botero.